23 febrero 2006

Tierra Fria


No se puede ser linda y abrir la boca para denunciar un caso de abuso sexual. Menos, si se trabaja en una mina, en Minnesotta, y se gana tres veces lo que un hombre en otro empleo común.

Tamaña disquisición es la que lleva adelante Tierra fría, que se basa en un hecho real: la primera presentación ante una Corte en los EE.UU. de un abuso sexual. Madre soltera, Josey Aimes abandona a su pareja golpeadora y su hogar, y se dirige con sus hijos hacia la casa paterna. Allí conseguirá trabajo en la mina donde su padre se desloma desde hace años. Y vivirá, día tras día, intentos de humillación por parte de sus compañeros, si así se puede llamar a quienes le escriben en las paredes con excremento, maltratan, insultan y manosean o intentar agredir física y psicológicamente.

Josey no está sola: a otras les sucede lo mismo, pero prefieren callar. Cuando ella se canse y decida denunciar a la empresa, no le será fácil conseguir quién la apoye.
En Jinete de ballenas la directora Niki Caro se metía con un tema en el que la posición del hombre era determinante para el mito neozelandés: una mujer —una niña— no podría ser la jinete de ballenas que marcaba la tradición. Tal vez porque algo similar rumbeaba por el guión de Tierra fría, los productores llamaron a Caro: la ligazón entre miembros de una misma familia, el recelo hacia la hija, la necesidad de ésta por sobreponerse a la adversidad, todo hace de Tierra fría —y del personaje de Josey Aimes— una auténtica cruzada.

El chismerío soez hacia ella, la habitual "ella habrá incitado", el odioso recuerdo de algún pecado de la juventud, todo lleva a que Josey se sienta terriblemente sola. Con muchos puntos en común con Norma Rae, otra trabajadora que no dio el brazo a torcer, el personaje que encarna la siempre eficaz Charlize Theron está forjado con hierro. Y tal vez por eso resulte algo frío, por momentos, aunque Caro se preocupe y mucho por remarcar el deseo de la protagonista por seguir hacia delante en su vida y los avatares que debe sortear. Que son muchos, tal vez demasiados para lo que dura el relato.

Los flashbacks traen y llevan la atención del espectador al pasado de Josey, como si encontrar en las huellas rasgos de su temperamento ayudaran a entender el momento por el que atraviesa. En tal sentido, Caro es maniqueísta con la historia, de la misma manera que los sexistas que atacan a la buenaza de Josey. Theron, conmovedora, es capaz de sacar agua de una roca, y a fuerza de convicción y la potencia de su mirada logra que nos compenetremos en la trama. Es Woody Harrelson, como una estrella de hockey sobre hielo devenido abogado, quien tiene las mejores líneas de la película y marca las distancias entre lo que debe ser y lo que es en una sociedad tan marcada por la falsedad como es la estadounidense.

Como los padres de Josey, Sissy Spacek y Richard Jenkins están estupendos, igual que la enferma que compone Frances McDormand. Quizá lo que le sobra a la película es el espíritu triunfalista, ése que hace pensar que EE.UU. no sólo es la tierra de las oportunidades sino que todo es posible. Abunda la buena conciencia y la textura que le da la iluminación de Chris Menges (La Misión) no hace más que reafirmarlo