Era caprichoso, amanerado hasta lo paródico y afectivamente dependiente, hasta los límites del patetismo. Era brillante, acerado en la réplica y un tirano con quienes caían bajo su influjo, que no eran pocos, y para empezar, algunas mujeres hermosas y millonarias, a quienes llamaba "mis cisnes". Le hastiaba la política, vivía alquilando casas con vistas al mar donde fuera, desde Palm Beach hasta Palamós, pasando por Sicilia, Capri o la costa de Florida; y por encima de todo, fue un escritor de unas pocas novelas, varias colecciones de cuentos y guiones para cine y televisión, en los que recrea un mundo insobornablemente personal. Truman Capote fue también algo más: un escritor tan adorado en vida como envenenadamente envidiado por su triunfo. Y el hombre que escribió A sangre fría.
Basada en una interesante, aunque a menudo demasiado pormenorizada, biografía, obra de Gerald Clarke, Capote es una espléndida demostración de cómo el genio de un escritor puede ser capturado sólo en un corto e intenso periodo de su vida: desde ese día de 1959 en que lee un suelto en el periódico informando del brutal asesinato de los cuatro miembros de una familia de Kentucky, hasta esa mañana de otro día, en 1965, en que los dos responsables de los asesinatos fueron colgados. Por qué Capote encontró la materia prima para la que sería su obra maestra absoluta, y cómo se embarcó en una aventura que vitalmente lo dejó exhausto, es la inteligente apuesta que el actor y guionista Dan Futterman aisló de entre las más de 600 páginas de la puntillosa biografía de Clarke.
El resultado es una película apasionante, un retrato extremadamente cuidadoso y nada exagerado (Capote luce aquí mucho más sobrio y contenido de lo que en realidad fue en vida, un prodigio de interpretación de un Philip Seymour Hoffman que huele a Oscar) de un escritor con un programa creador, el saber todo de ese atroz asesinato, y de los mecanismos que puso en práctica (entre ellos, hacerse amigo de los asesinos y confidente del más cultivado de ellos, Perry Smith) para poder aprehender la inasible materia prima del horror. Y el coste que tuvo que pagar para poder llevar a cabo su propósito: desde la traición a los condenados (a los que negó ayuda cuando más la necesitaban y a los que mintió sin demasiados escrúpulos) hasta el principio de su propia decadencia creadora. El cartel que ilustra el plano final de la película no admite réplicas: después de A sangre fría, Capote no volvería a terminar una sola obra más, duro peaje que pagó un escritor que conoció en vida desde la ardua ascensión hasta la cumbre social y luego la decadencia, el alcohol y el desprecio de algunos amigos