21 marzo 2007

Guillermo del Toro arrasa en la entrega de los Premios Ariel

La última película del director mexicano Guillermo del Toro, 'El laberinto del Fauno', arrasó en la ceremonia de entrega de premios a lo mejor del cine de ese país, que se celebró en la noche del martes, donde se llevó nueve galardones, incluido el de mejor película.

Del Toro, cuyo filme había conquistado tres Oscar en la pasada edición de los premios de la industria de Hollywood y siete Goyas en España, obtuvo el reconocimiento Ariel al mejor director.

En las categorías de interpretación, la española Maribel Verdú compartió el premio para la parte femenina con la mexicana Elizabeth Cervantes, actriz protagonista de 'Más que nada el mundo'.

El veterano Damián Alcazar fue galardonado como mejor actor de reparto por su interpretación de pederasta y asesino en 'Crónicas', la cinta del ecuatoriano Sebastián Cordero que sólo logró uno de los seis Arieles a los que estaba nominada, incluido el de mejor guión original para Cordero.

Los demás reconocimientos para 'El laberinto del Fauno', que estaba nominada en 12 categorías, fueron en mejor música compuesta y en rubros técnicos: fotografía, maquillaje, efectos especiales, vestuario y diseño de arte. Con estas nueve estatuas, Del Toro iguala los conseguidos con su primera película, 'Cronos', de 1992.

Las otras triunfadoras de la velada fueron la primera película de Francisco Vargas, 'El violín', que se llevó tres premios, incluidos a la mejor Ópera Prima y al mejor Guión Original, del propio Vargas, y el documental 'En el hoyo', de Juan Carlos Rulfo, hijo del escritor mexicano Juan Rulfo, con otros tres. Además del Ariel al mejor documental, 'En el hoyo' (premiado también en el pasado festival del cine independiente de Sundance) se llevó las estatuas al mejor sonido y la mejor edición.

El filme español 'La vida secreta de las palabras', de Isabel Coixet, fue premiada como mejor película iberoamericana

16 marzo 2007

Hannibal: El origen del mal

Cuando las fórmulas se agotan sólo hace falta dar la vuelta a la nomenclatura para seguir estirando la vida de una gallina que no puede otorgar más huevos de oro. Para eso se inventaron las mal llamadas precuelas, para ir al origen de una saga cinematográfica y seguir indagando en las posibilidades comerciales del producto. Es lo que ha hecho el escritor Thomas Harris con su mítico personaje Hannibal Lecter, al que ha ofrecido una novela recién editada y un guión que se estrena en forma de película.

Tras Hunter, El silencio de los inocentes, Hannibal y El dragón rojo, Hannibal: el origen del mal se retrotrae a la infancia y a la juventud del psiquiatra, pero ni Harris ni el director del evento, Peter Webber, aciertan en sus respectivas tareas.

Harris compone un guión en el que, tras un trauma infantil, todo se basa en una tópica estructura de venganza contra los causantes del dolor. Muy poco más. Si acaso, unos cuantos guiños para los amantes de la saga con los que engañar durante un rato sobre la real trascendencia de su nueva incursión en la mente del personaje. Harris se equivoca al narrar el suceso traumático a través de continuos y muy reiterativos flases, que acaban convirtiéndose en una rémora para el desarrollo normal de la historia.

09 marzo 2007

Escandalo

"Se nota que es de buena familia, pero como la va de progre intenta disimularlo poniéndose esa horrible ropa de chica bohemia.” Palabras más, palabras menos, eso piensa Barbara Covett, la primera vez que ve a Sheba Hart. Pero como en inglés to covet es codiciar, anhelar, ambicionar, esa encarnación definitiva de la solterona emponzoñada, profesora de Historia en un colegio londinense, comenzará a tener para con su nueva colega sentimientos bastante más hondos. Y problemáticos. Cuando quieran darse cuenta, estarán enterradas hasta el cuello en la más autodestructiva de las relaciones, arrastrando tras de sí hijos, esposo y amante. Hijos, esposo y amante de Sheba. En cuanto a Barbara, parecería tener dos únicos amores: su gato y su colega, la nueva profesora de artes plásticas.

Basada en una novela y con guión de Patrick Marber (autor de Closer), Escándalo suena a paráfrasis de La hora de los niños, la obra de Lillian Hellman que William Wyler adaptó dos veces para el cine. Allí, una alumna despechada denunciaba a las directoras de su colegio por mantener una relación “anormal”. Aquí también hay sentimientos de posesión amorosa, deseos transgresores, homosexualidad latente y la sombra incesante de lo que el título de la película proclama, en el marco de un triángulo en el que no deja de intervenir un alumno. Dirigida por ese transcriptor de guiones que parecería ser el británico Richard Eyre (en Iris convertía a la gran escritora Iris Murdoch en enferma de la semana), además de destilar esa clase de veneno elegante que sólo en el Reino Unido parecería poder conseguirse, el guión de Marber arma el intrincado cuadro como una araña la tela. Con la misma dedicación, artesanía y paciencia. Y con la misma intención: atrapar en ella a sus criaturas, para darles un aciago destino.

Con mirada predadora, siempre con trajecitos de tweed y zapatones, su condición ilustrada y su tendencia enfermizamente reclusiva justifican que Barbara Covett (la nominada Judi Dench) lleve un diario personal, y que ese diario ostente un depurado estilo literario. Estilo que da pie a Marber para lanzar dardos, sin duda brillantes. “Ella fue la pica que se clavó en la inmensidad polar de mi soledad”, “Me tratás como a un desperdicio tóxico del que hay que deshacerse” o “Judas tuvo la dignidad de colgarse de una cuerda; pero eso sólo según Mateo, el más sentimental de los apóstoles” son epigramas cargados de literatura tal vez. Pero es literatura que funciona. Frente a Mrs. Covett, explosivo cóctel de posesión desesperada (en una actuación desbordante de matices, Judi Dench logra infundir el terror y la ternura de un vampiro emocional), una frágil, sexy y civilizadísima Cate Blanchett (también nominada y perdedora) funciona como contraparte perfecta.

Madre de un chico Down y una hija after punk, ex darkie ella misma y casada con un escritor amoroso e hipercomprensivo (un gesticulante Bill Nighy), en cuanto un alumno pícaro le dedica un gol en el recreo, Sheba cae de rodillas frente a él. Literalmente. Es esa escena, observada por Barbara, la que desata el desastre que se viene. Desastre en más de un sentido. Ya que, cuando la relación entre ambas pasa de lo civilizado a lo salvaje, en lugar de internarse en la resbaladiza frontera entre ambos órdenes, como lo venía haciendo, el guión se echa atrás y decide oponerlos, de la más maniquea de las maneras. La última parte plantea una “normalidad” amenazada, representada por la rubísima burgueprogre y su familia, y la loca que lo amenaza, degenerando en una suerte de Atracción fatal chic e ilustrada. Hacia ese derrumbe venía apuntando, desde el minuto cero, Philip Glass, nominado también por su banda sonora. Llevado tal vez por el horror al silencio, Glass parecería disputarle al director la dirección de la película, recargándola de crescendos, subrayados y ostinattos, que no hacen más que anticipar la desencaminada resolución.

08 marzo 2007

Heroes

Los superhéroes ya no son lo que eran antes: han quedado en el olvido las capas, los brillosos trajes de lycra bien pegados al cuerpo, las máscaras y los pedidos de auxilio con señales en el cielo. En Héroes, la serie que Universal estrena mañana a las 20, los superpoderes están en manos de gente común. Tan común que, en muchos casos, ni siquiera sabe que los tiene. En el capítulo inicial de este exitosísimo programa, que en Estados Unidos siguen 14 millones de personas cada semana, un oscuro programador de computadoras japonés descubre que puede mover a su antojo las coordenadas de tiempo y espacio (lo que le permite, entre otras cosas, teletransportarse como su idolatrado Sr. Spock), una stripper en apuros económicos ve reflejada en el espejo una segunda personalidad más que peligrosa, un artista plástico adicto a la heroína pinta imágenes del futuro cuando usa la droga, una porrista tiene un cuerpo que se regenera cuando sufre algún daño, un político tiene la capacidad de volar, y su hermano enfermero puede replicar los poderes de los otros “supercomunes” cuando los tiene cerca. En el segundo envío de la serie aparecerá otro de los personajes, un policía que escucha los pensamientos de los demás. Para que la cosa se ponga interesante, hay una conspiración para acallar los hallazgos sobre el potencial humano realizados por un investigador hindú. Y, como buenos superhéroes, la misión que les aguarda en el futuro es la de salvar al mundo.

Claro que, para eso, primero tendrán que empezar a cruzarse entre sí. Milo Ventimiglia, que personifica a Peter Petrelli, el enfermero que puede copiar los poderes de los demás héroes, recordó durante una teleconferencia que eso fue lo primero que le preguntó al creador de la serie, Tim Kring (Crossing Jordan), cuando vio el guión del piloto: “Me dijo que por supuesto iban a encontrarse, pero que entre algunos sería a largo plazo, dependiendo de las circunstancias, en relación con lo que les esté pasando en sus vidas”. El actor, que trabajó en Gilmore Girls y fue hijo de Rocky en el cine, asegura que descubrió el potencial de Héroes en la primera leída al guión. “Me di cuenta de que era diferente a cualquier cosa que hubiera leído o visto en mucho tiempo, y supe que a la gente iba a interesarle”. Adrian Pasdar, que en Héroes es el político volador Nathan Petrelli, confiesa que al principio tenía reticencias: “Cuando lees un guión en el que se describen ciertos trucos pensás que si no le ponen el suficiente tiempo y dinero el resultado va a ser patético. Pero después de ver lo que logra en cada episodio el equipo de efectos especiales, leer los guiones es muy excitante, porque sé que van a superarse. Es muy divertido ser parte de un programa en el que te maravillás como un chico cuando estás haciéndolo. Y eso es porque lo escriben con el entusiasmo de un chico, que es lo mejor que podés tener en este negocio.”

Desde hace rato la ciencia ficción pasa por un gran momento, con programas como Battlestar Galactica y Stargate, y en Estados Unidos los fanáticos del género se reúnen en convenciones multitudinarias. Fue en una de ellas donde Pasdar se dio cuenta de que Héroes iba a ser un éxito: se presentaba el piloto y más de dos mil personas desbordaron la sala. “El jefe de los bomberos le pidió al productor que desalojara el lugar porque era peligroso, pero el productor le contestó que entrara él y se lo comunicara a la gente. Entonces, el jefe de bomberos se metió las manos en los bolsillos y se fue. Así que sabíamos que al principio tendríamos una gran audiencia, pero deberíamos ser capaces de mantener el núcleo de esa gente”. Con el estreno de Héroes los televidentes podrán ponerse más a tono con este renovado amor por la ciencia ficción. Un auge, que, según Ventimiglia, es cíclico y tiene que ver con los elementos de fantasía de los programas. “Cuando cada rincón del planeta parece estar bajo una amenaza inminente, crecen más rápido esta clase de series que sirven como escapismo, porque la gente necesita un poco de esperanza y de excitación”, explica. “Después de todo, los superhéroes fueron creados durante la Segunda Guerra Mundial. Pero esta clase de programas le hablan a la gente de fantasía y escapismo de un modo real, sin capas ni trajes ajustados. Y cuando mezclás fantasía y realidad de un modo efectivo, como lo han hecho los guionistas de Héroes, logras un programa de calidad”.

06 marzo 2007

Scarlett Johansson revela el mundo de las niñeras


Emma McLaughlin y Nicola Kraus aseguran que todo es producto de la ficción. Tanto, que así lo señala una advertencia en las primeras páginas de su primera novela, "The nanny diaries", éxito de ventas al momento de su publicación en 2002 y que provocó más de una molestia entre los miembros de la clase alta neoyorkina.

La razón: antes de vender más de dos millones de copias del libro, que narra la intensa aventura de una joven universitaria a las órdenes de una neurótica y adinerada familia, McLaughlin y Kraus trabajaron como niñeras para alrededor de 30 familias de Nueva York. En "The nanny diaries", sólo los empleados y los niños tienen nombres. La protagonista se llama simplemente Nanny y a sus patrones se les identifica como el señor y la señora X. Este detalle aumentó más aún las sospechas.

El libro, cómo no, ya tiene lista su adaptación al cine. Producida por los hermanos Bob y Harvey Weinstein, es protagonizada por una de las estrellas jóvenes del momento, Scarlett Johansson. Y en la dirección está el matrimonio de Shari Springer Berman y Robert Pulcini ("Esplendor americano").

"The nanny diaries", la película, cuenta la historia de Annie (Johansson), que se acaba de graduar de la universidad y desea ganar unos dólares extras como niñera. Ella acepta trabajar para la familia X cuidando a su hijo de cuatro años, Grayer. La señora X (Laura Linney) resulta ser una agobiante presencia, obligando a la joven a seguir una rutina imposible con su hijo (desde clases de francés o piano hasta una estricta dieta). Hay más, Nanny llegará a la familia justo en el momento en que ésta comienza a desmoronarse. En la cinta también actúan Paul Giamatti ("Esplendor..."), Chris Evans ("Los cuatro fantásticos") y la cantante Alicia Keys.

El guión, escrito por los propios directores, tiene algunas diferencias respecto al texto original. Por ejemplo, la protagonista y otros adultos tienen nombre en el filme. Más: en la novela, Nan aún es estudiante de NYU y su familia es de clase media alta residente en Manhattan, a diferencia de la de Annie, que vive de manera más estrecha en New Jersey.

La cinta debuta en EE.UU. el próximo 20 de abril. Una fecha competitiva, en plena temporada veraniega, cuando deberá enfrentarse a otras cintas con altas expectativas, como "In the land of women", con Meg Ryan, y el thriller "Fracture", con Anthony Hopkins y Ryan Gosling.

Más proyectos en camino

"The nanny diaries" será sólo uno de los dos filmes que Johansson estrenará este año. Para octubre, en pleno inicio de la temporada de premios, se espera el debut de "The other Boleyn girl". Allí interpretará a María Bolena, amante del rey Enrique VIII de Inglaterra. Natalie Portman interpretará a su hermana Ana y el papel del rey lo hará Eric Bana.

05 marzo 2007

Dos actrices que les encanta odiarse en pantalla

"Me moría por trabajar con ella. Y cuando lo hice, descubrí que era un verdadero sueño", dijo a comienzos de este año Cate Blanchett sobre Judi Dench, por lo que sembró algún desconcierto entre quienes siguen al detalle la aplaudida carrera de ambas actrices en el cine.

Empero, más de un memorioso se habrá preguntado cómo podría aguardar Blanchett con tantas expectativas la posibilidad de trabajar junto a Dench si ambas compartieron cartel protagónico en Atando cabos , el film que Lasse Hallström rodó en 2001. "Es que nunca había coincidido con ella en una escena -aclaró Dench en febrero, durante una conversación con el enviado especial del diario madrileño ABC al Festival de Berlín-. Aunque estuvimos juntas en el set de filmación, nunca tuvimos la oportunidad de compartir un momento ante las cámaras."

Y de inmediato devolvió gentilezas: "Cate es una actriz que yo compararía con Ian McKellen, un actor que tiene 25 maneras distintas de hacer una escena y siempre sabe cuál es la correcta. Por supuesto, es tarea del director escoger la toma, pero trabajar con alguien que tenga esa capacidad es maravilloso. Cate es una actriz fabulosa, de una sensibilidad impresionante".

Por fin, el encuentro se pudo concretar y ambas terminaron compartiendo buena parte de la trama de Escándalo. Con el resultado más provechoso que podría imaginarse: tanto Dench como Blanchett resultaron nominadas al Oscar (como actriz protagónica y actriz de reparto, respectivamente) por este film de complejos contornos dramáticos e intimistas ambientado en un colegio secundario de Londres, al que concurre un alumnado de clase media baja y sectores obreros.

Barbara Covett (Dench) lleva muchos años allí como profesora de historia, severa, respetada y de vida solitaria, y no tarda en establecer una amistad íntima con su colega de artes plásticas Sheba Hart (Blanchett), a quien le cuesta en un principio compatibilizar su desenfado con el conflictivo perfil de los estudiantes. Todo cambia cuando Barbara descubre que Hart, casada y con dos hijos, mantiene un vínculo sexual con uno de sus alumnos, de 15 años. Desde allí, la relación entre ambas quedará expuesta a una serie de recelos, sospechas y ambigüedades que más de una vez dejará mal parada a Barbara.

Una relación particular

Dench confesó que, a diferencia de lo que suele hacer, conocía el libro de Zoe Heller en el que se basa este film adaptado por el dramaturgo Patrick Marber ( Closer ) y dirigido por Richard Eyre, realizador de Iris y de la inédita entre nosotros Stage Beauty . "Normalmente, acepto un personaje llevada por el instinto. Cuando Michael vivía, me leía todo lo que me enviaban, pero ahora prefiero hacer lo mismo con algunos amigos, por más que no todos están dispuestos a hacerlo. Yo misma no lo hago", dijo Dench, en referencia y recuerdo de Michael Williams, con quien se casó en 1971 y a quien acompañó hasta su muerte en 2001 a causa de un cáncer de pulmón.

Esta vez, insistió Dench, las cosas fueron distintas. "Mi colega y amigo Geoffrey Palmer me envió el libro y lo leí de inmediato no bien supe cuál era la trama. Es uno de esos personajes que al final del día, cuando una se quita todo el maquillaje, llevan a pensar: «¡Qué bueno! Estoy feliz de volver a ser normal»", comentó entre risas, al recordar el episodio durante una entrevista realizada en diciembre último en el Reino Unido, mientras Dench actuaba a sala llena como la señora Quickly, en una versión musical de Las alegres comadres de Windsor , de Shakespeare.

Precisó Dench que varios factores se unieron para sumarse con entusiasmo al proyecto: su extenso trabajo previo junto a Eyre en teatro, cine y TV ("me alcanza con verlo para saber qué quiere", señaló), la admiración incondicional que siente hacia Blanchett y, por qué no, la posibilidad de interpretar un papel un poco más desagradable de lo habitual en ella. "Es así -reconoció-, aunque Barbara resulta finalmente víctima de las circunstancias que ella misma urdió. Siempre me preguntan si me gusta el personaje, y yo creo que no corresponde hacer ese juicio. Frente a cualquiera, hay cosas agradables y desagradables; es lo que hace a la gente interesante."

Para Dench, el comportamiento de Barbara adquiere tintes muy reprochables. "Diría que es una persona conndida, emocionalmente inestable, como un niño. Interpretarla resultó un gran desafío porque nunca me tocó hacer algo así antes, pero estoy bastante segura de que no volveré a repetir un personaje como éste", puntualizó.

Las dos protagonistas de Escándalo se quedaron finalmente con las manos vacías en la noche del Oscar, pero no parecen haber quedado especialmente afectadas por el traspié. Dench -ausente en la ceremonia por una operación de rodilla- había pedido a los votantes de la Academia que se pronunciaran por Helen Mirren, amplísima favorita y al cabo ganadora, y Blanchett tenía a priori escasas posibilidades frente a otro número puesto como Jennifer Hudson.

De todos modos, Blanchett no lamentó tanto el Oscar perdido como que Dench no le hizo uno de los almohadones con bordados que suele hacer como terapia durante los rodajes. "Un día, el dramaturgo David Hare me dijo que Judi le había hecho especialmente uno cuando recibió una muy mala crítica. Y en el bordado puso «mándalos al diablo» tres veces", recordó Blanchett a Cindy Pearlman, de The New York Times News Service.

Quien seguramente debe de tener más de uno de esos almohadones es Pierce Brosnan, el 007 que tuvo a Dench como jefa en cuatro rodajes. El papel de M le dio a la actriz una popularidad que jamás antes había alcanzado. "Pierce y yo entramos juntos al mundo de Bond. Eramos como el nuevo chico y la nueva chica, y cuando él dejó el personaje, yo seguí con Daniel Craig. ¿No es un actor sensacional? Lo bueno es que en Casino Royale mi personaje muestra un vínculo con 007 mucho más fuerte que en las anteriores, porque lo muestra al comienzo de su carrera. Cuando hago estas películas, me siento mucho más alta", manifestó.

Pero por más que el cine parece demandarla casi a tiempo completo, Dench prefiere afirmarse en un permanente regreso a su gran amor: el teatro. "Cuantas más películas hago, más creo que el teatro es como un viejo amigo. Puede sonar exagerado, pero el teatro es para mí siempre una salvación, algo concebido para el alma."

04 marzo 2007

El Laberinto del Fauno

Combinar elementos fantásticos y realistas nunca ha sido una tarea fácil. Expresionistas, surrealistas y vanguardistas de toda clase han utilizado, a lo largo de la historia del cine, diversos universos fantásticos para aludir a la realidad, tanto en forma directa como a través de los zigzagueantes caminos de la metáfora y la alegoría.

En El laberinto del fauno, al igual que en El espinazo del diablo, Guillermo del Toro se plantea un desafío doblemente dificultoso: crear un mundo realista y concreto (las tensiones en el norte de España entre las tropas franquistas y los rebeldes maquis, en 1944) y mezclarlo con un universo propio de un brutal cuento de hadas en el que conviven faunos, hadas, sapos gigantes y mandrágoras. Y, a la vez, hacer que este submundo no funcione como un simple espejo ni produzca prefabricadas respuestas a los conflictos de los personajes, sino que sea un viaje por el subconsciente de una niña preadolescente que elige el refugio de la fantasía ante una realidad que se le vuelve insoportable.

El filme del director de Hellboy tiene como protagonista a Ofelia (Ivana Baquero), una niña que viaja con su madre viuda, Carmen (Ariadna Gil), al encuentro del actual marido de ella, el tenebroso Capitán Vidal (Sergi López) que maneja brutalmente un puesto falangista en el norte español, cercado por un grupo de rebeldes. Carmen está embarazada y su salud es muy frágil.

Imaginativa y solitaria, aterrorizada por partida doble (por la figura de su padrastro y por la traumática llegada de su hermano), Ofelia se refugia en la lectura de cuentos de hadas. Cuentos que se transformarán en algo muy real cuando ella ingrese a un laberinto y encuentre allí a un extravagante fauno que le dice que ella es la princesa heredera de un reino subterráneo. Para probar su herencia, Ofelia debe cumplir tres pruebas, tan narrativamente propias de los cuentos de hadas como estéticamente arrancadas de los universos de Goya o Dalí.

El "pase mágico" de Del Toro está en hacer que ese universo en apariencia monstruoso y temible demuestre ser más amable y humano que el que está sobre la superficie. Ese fascismo implacable, representado en escala grotesca por Vidal, demuele a Ofelia hasta dar por tierra con lo poco que queda de su inocencia mucho más que los desafíos a los que la somete el fauno.

La película es una maravilla de construcción, ambientación y estilo, y es innegable el talento de Del Toro como creador de mundos propios, en esa rama de lo tenebroso que lo acerca a Tim Burton, David Lynch o Peter Jackson. Y si la película abreva en referencias como La noche del cazador y El espíritu de la colmena, lo hace con conocimiento y respeto. Pero acaso ese cuidadoso respeto y prodigiosa elaboración le jueguen un poco en contra al filme, que se siente por momentos demasiado estudiado, algo pomposo y hasta aprisionado en su propia meticulosidad.

Pese a tratarse de un filme en exceso calculado y hasta sobredirigido (prestar atención a ese invento de montaje que podríamos llamar "fundido al árbol"), no hay dudas de que se trata de una fábula perturbadora e impactante, con momentos memorables e imágenes aterradoras que quedarán grabadas en los espectadores más abiertos a la propuesta.

La parábola funciona mejor cuando pivotea entre el submundo fantástico y el embarazo, que en la pintura de la realidad política. De cualquier manera, El laberinto... no entrega respuestas fáciles más que la simbólica idea de la fantasía como refugio ante una realidad atroz. No hay un cierre claro para el relato porque, para Del Toro, tampoco hay cierre en un mundo en el que el terror es la moneda de intercambio diaria. El horror, parece decir, puede ser un estado permanente; pero la inocencia, una vez perdida, no se recupera jamás

Little Miss Sunshine

“Te vas a llevar bien con él, ¡es un chico muy callado!, le dice Sheryl a su hermano Frank, cuando le indica que va a compartir el cuarto con Dwayne, su sobrino adolescente. Lo que no le aclara es que Dwayne hace más de seis meses que no emite una sola palabra. Apenas si quita los ojos de sus libros de Nietzsche. A Frank, por caso, no le va mejor: es uno de los mayores especialistas en Proust fuera de Francia, pero viene de un intento frustrado de suicidio y nada sugiere que haya superado la crisis. Tampoco parece que la casa de los Hoover sea el mejor lugar para recuperarse: mamá Sheryl apenas si consigue mantener el precario equilibrio familiar; papá Richard intenta vender –sin éxito– un programa diseñado por él mismo para triunfar en la vida; el abuelo Edwin consume heroína a escondidas en el baño; y su nieta Olive, con apenas 7 años, vive obsesionada con los concursos de belleza y sueña con ser Miss América. Hay algo –mucho– que no funciona bien en la casa de los Hoover.

El matrimonio integrado por Jonathan Dayton y Valerie Faris, veterano en el campo de la publicidad y los videoclips, probó suerte por primera vez en el largometraje con esta modesta comedia de situaciones llamada Pequeña Miss Sunshine y no le pudo haber ido mejor: en enero del año pasado fue saludada como la revelación de Sundance y se vendió inmediatamente a la compañía Fox para su distribución internacional. Tal como lo entiende la cultura estadounidense, no se puede decir que Dayton & Faris sean unos perdedores, precisamente, pero de ellos dicen ocuparse, a partir de un guión de Michael Arndt que sabe exactamente qué botones pulsar y cuál es el momento más adecuado para hacerlo.

Teniendo en cuenta esta cualidad casi mecánica del producto, debe decirse sin embargo que Little Miss Sunshine tiene un comienzo promisorio, con no pocos momentos de humor genuino, sobre todo en la presentación de sus personajes y del motor que los pone en marcha. Sucede que Olive –una suerte de Betty la Fea de primer grado– tiene la insólita, azarosa oportunidad de presentarse en un beauty contest en Redondo Beach, California, bien lejos de la casa de los Hoover en el polvoriento Albuquerque, estado de Nuevo México. De ahí que todos –previa discusión familiar– tengan que subirse a una vieja y destartalada combi Volkswagen tipo Scooby-Doo para darle el gusto a la nena. El bueno de Dwayne (que a través de su anotador les hace saber a sus padres que los odia) en principio se niega, pero no lo pueden dejar solo al chico. Mucho menos a Frank, que todavía tiene las muñecas vendadas después de haber intentado rebanárselas. El abuelo Edwin es el entrenador oficial de la concursante –en la escena final se verá cuál es el tenor del número musical que le hizo preparar– y Mam & Dad, a pesar de estar en bancarrota, no pueden negarle ese sueño a su hija.

Previsiblemente, el camino le deparará a los Hoover más de una sorpresa, en su mayoría calamidades de distinto grado, desde la rotura de la caja de cambios (que los obliga a empujar la combi cada vez que se detienen) hasta una muerte inoportuna, que los pondrá en la necesidad de viajar con un cadáver en el baúl, para poder llegar a tiempo al concurso. En su calculada estrategia, a Little Miss Sunshine no le falta nada: tiene un elenco eficaz, pleno de nombres en ascenso (y alguno también en noble descenso, como el viejo Alan Arkin); juega un par de cartas seguras en el imaginario del cine independiente estadounidense (la road movie, la familia disfuncional) y es lo suficientemente liviana y condescendiente como para no herir la susceptibilidad del público de los multicines, como le suele ocurrir en cambio a Todd Solondz, otro director salido de Sundance que disfruta burlándose del provincianismo y la fealdad de sus personajes.