23 febrero 2006

Sophie Scholl, los últimos días


Desde luego, no se puede acusar a los alemanes de no reflexionar, cinematográficamente hablando, sobre su pasado político reciente más vergonzoso y traumático. A El hundimiento (Oliver Hirschbiegel, 2004), centrada en los últimos días de Adolf Hitler en su búnker, y a Napola (Dennis Gansel, 2004), ambientada en las escuelas de los cachorros de la Gestapo, le sucede hoy en los cines Sophie Scholl, los últimos días, la historia de una joven universitaria integrante de La Rosa Blanca, uno de los (pocos) focos de resistencia activa a la maquinaria política, ideológica y legal del Führer, detenida junto a su hermano por arrojar pasquines críticos en los pasillos de su facultad. Un personaje al que los directores Michael Verhoeven y Percy Adlon ya habían retratado en, respectivamente, La rosa blanca (1982) y Fünf letzte tage (también de 1982).

Ganadora del Oso de Plata a la mejor actriz (Julia Tentsch) y del premio al mejor director en el Festival de Berlín, y candidata al Oscar a la mejor película de habla no inglesa (el año pasado lo fue El hundimiento), Sophie Scholl está dividida en dos partes bien diferenciadas. La primera, en la que se presentan los personajes y se relata el, según el nazismo, insolente, desvergonzado y terrible acto cometido en contra del régimen, se cuenta de manera ágil, elegante y hasta con cierto pulso de cine de suspense.

Sin embargo, tanto el interrogatorio de la chica ante un oficial de la Gestapo como el sumarísimo juicio posterior tienen un interés más político e histórico que cinematográfico. Marc Rothemund (director nacido en 1968) ha querido ser tan escrupuloso con sus fuentes (las transcripciones de los interrogatorios, archivados en la Alemania del Este y puestos a disposición del público a partir de los años noventa), que se ha olvidado un tanto de la dramaturgia. Por lo que esta parte de la película quizá adolezca de cierta reiteración y de resultar excesivamente prolija en detalles no del todo básicos.

Aun así, Sophie Scholl... tiene la virtud de la reflexión, del recordatorio para las nuevas generaciones más allá de una placa conmemorativa en una calle de Berlín, la excelente interpretación de la joven protagonista y la demostración de que el coraje civil más individual y cotidiano a veces acaba renaciendo y firmando las páginas más conmovedoras de la historia .