10 febrero 2006

Syriana



En estos tiempos en los que Hollywood parece haber entrado de lleno a lanzar miradas críticas sobre el rol de los Estados Unidos en los conflictos de Oriente Medio, es interesante trazar un paralelo entre Syriana y Munich, dos filmes con muchos puntos de contacto y también con formas diferentes de enfocar problemas similares.

Si bien Munich se centra en el conflicto israelí-palestino y Syriana está más interesada en la relación entre la industria del petróleo, los jeques árabes y el terrorismo, ambos filmes trabajan sobre el choque de culturas y el enfrentamiento entre visiones del mundo que son más similares de lo que se cree.

En el extraordinario documental de la BBC The Power of Nightmares, su creador Adam Curtis traza los paralelos y similitudes entre el ascenso al poder de los fundamentalistas islámicos y de los neoconservadores norteamericanos, y analiza cómo esa aparente oposición revela idénticas intenciones políticas y similares mitologías religiosas para sostenerlas. Munich y Syriana se suman a esa tesis. A diferencia del filme de Spielberg, que opta por el clasicismo en la narración y en la construcción de personajes, y que deja de lado el tema económico para centrarse en un debate moral, la opera prima del guionista de Traffic, Stephen Gaghan, usa la estructura de ese filme que dirigió Soderbergh para contar —en un tono seco, realista, de noticiero— las historias cruzadas de más de una decena de personajes ligados a la industria del petróleo.

Gaghan no pierde tiempo en explicaciones: él confía en la inteligencia del espectador para captar las conexiones, ironías y trampas del mundo de los negocios petroleros. Le interesa mostrar cómo el interés norteamericano en conseguir los grandes contratos es causa directa de una incesante cadena de corrupción. Y cómo esa corrupción conduce a las disparidades económicas, la sed de venganza, el terrorismo de Estado y el otro, el de los que se quedan fuera del sistema.

Resumir las historias tomaría cientos de líneas. Digamos, simplemente, que hay un agente de la CIA (George Clooney, extraordinario) enviado a asesinar a un jeque que se opone al control norteamericano en su país. Hay un asesor (Matt Damon), que entra en el juego de los petrodólares tras una desgracia familiar. Y están los popes del petróleo norteamericanos, tratando de unir fuerzas para quitarles contratos a los chinos y, a la vez, esquivar todo tipo de investigación oficial que busque revelar corrupción en sus manejos. Y también hay musulmanes descontentos y con acceso a armas peligrosas.

Todo esto es material combustible y Gaghan va cruzando las historias (acaso de una forma demasiado redondita) hasta que parece no quedar otra opción que el estallido de esa violencia —económica, política, social— acumulada.Que todo esto sea, además, apasionante y entretenido, es otro de los méritos de Gaghan. Syriana y Munich son las dos caras de la misma moneda. Pero en Syriana lo que cuenta es el dinero. Y la moral aquí tiene el color de los billetes y de la sangre