
La película Las partículas elementales, best seller francés de Michel Houellebecq, concitó una expectación inusual en esta edición del festival de Berlín, lo mismo que La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa, que se presentó también ayer.
La expectación que provocó Las partículas elementales llegaba no sólo por el gran éxito que la novela ha tenido en estas tierras sino también por ser la película de producción alemana, y por ello estar precedida de gran aparato publicitario. Las colas eran enormes desde mucho antes de la hora, la sala estuvo a rebosar, y el público, claramente incondicional, celebró con risotadas alegres las primeras ironías de los diálogos. Poco a poco, sin embargo, ese entusiasmo fue dando paso a un silencio sepulcral, y al final a unos aplausos tibios. Esa película no era la novela que habían leído, y así se lo hicieron saber al director Oscar Roehler en la rueda de prensa, también multitudinaria. Cuanto en la novela es o pretende ser la crónica del final de una civilización, y más concretamente la de una actitud ante la vida brotada del mítico 68, en la película es sólo la historia de dos hermanastros frustrados -uno obsesionado por el sexo, el otro por la clonación humana, tras concluir que el disociar radicalmente reproducción y placer permitirá que la humanidad alcance por fin la paz- sin que las vivencias de uno u otro personaje lleguen a interesar, incluso a pesar de los chistes que tanto rió el público alemán, sin duda desconocedor de otros similares en las películas clásicas de Alfredo Landa.
A pesar de todo, no sería extraño que Las partículas elementales figurase en el palmarés, al menos por su reparto y, más concretamente, la estupenda Martina Gedeck.

Sin subir el listón
Hay que reconocer que ninguna otra película del día ha subido el listón. Además de Las partículas elementales, otros dos títulos se han presentado en competición. Uno de ellos es El nuevo mundo, del hipervalorado Terrence Malick -recuerden La delgada línea roja, su película anterior-. Cuenta la historia de Pocahontas (espléndida Q'orianka Kicher), hija del jefe indio Powhatan, que salvó la vida de un colonizador (Colin Farell), y que acabó siendo recibida en la corte británica tras convertirse al cristianismo. Esta película de Malick es preciosista como todas las suyas, y mientras en su primera parte -alcanza los 135 minutos de duración- Malick logra interesar al ilustrar cómo los invasores destruyen una sociedad indígena donde no se conoce el sentido de la propiedad ni los celos ni la envidia, luego, desgraciadamente, su propio afán preciosista acaba devorándole y termina por sacrificar el posible interés de la historia a favor de bonitas postales.
