
Lo previsible ante el estreno de una película que rompe el mito del vaquero del Oeste para presentar a dos hombres (Jake Gyllenhaal y Heath Ledger) enamorados y que mantienen sexo en secreto en plena década de los sesenta, es que en un país como Estados Unidos, con extremas contradicciones y abiertamente dividido frente al matrimonio gay, la película se hubiera convertido en un blanco inequívoco de los grupos que defienden los valores familiares tradicionales.
Sin embargo, frente a las protestas que precedieron al estreno de filmes como Philadelphia, que mostraba la muerte por sida de un gay o Million dollar baby, donde se aceptaba la eutanasia, o de Kinsey, polémico por sus experimentos sexuales, los posibles críticos de Brokeback Mountain decidieron por unanimidad evitar el ruido y la polémica. "Hemos discutido si protestar ante los cines o no pero el consenso general ha sido que era mejor no llamar la atención sobre el filme. No es La última tentación de Cristo, tan ofensiva que era imprescindible contraatacarla. Esta cinta debería simplemente ser ignorada. Además, ¿quién quiere ver a dos vaqueros besándose?", anunciaba la semana de su estreno Robert Knight, director del conservador Culture and Family Institute. Sus colegas del Family Research Council o del Focus on Family tomaron decisiones similares.
Pero, para su sorpresa, Brokeback Mountain se ha colado en las salas estadounidenses gracias al boca a boca. Ha pasado de un estreno limitado en bastiones progresistas como Nueva York y Los Ángeles hasta casi 400 cines de todo el país, consiguiendo la mayor cuota de espectadores por pantalla del año. El éxito de una película que Ang Lee define sencillamente como "una historia de amor única y universal" sólo se encontró, hace apenas una semana, con el portazo de una sala de Utah, propiedad del empresario Larry Miller, conocido por su estricta ortodoxia religiosa. Miller, como dos tercios del Estado de Utah, es mormón, una religión que considera la homosexualidad motivo de excomunión y cuya iglesia ha gastado millones en luchar contra el matrimonio gay.

Durante un encuentro con la prensa en Nueva York este actor australiano, cuya interpretación de Ennis del Mar, un vaquero autodestructivo e incapaz de expresar sus sentimientos, le ha convertido en favorito para los Oscar, también atacó a la prensa por darle demasiada importancia a la modosa escena de sexo gay y a los besos que tiene que darle a Jake Gyllenhaal. "Nos dicen que somos arriesgados y valientes y eso es una tontería. Los bomberos son valientes, no los actores. Nuestra vida es muy cómoda y no la arriesgamos como en otras profesiones. Además, siempre he pensado que si mi carrera tuviera que hundirse por una decisión creativa como aceptar este papel, trabajar en esta industria no merecería la pena".

Según el columnista de The New York Times Frank Rich, en los últimos 10 años la sociedad ha cambiado lo suficiente como para que esta película no se considere un escándalo. Los productores y guionistas Larry McMurtry y Diana Ossana buscaban financiación para este filme desde 1997, cuando adquirieron los derechos del relato homónimo, publicado en la revista The New Yorker por la premiada Annie Proulx. "Aquel año, la derecha religiosa lanzó una fatwa contra Disney porque Ellen de Generes salió del armario en televisión. Casi 10 años después, Ellen tiene su propio programa y a nadie se le ha olvidado que es lesbiana pero a nadie le importa", dice el columnista.

Sorprendentemente, ése ha sido el mensaje que le ha llegado incluso a la Conferencia de Obispos Católicos estadounidenses y en su página web, junto a la calificación de "moralmente ofensiva", hay una crítica que alaba a los actores y afirma que, "pese a que las acciones de los protagonistas no pueden aceptarse, los temas universales del amor y la pérdida son sinceros. La película crea personajes de carne y hueso que le dan al filme sustancia artística".