
Wendy y John son hermanos, cada uno sobrellevando sus propias historias, pero tienen en común el corazón partido -ella porque sabe que su amante, que vive en el mismo edificio y la visita cada vez que saca a pasear a la perra, no dejará a su esposa; él, porque a su pareja polaca se le acabó el permiso de residencia y emigrará-... y un padre. Ausente durante buena parte de sus vidas, y enfermo desde hace poco. Al morir la pareja de Lenny (Philip Bosco), Wendy y John deben hacerse cargo de ese padre que fue castrador -se verá- y al que no ven desde hace años.
Jenkins es hábil para mostrar que los hermanos no están pasando por su mejor momento, y que los celos entre ellos -por una beca Guggenheim, pero podría ser por cualquier otra cosa- estallan porque deben hacerse cargo de algo que, en verdad no desean. ¿Quieren a su padre? ¿Cuánto? ¿Qué están dispuestos a perder por acompañar a Lenny?

Y Philip Seymour Hoffman se crispa y pone "esas" caras como John, el encargado de bajar a tierra todas las esperanzas de Wendy con respecto a papá Lenny. Las miserias que uno pueda imaginar -en relaciones familiares, cuestiones de ética y de salud- afloran en el filme, pero, a veces, con una lustrada de comedia. Sino, ¿cómo soportar el deambular por distintos "centros de salud", eufemismo por asilo de ancianos, que deben visitar los Savage?
Comedia con tintes dramáticos o drama con apuntes de comedia, esta película, como buena parte de nuestra vida: calibrar la medida justa para que nada parezca o suene desmedido es la principal virtud de jenkins. Y elegir a tamaños actores, claro, se merece otro aplauso aparte.