En Los cazadores del arca perdida (1981), cuando todavía no sabíamos que el arqueólogo del sombrero y el látigo se llamaba Henry, y que Indiana era el nombre de su perro, nuestro héroe acuñaba una de sus mejores frases: "no son los años, es el kilometraje", le decía a Marion, la chica de la película, para explicarle el por qué de tantos magullones juntos.
En Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, Jones está, si se quiere, tan joven como por entonces. Aunque la imagen quiera desmentirnos. La primera imagen -la primera de frente, ya que Indy siempre aparece en sus películas de espalda, entre sombras o de costado- es un uppercut a la mandíbula del fan: Harrison Ford, convenientemente con barba de varios días para disimular el paso del tiempo -tenía 39 cuando se calzó el sombrero por primera vez-, está, cómo decirlo, algo... desmejorado.
Indiana Jones estará arrugado, pero no gastado; avejentado, pero con su espíritu juvenil intacto. ¿O seremos nosotros, desde la platea, que esperábamos una película como las de antes, en las que el frenesí de la aventura importaba más que la parafernalia de efectos y la tecnología CGI y demás chiches para hacernos creer que lo que vemos es menos ficticio de lo que es? ¿La nostalgia hace que lo que hoy pasa por moderno sea sólo aceleración y vértigo sin sentido?
La nueva aventura de Indiana Jones no tiene nada que envidiarle a aquella primera, que comenzaba en Perú y terminaba con la búsqueda del Arca perdida. Los años pasaron, pero Steven Spielberg y George Lucas, como su productor, apelaron a los elementos que hicieron a Indy un clásico sin aggiornarlo a las -supuestas- necesidades del público actual. Y si, como decía Hitchcock, copiarse a sí mismo es estilo, Spielberg -Indiana- lo hace. Y lo bien que lo hace.
Jones se toma unos segundos antes de pronunciar su primera palabra tras 19 años de ausencia en la pantalla: "Rusos", es todo lo que dice. Se entiende: estamos en 1957, en Nevada, pleno Estados Unidos y con la Guerra Fría de trasfondo, e Indy y su compañero Mac (Ray Winstone) son prisioneros de agentes soviéticos ante un enorme galpón. ¿No estaba allí guardada el arca, al final de Los cazadores...? Calma, fanáticos, todo llega.
Pero el centro de la trama es encontrar la calavera del título en el Amazonas. Es un objeto de leyenda, pero que le dará al que lo posea un poder supremo, y a la vez, encontrará El dorado, la ciudad de oro que perseguían los conquistadores españoles. La agente Irina Spalko (Cate Blanchett componiendo una malvada difícil de igualar) apresó al profesor Oxley (John Hurt) y a la madre del rebelde, look Marlon Brando (Shia LaBeouf, de Transformers), el joven que se contactó con Indy para que lo ayude a rastrear a Oxley.
Las historias siempre han sido lo de menos en las tramas que escribe Lucas. Aquello que las viste es lo que más luce y lo que las vuelve disfrutables. Aquí hay no una, sino dos secuencias de persecución excepcionales. Hay cavernas tenebrosas, personajes que se dan vuelta como un omelette, abundantes toques de humor y, cómo no, suficientes guiños para los fanáticos y revelaciones que, si uno creció con Indiana, lo harán abrir los ojos no tanto de asombro como de alegría.
Con sus fantasías y hasta puertas a mundos paralelos, las aventuras de Indy tienen una medida humana. Porque Jones no es una máquina, y los años pasan, y si se gana nuestro respeto y complicidad es porque vive y saltea con coraje, honestidad y pasión cada obstáculo que los malos le anteponen. Larga vida a Indiana, así sí que vale la pena recuperar a un héroe
En Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, Jones está, si se quiere, tan joven como por entonces. Aunque la imagen quiera desmentirnos. La primera imagen -la primera de frente, ya que Indy siempre aparece en sus películas de espalda, entre sombras o de costado- es un uppercut a la mandíbula del fan: Harrison Ford, convenientemente con barba de varios días para disimular el paso del tiempo -tenía 39 cuando se calzó el sombrero por primera vez-, está, cómo decirlo, algo... desmejorado.
Indiana Jones estará arrugado, pero no gastado; avejentado, pero con su espíritu juvenil intacto. ¿O seremos nosotros, desde la platea, que esperábamos una película como las de antes, en las que el frenesí de la aventura importaba más que la parafernalia de efectos y la tecnología CGI y demás chiches para hacernos creer que lo que vemos es menos ficticio de lo que es? ¿La nostalgia hace que lo que hoy pasa por moderno sea sólo aceleración y vértigo sin sentido?
La nueva aventura de Indiana Jones no tiene nada que envidiarle a aquella primera, que comenzaba en Perú y terminaba con la búsqueda del Arca perdida. Los años pasaron, pero Steven Spielberg y George Lucas, como su productor, apelaron a los elementos que hicieron a Indy un clásico sin aggiornarlo a las -supuestas- necesidades del público actual. Y si, como decía Hitchcock, copiarse a sí mismo es estilo, Spielberg -Indiana- lo hace. Y lo bien que lo hace.
Jones se toma unos segundos antes de pronunciar su primera palabra tras 19 años de ausencia en la pantalla: "Rusos", es todo lo que dice. Se entiende: estamos en 1957, en Nevada, pleno Estados Unidos y con la Guerra Fría de trasfondo, e Indy y su compañero Mac (Ray Winstone) son prisioneros de agentes soviéticos ante un enorme galpón. ¿No estaba allí guardada el arca, al final de Los cazadores...? Calma, fanáticos, todo llega.
Pero el centro de la trama es encontrar la calavera del título en el Amazonas. Es un objeto de leyenda, pero que le dará al que lo posea un poder supremo, y a la vez, encontrará El dorado, la ciudad de oro que perseguían los conquistadores españoles. La agente Irina Spalko (Cate Blanchett componiendo una malvada difícil de igualar) apresó al profesor Oxley (John Hurt) y a la madre del rebelde, look Marlon Brando (Shia LaBeouf, de Transformers), el joven que se contactó con Indy para que lo ayude a rastrear a Oxley.
Las historias siempre han sido lo de menos en las tramas que escribe Lucas. Aquello que las viste es lo que más luce y lo que las vuelve disfrutables. Aquí hay no una, sino dos secuencias de persecución excepcionales. Hay cavernas tenebrosas, personajes que se dan vuelta como un omelette, abundantes toques de humor y, cómo no, suficientes guiños para los fanáticos y revelaciones que, si uno creció con Indiana, lo harán abrir los ojos no tanto de asombro como de alegría.
Con sus fantasías y hasta puertas a mundos paralelos, las aventuras de Indy tienen una medida humana. Porque Jones no es una máquina, y los años pasan, y si se gana nuestro respeto y complicidad es porque vive y saltea con coraje, honestidad y pasión cada obstáculo que los malos le anteponen. Larga vida a Indiana, así sí que vale la pena recuperar a un héroe