Basada en un libro de Art Linson ("Fight Club", "La dalia negra") y dirigida por Barry Levinson ("Rain Man", "Bugsy"), la película narra dos semanas en la vida de Ben (De Niro), un productor cuyo segundo matrimonio acaba de hundirse y que se esfuerza penosamente en preparar su próximo filme.
Desde el reino del dinero impuesto por los estudios hasta la vida disoluta de los cineastas, caricaturizada en las sesiones de terapia de Ben con su ex mujer (Robin Wright Penn), pasando por los trastornos intestinales de su agente (John Turturro), nada escapa a la sátira.
"Estamos muy contentos que la película sea presentada aquí, porque la escena final transcurre en Cannes", declaró De Niro en entrevista con un grupo de periodistas.
El actor, de 64 años de edad, dos veces laureado con un Oscar, conoce ese mundillo de la colina de Los Angeles lo bastante como para no haber querido instalarse nunca en ella.
"Nunca he vivido allí, he pasado innumerables temporadas para hacer películas, pero vivo más bien en Nueva York. La diferencia entre las dos ciudades es grande. Los Angeles, o en todo caso los lugares de ella que nosotros frecuentamos, es como una gran sede empresarial", dijo.
Su primer contacto con Hollywood remonta al rodaje de "Mean Streets" (1973) de Martin Scorsese. "Rodamos durante tres semanas, pero yo no era en absoluto el tipo de actor que se queda dando vueltas en Los Angeles".
En la película de Levinson, con el celular pegado a la oreja, Ben trata de reactivar su carrera que pasa por muy mal momento. En Hollywood, sea actor, director o productor, uno "siempre tiene ese miedo" de ya no estar en la onda, afirmó De Niro.
Su personaje pasa las duras y las maduras entre la extravagancia del director (Michael Wincott), la inflexibilidad de su patrona en el estudio (Catherine Keener) y los caprichos del actor (Bruce Willis, en su propio rol), que rehusa afeitarse la barba.
Y respecto a los actores difíciles, De Niro no cree serlo particularmente. "Hacer una película ya es lo bastante duro como para no complicar más las cosas, al menos que uno sienta verdaderamente la necesidad de actuar de una cierta manera. Pero esto no se hace por razones personales, de tipo complejo de Edipo", dijo.
En cambio, el actor afirmó que rehúsa someterse a la ley de los estudios, considerando que la única autoridad en una película es su director. "No hay nada que discutir, el director es el jefe, es él o ella quien decide, y no el estudio", recalcó.
El actor reconoce que, por el contrario, debió batallar con la producción cuando pasó detrás de la cámara. "Generalmente, las discusiones conciernen el dinero", dijo, contando que, en el caso de "The Good Shepherd" (2006), "Matt Damon estuvo siempre presente en los momentos de presión".
Lo que no ha parecido desalentarlo, puesto que está trabajando en una continuación de la misma. "Espero que se estrene dentro de tres o cuatro años. No creo que yo haga más de cinco películas en mi vida, y eso si tengo suerte. Esta será la tercera", comentó.