Hay infinidad de juegos de ingenio en los cuales parece que todas las salidas posibles se cierran, que es imposible resolver la situación planteada. Pero cuando uno advierte cómo hacerlo, suspira y dice para sus adentros: "Era tan sencillo".
El cine no suele ser siempre un juego de ingenio. Pero a veces se presenta una trama propicia para activar neuronas. Sexto sentido, Nueve reinas, Los sospechosos de siempre son filmes que uno no se cansa de ver y rever. Plan de vuelo, no. La nueva película en la que Jodie Foster está, de nuevo, acosada por extraños y en la que la vida de su hijita está en peligro —como en La habitación del pánico— plantea una situación de difícil resolución. Entonces, cuando el espectador creía tener todas las cartas en su mano, ¡zas!, le enseñan una que nunca había visto.
¿Juego limpio?
Kyle es una ingeniera aeronáutica que trabaja en Alemania. Su esposo se cayó del techo y, bueno, se murió. Kyle debe acompañar su cuerpo, despachado en la bodega del avión, junto con su hija Julia hacia Nueva York. Como Kyle viaja con su hijita, le permiten ascender primero. Fila 26. Un amable señor le indica que allí, más atrás, hay filas sin pasajeros, más aptas para dormir en un trayecto extenso. Kyle queda rendida en su butaca, y cuando despierta, Julia no está. Se fue. Desapareció.
¿Puede una niña de seis años desvanecerse en el aire sin dejar rastros? ¿Es que nadie más que el espectador la vio subir, sentarse en el avión, dibujar un corazoncito en la ventanilla empañada? ¿Qué estaba viendo el resto de los pasajeros, Aeropuerto en las pantallas de video?
A Kyle le dicen que subió sola, que ninguna niña ascendió con ella. Han chequeado la cantidad de pasajeros, el boarding pass de Julia no aparece por ningún lado, tampoco su mochila pero sí su osito de peluche. El estado de ánimo de Kyle no es el ideal, y Jodie pone en remojo sus ojazos celestes cada tanto para testimoniarnos que sí, que está hiperrecontra preocupada por la desaparición de su hijita.
Ojos que no ven, dice el refrán, pero los ojos del espectador vieron a Julia. Tal vez no vieron otra cosa. Difícil ver algo del mundo exterior mientras se duerme. ¿Las azafatas para qué están, además de tardar en servir la comida? ¿Está allí la clave? Kyle conoce el avión como la palma de su mano, porque ayudó a diseñarlo, pero no tiene ni un rastro de su hijita. ¿Esos árabes de la fila cercana, tienen algo que ver?
La paranoia post 11 de setiembre le viene de perillas a Plan de vuelo, un buen thriller que en su último acto tira como lastre todo lo bueno que uno creía que había construido. A menos que uno no se sienta defraudado al no acertar qué pasó, sencillamente porque no le dieron las pautas necesarias —como sí ocurría en Sexto sentido, en Nueve reinas, en Los sospechosos de siempre—.
El director Robert Schwenke juega como su compatriota alemán Wolfgang Petersen en Avión presidencial al juego del encierro. Pero si en la película con Harrison Ford, el malo tenía cara de inmediato, aquí, no, la cuestión no pasa por allí. Y no adelantemos más.
Foster logra tensionar los nervios del público, sobremanera cuando grita su impotencia más por sentimiento que por razonabilidad. Sean Bean, como el capitán a bordo, y Peter Sarsgaard, como un agente de seguridad en la nave, son las contrafiguras de Jodie, que a los 42 muestra más arrugas que tics y temblequeos a la hora de ponerse al hombro toda una película, que intriga y lleva a pensar más y más... Hasta que todo se nos sirve en bandeja. De plata, OK, pero...
El cine no suele ser siempre un juego de ingenio. Pero a veces se presenta una trama propicia para activar neuronas. Sexto sentido, Nueve reinas, Los sospechosos de siempre son filmes que uno no se cansa de ver y rever. Plan de vuelo, no. La nueva película en la que Jodie Foster está, de nuevo, acosada por extraños y en la que la vida de su hijita está en peligro —como en La habitación del pánico— plantea una situación de difícil resolución. Entonces, cuando el espectador creía tener todas las cartas en su mano, ¡zas!, le enseñan una que nunca había visto.
¿Juego limpio?
Kyle es una ingeniera aeronáutica que trabaja en Alemania. Su esposo se cayó del techo y, bueno, se murió. Kyle debe acompañar su cuerpo, despachado en la bodega del avión, junto con su hija Julia hacia Nueva York. Como Kyle viaja con su hijita, le permiten ascender primero. Fila 26. Un amable señor le indica que allí, más atrás, hay filas sin pasajeros, más aptas para dormir en un trayecto extenso. Kyle queda rendida en su butaca, y cuando despierta, Julia no está. Se fue. Desapareció.
¿Puede una niña de seis años desvanecerse en el aire sin dejar rastros? ¿Es que nadie más que el espectador la vio subir, sentarse en el avión, dibujar un corazoncito en la ventanilla empañada? ¿Qué estaba viendo el resto de los pasajeros, Aeropuerto en las pantallas de video?
A Kyle le dicen que subió sola, que ninguna niña ascendió con ella. Han chequeado la cantidad de pasajeros, el boarding pass de Julia no aparece por ningún lado, tampoco su mochila pero sí su osito de peluche. El estado de ánimo de Kyle no es el ideal, y Jodie pone en remojo sus ojazos celestes cada tanto para testimoniarnos que sí, que está hiperrecontra preocupada por la desaparición de su hijita.
Ojos que no ven, dice el refrán, pero los ojos del espectador vieron a Julia. Tal vez no vieron otra cosa. Difícil ver algo del mundo exterior mientras se duerme. ¿Las azafatas para qué están, además de tardar en servir la comida? ¿Está allí la clave? Kyle conoce el avión como la palma de su mano, porque ayudó a diseñarlo, pero no tiene ni un rastro de su hijita. ¿Esos árabes de la fila cercana, tienen algo que ver?
La paranoia post 11 de setiembre le viene de perillas a Plan de vuelo, un buen thriller que en su último acto tira como lastre todo lo bueno que uno creía que había construido. A menos que uno no se sienta defraudado al no acertar qué pasó, sencillamente porque no le dieron las pautas necesarias —como sí ocurría en Sexto sentido, en Nueve reinas, en Los sospechosos de siempre—.
El director Robert Schwenke juega como su compatriota alemán Wolfgang Petersen en Avión presidencial al juego del encierro. Pero si en la película con Harrison Ford, el malo tenía cara de inmediato, aquí, no, la cuestión no pasa por allí. Y no adelantemos más.
Foster logra tensionar los nervios del público, sobremanera cuando grita su impotencia más por sentimiento que por razonabilidad. Sean Bean, como el capitán a bordo, y Peter Sarsgaard, como un agente de seguridad en la nave, son las contrafiguras de Jodie, que a los 42 muestra más arrugas que tics y temblequeos a la hora de ponerse al hombro toda una película, que intriga y lleva a pensar más y más... Hasta que todo se nos sirve en bandeja. De plata, OK, pero...
Información
Contenta con su regreso a Hollywood con otro thriller, Jodie insistirá con el género. Ya filmó Inside Man, con Denzel Washington y Clive Owen, y se anuncia The Brave One, donde será una mujer vengativa