01 octubre 2005

DESPERATE HOUSEWIVES

No habrá ganado el premio Emmy a la mejor comedia, pero que Desperate Housewives es la serie favorita del público estadounidense, ya es un hecho incontrastable. El estreno de la segunda temporada, por la cadena ABC, fue seguido por 30 millones de espectadores. Este dato batió un récord de audiencia en materia de regresos.

Muchas de las desventuras de esas cuatro mujeres que cruzan sus vidas en un prolijo suburbio quedaron en suspenso al terminar la primera temporada (aquí por Sony, los jueves a las 20), cuatro meses atrás. Los productores, sin embargo, decidieron subir la apuesta y arrancar con un capítulo que, en lugar de respuestas, planteó más preguntas.

Las protagonistas de la serie, mientras tanto, se fueron convirtiendo en celebridades. Tres de las cuatro —Marcia Cross, Teri Hatcher y Felicity Huffman— estuvieron nominadas como mejor actriz de comedia en los recientes Emmy (se lo llevó Huffman por su papel de madre totalmente superada por sus cuatro insoportables hijos). Hatcher, por su parte, paseó su figura de reivindicada señora de cuarenta por diversas tapas de revistas y ahora le pone la cara, y el pelo, a la publicidad de una importante marca de tintura para el pelo.

Los personajes, en cambio, van de problema en problema. Bree (Marcia Cross) no puede sacarse de encima la sospecha de haber adulterado los medicamentos que tomaba su marido, provocándole así la muerte, después de enterarse de que él la había engañado. Susan (Teri Hatcher) está saliendo con un plomero que seguramente es el verdadero padre de Zach, el hijo adolescente de su amiga Alice, la que se suicidó al empezar la serie. Lynette (Huffman) volvió a trabajar y le dejó el fardo infantil a su esposo, y Gabrielle (Eva Longoria) espera un hijo, pero el televidente no sabe si fue concebido, o no, en el seno del hogar.