02 setiembre 2005

GEORGE CLOONEY OVACIONADO EN LA MOSTRA DE VENECIA

Good Night, and Good Luck, la película que George Clooney presenta a concurso en el festival de Venecia, debe recibir algún premio. O varios. Lo merece por su sobriedad, por su modestia y por su valentía, y porque, debido a esas mismas virtudes, resulta improbable que alcance el menor éxito en Estados Unidos. Clooney
(director, guionista y actor secundario) homenajea a su padre, que fue periodista de informativos en televisión, y a su país, la hiperpotencia moralista capaz de lo mejor y de lo peor. Y lo hace sin color y sin golpes de efecto, con la discreción del talento genuino.

Edward R. Murrow (19081966) fue un héroe del periodismo. Como corresponsal de radio en Londres, informó sobre los bombardeos alemanes y sobre los preparativos del desembarco en Normandía; como presentador de los informativos de CBS, en una televisión incipiente, acumuló un crédito que sólo llegó a rozar Walter Cronkite la noche en que anunció que la victoria en Vietnam era imposible. George Clooney cuenta un instante de la carrera de Murrow, el momento crucial, 1953, en que se enfrentó al senador Joe McCarthy y denunció que la caza de brujas contra el comunismo no era compatible con las libertades y los derechos de los ciudadanos estadounidenses. Se trata de una historia en blanco y negro, difuminada por el jazz y el humo de los cigarrillos: una fábula de otros tiempos, de cuando una corporación como CBS resistía las presiones de políticos y anunciantes y la televisión se consideraba un instrumento educativo.

Fuerte y mezquino

Estados Unidos era entonces un país que aceptaba el apartheid sudista, se basaba en valores muy tradicionales y, como hoy, se dejaba llevar por los ataques de paranoia. Pero contaba también con un alma generosa y se enfrentaba con valor al futuro. Quizá era un país ingenuo. Era, en cualquier caso, un país que dejó buen recuerdo a medida que pasó el tiempo y Estados Unidos se hizo tan mezquino como Europa, sólo que mucho más fuerte.

El guión de Buenas noches y buena suerte exhibe la elegancia de las ecuaciones de Einstein o de los relatos de Salinger: exactitud, sobriedad y turbulencia oculta. Ensambla una victoria de la decencia, la que Murrow obtuvo sobre el patético (y peligrosísimo) senador McCarthy, con una derrota, apenas esbozada: el Murrow dibujado por Clooney percibe como inminente la hegemonía de lo comercial, lo grosero y lo estúpido. Algunas gotas de almíbar en el aderezo del guión no desnaturalizan el básico sabor amargo de la historia.

Hecha la reverencia a Clooney, falta postrarse ante David Strathairn. El actor protagonista, un veterano de la televisión y el cine independiente, recupera la expresividad hierática del mejor Bela Lugosi y sostiene, con un cigarrillo en la mano y un rictus tenso en los labios, la verosimilitud de un personaje que atisba el desengaño apenas paladeado el éxito. Good Night, and Good Luck ha abierto la Mostra de Venecia y falta mucho por ver, pero el trabajo de Clooney y Strathairn (los otros actores, incluido Clooney, no desmerecen en absoluto) queda en el cajón de los aspirantes a premo. Como casi todo el cine independiente americano, deposita en Europa sus esperanzas comerciales.

Ayer se presentó también la segunda película de concurso, Espejo mágico, un trabajo que podría ser (esperemos que no) el testamento espiritual del casi centenario director portugués Manoel de Oliveira. Lo que se pueda decir del filme resulta hasta cierto punto superfluo: la cocina de De Oliveira requiere un comensal de paladar muy trabajado, hecho al desarrollo teatral y al realismo onírico propios del decano del cine mundial. Espejo mágico está hecha para oliveiristas, gente sin prisa dispuesta a enfrascarse durante un rato largo en un juego de acertijos sobre el sentido de la vida.