Sarah Polley protagoniza The Sweet Hereafter
Éste es el resumen esencial que el propio Atom Egoyan hace de su obra: «Ante la tragedia, nuestra fortaleza y nuestra fe se ven sometidas a prueba. Ésta es la historia de una joven (Nicole) que posee un gran valor. Se ve enfrentada a un hombre (el abogado Stephens) que tiene todas las respuestas, pero que carece de las suficientes preguntas. Es una historia sobre cómo curar las profundas heridas del alma y las decisiones que deben tomarse para sanarlas».
En Sam Dent, un pueblecito canadiense, el autobús escolar se sale de la carretera y se precipita en un lago helado: mueren todos los niños menos la joven monitora Nicole Burnell y la conductora. Los afligidos padres se iban resignando a la terrible pérdida, cuando llega de la gran ciudad un abogado —Mitchell Stephens—, que les convence de que debe buscarse un responsable y culpable del accidente, y entablar un pleito...
Pero Atom Egoyan no lo cuenta así, y su narración fílmica —de la que forma parte de manera importante el montaje— es uno de los grandes logros artísticos actuales, junto con la hondura del mensaje.
Parece como si el fatal recorrido del autobús escolar recorriera también la película a pequeños tramos, hasta el comienzo del desenlace. El guión va hacia adelante y hacia atrás en el tiempo del encuentro entre las familias y el abogado Stephens, que también arrastra su propia tragedia familiar.
Establece la centralidad en el abogado Stephens, que, en las visitas a las familias de la pequeña comunidad, da a conocer indirectamente su salud moral; mejor dicho, sus enfermedades y miserias. Otra centralidad más profunda pertenece a Nicole, y al cuento del flautista de Hamelin, que acaba de contar a unos niños; cuento que se convierte en parábola de los recientes y trágicos hechos reales.
Las dos centralidades quedarán enfrentadas: la del abogado Stephens, con su supuesta y dudosa justicia legal, y la justicia moral y aun sobrenatural que Nicole quiere para su comunidad, que, habiendo sufrido la pérdida de sus niños, como en Hamelin, sigue ciega para el Bien, sigue siendo —por sus miserias morales— incapaz de entrar en el Dulce Porvenir —The Sweet Hereafter—, el Mañana Feliz a donde se llevó el Flautista los niños de Hamelin.
La estructura del guión y del montaje son de una eficacia y fuerza de sugerencia que sobrepasa la linealidad de esta obligada explicación. Eficacia y fuerza de sugerencia es también la de la fotografía, con su lenguaje de luces y sombras contrastadas, su voz de coloración trágica, anaranjada y oscura, y la réplica brillante, de espacios abiertos, luminosa y blanca, azul: son las imágenes visuales de las palabras, de los hechos que se viven.
Y todo ello encarnado por un perfecto elenco de actores, que si unos asumen papeles de principal duración, no les van a la zaga en perfección los que asumen papeles más breves.
Una gran obra, en cuyo mérito entra de modo sobresaliente la novela de Russell Banks, base del guión, de los personajes, y del argumento y su sentido.