05 agosto 2005

EL VIAJE DEL EMPERADOR DE LUC JACQUET


El Viaje del Emperador Posted by Picasa

La apuesta que afronta el francés Luc Jacquet con un filme como El viaje del emperador tiene, a priori, las características de un suicidio: filme rodado enteramente en la Antártida, con único (y absorbente) protagonismo de una sola raza de aves, el pingüino emperador; su duración, que se acerca a la hora y media, amenaza con hacer que el respetable termine odiando para siempre a tan simpáticos como poco expresivos personajes. La razón por la que no termine haciéndolo es que, por el medio, se ha operado un aparente milagro: con paciencia y una astucia considerables, Jacquet nos ha literalmente obligado a identificarnos con sus criaturas, hasta el punto de sufrir, gozar y regocijarnos con lo que en la pantalla vemos. Lo dicho: casi un milagro.

Y sin embargo, la operación no tiene nada de sobrenatural, antes bien, es una buena lección de cómo utilizar creativamente los recursos dramatúrgicos que cualquier narrador mínimamente avezado suele emplear en los filmes de ficción. El primer elemento sobre el que descansa todo el sentido de la peripecia, que sumariamente cuenta un año en la vida de una pareja de pingüinos y el nacimiento de su cría (y más generalmente, el ciclo completo de la existencia de la especie), es la voz off, sin la cual la película literalmente no existiría.

No se trata aquí de individualizar, mediante la asignación de un nombre, a uno o varios individuos de entre una manada, como hacen algunos documentales de sobremesa al uso, sino de hacer que la voz responda desde la subjetividad, encarnándose en el personaje. De esa manera, se obtiene una identificación secundaria sumamente eficaz, aunque un tanto tramposa, porque lo mismo vale para que suframos con los emperadores como para disimular si en realidad se trata de quien se nos dice que son los protagonistas, o de otros parecidos.

El segundo elemento que ayuda a conferir rotundidad a lo narrado en El viaje del emperador no es otro que el viejo tema del viaje: se trata de recorrer territorios hostiles, de afrontar peligros innominados (aquí, una feroz foca a la que vemos en sangrienta acción) y de regresar a tiempo para que la nueva vida no perezca... un elemento de suspensión de la incredulidad que va tan bien a cualquier narración que se precie. El viaje, además, incluye como un adosado programa narrativo tanto al azar como a lo inesperado: si se podrán superar las dificultades del terreno, si se encontrará la entrada para penetrar, desde los hielos eternos al océano que es la fuente nutricia principal de los pingüinos; si las inclemencias del tiempo austral, con sus 40º bajo cero, permitirá el regreso; si, en fin, la orientación será lo suficientemente atinada y fina como para permitir el regreso sin dificultades junto al resto del pueblo pingüinil...

Sagaz y afectiva

Pero estos elementos no serían nada sin lo que de verdad hace de El viaje del emperador una película sagaz y efectiva: la emoción que el guión, escrito por el propio realizador, explota a gusto, haciendo que el espectador sufra con las andanzas y la indefensión de los improbables héroes, pero que también obtenga las compensaciones que toda narración sabia sabe administrar con un muy especial cuidado.


Y el resultado es una película que a lo que menos se parece es a lo que en realidad es, un documental más o menos interesante sobre la vida de la criatura que vive en los ámbitos más meridionales del planeta en los que la vida es posible, y a lo que más, a una película de ficción, con sus avances, sus retrocesos, sus silencios narrativos, sus especulaciones, su suspense.


Emocionante cuando toca, agónica cuando se nos invita a sufrir con ella, El viaje del emperador es un largometraje que se ve casi siempre con gusto... a lo que no es ajeno un uso majestuoso de su impecable fotografía y unos omnipresentes intérpretes que si no han cobrado por su trabajo, bien podrían exigirlo.