Basada en la novela homónima de Le Carré, protagonizada por el brillante y perfeccionista Ralph Fiennes y por Rachel Weisz, una británica a la que esta película podría lanzar definitivamente al estrellato, el filme es uno de los favoritos de la sección competitiva del 62 Festival Internacional de Cine de Venecia, que comienza la próxima semana.
Una intriga política y económica que salpica a varios países; multinacionales farmacéuticas explotando sin escrúpulos la pobreza del Tercer Mundo, y una historia de amor frustrada por la muerte, sobre el trasfondo siempre fascinante de los paisajes africanos, son los ingredientes sobre los que Le Carré basó esta novela, cuya publicación fue prohibida en Kenia, país en el que se desarrolla gran parte de la trama. La denuncia de corrupción (ficticia pero quizás más cercana a la realidad de lo que parece) que inunda las páginas del libro contra el Gobierno local por permitir que las farmacéuticas utilicen a los keniatas como cobayas también es parte del guión, pero, sorprendentemente, la película consiguió superar la prohibición que pesa sobre la novela y Meirelles filmó en los mismos lugares que describe Le Carré en el libro. "Cuando me propusieron dirigir este proyecto yo estaba precisamente en Kenia buscando localizaciones para otra película, así que ya había caído bajo el embrujo de la atmósfera, los paisajes y las gentes de ese país. Los productores querían filmar en Suráfrica pero yo insistí y les convencí para que lucharan y consiguieran que nos quedáramos en Kenia", explicó recientemente Meirelles durante un encuentro con la prensa en Nueva York.
La oferta económica de la productora no pudo ser rechazada por un país para el que la película significa dinero en mano y trabajo para centenares de personas. Y así comenzó la aventura africana de este brasileño de 50 años.
Meirelles, que en su primer largometraje (Ciudad de Dios) mostró al mundo la realidad de las favelas a través del ojo excepcional de su fiel director de fotografía Cesar Charlone (que vuelve a impregnar la pantalla con su personal mirada en The Constant Gardener), había recibido muchas ofertas para dar el salto a Hollywood, pero ninguna le había interesado hasta que llegó ésta. "Era una iniciativa modesta e independiente, de bajo presupuesto, cuando me la ofrecieron. Luego entró Hollywood, a través de Focus Pictures, y me aterroricé porque me imaginé que se me acabaría la libertad creativa. Sin embargo, no me puedo quejar, he hecho realmente lo que me ha dado la gana. En realidad, quien más poder tenía en este rodaje era Le Carré, puesto que la última palabra respecto al guión, al casting, al director y a la edición final era suya", explica Meirelles, quien, no obstante, asegura que fue una gran ayuda tener al escritor cerca.
Ralph Fiennes, que interpreta a Justin Quayle, el pasivo diplomático británico que decide desafiar a gobiernos y multinacionales para desvelar el porqué del asesinato de su esposa, la activista encarnada por Rachel Weisz, corrobora las palabras del brasileño. "Se nota que no se ha educado en Hollywood, así que prescinde de muchas de las convenciones típicas de una gran producción. Le gusta mucho la improvisación y nos incitaba continuamente a trabajar en esa dirección, y para mí ése es uno de los placeres de ser actor", comentaba Fiennes, elegante y británicamente correcto, desde Nueva York.
Tanto para Rachel Weisz como para Meirelles, el mensaje de denuncia que subyace en este thriller fue un motivo "importante" para embarcarse en el proyecto. Pero, en cambio, a Fiennes, a quien el director brasileño define como "un minimalista de la interpretación", no le gusta que los actores sean portavoces de causas políticas o sociales. "Le Carré está enfadado con las multinacionales. Me parece bien. Yo le apoyo. Pero no voy a hacer campaña fuera de la película, creo que no es nuestro lugar", afirma.
A este actor, que dejó su huella indeleble en la pantalla con el oscarizado drama El paciente inglés, lo que le atrajo fue el personaje de Justin Quayle, el reto interpretativo de un hombre conformista y pasivo que tras el asesinato de su esposa sufre una transformación interior que le llevará a viajar a través de Kenia, Reino Unido y Alemania en busca de respuestas que antes nunca habría querido buscar.
"Yo escojo mis papeles por instinto, si me gusta el personaje, si me habla, me meto en el proyecto, siempre ha sido así. Y en el teatro funciono de la misma manera", dice el actor que en los próximos meses estrenará otras dos películas, The white countess y Land of the blind, además de prestar su voz a la nueva entrega de animación de Wallace & Gromit y de haber encarnado a un excéntrico villano en la nueva entrega cinematográfica del popular personaje creado por J. K. Rowling, Harry Potter y el cáliz de fuego, que está previsto que se estrene en noviembre en EE UU y en diciembre en Suramérica.
Todos los participantes en la película coinciden en que su paso por África será difícil de olvidar. "El nivel de pobreza es realmente impactante y, aunque acudes preparado para que te impresione, al ver esa miseria espeluznante llegas a avergonzarte de tu procedencia privilegiada, de venir de un país rico. Pero lo que más nos sorprendió fue el espíritu de la gente, el contacto humano, su capacidad para, a pesar de todo, sonreír y ser capaces de compartir", recuerda Fiennes.
Pese a adornar la experiencia de poesía, el equipo de The Constant Gardener no se limitó a disfrutar del calor humano de los keniatas y, quizás acuciados por esa culpa de la que habla el actor, montaron un fondo de ayuda a Kenia que lleva el nombre de la película. "Supongo que es lo mínimo que podíamos hacer", asegura Rachel Weisz, cuyo personaje, inspirado en activistas de ONG, es el más idealista del filme. "Esta cinta plantea dudas importantes respecto a la labor de las grandes farmacéuticas en África. Espero que sirva para abrir un debate respecto a la necesidad de controlar lo que hacen allí esas empresas", asegura la actriz, con la que la crítica estadounidense se ha volcado en esta película, augurándole un prometedor futuro. Tímida y modesta, Weisz, de 34 años, también protagoniza The fountain, la nueva y esperada película de Darren Aronofsky (Requiem for a dream), que se estrena este otoño, así que parece bastante probable que, tras sus inciertos inicios con filmes como La momia, la actriz consiga por fin entrar en la lista de preferidas de Hollywood.
Un continente en el objetivo
África, el continente olvidado por el que hacen campaña cantantes como Bono o Bob Geldof, está a punto de recibir también el empuje mediático del cine. Además de The Constant Gardener hay casi una decena de películas ya filmadas o en proceso de creación que transcurren en diferentes países africanos, con cierta carga política y crítica, que podrían contribuir a despertar el interés de la opinión pública por los problemas de ese complejo continente. La belleza de los paisajes africanos sin duda es un plus añadido para el cine, algo que Meirelles ha sabido explotar muy bien en su nueva película, pero ahora parece que de lo que se trata, sobre todo, es de hacer cine-denuncia. La tendencia quedó oficialmente inaugurada el año pasado con la escalofriante Hotel Ruanda, sobre el genocidio tutsi, y prosiguió este invierno con La intérprete, donde se atacaba la corrupción de los gobernantes de un país africano imaginario moldeado a imagen de muchos gobiernos reales.
El año próximo se estrenará El último rey de Scotland, título que se autoconcedió el brutal dictador ugandés Idi Amín, cuyo reinado es explorado en la película.
Ridley Scott, John Woo, Spike Lee y Emir Kusturica, entre otros, han unido sus fuerzas creativas bajo los auspicios de Unicef en el filme All the invisible children, que a través de siete cortos denuncia las condiciones de vida de niños de todo el planeta, prestando particular atención a los africanos. Tony Scott, hermano de Ridley, se ha llevado a Sudán a Nicole Kidman para filmar allí Emma's war, sobre una activista británica que se casa con uno de los llamados señores de la guerra. Y hasta el próximo proyecto de Fernando Meirelles también tendrá África entre sus protagonistas. "Se titulará Intolerancia: la secuela, y en él se combinan siete historias que transcurren en Kenia y diferentes países del Tercer Mundo sin aparente conexión, aunque el espectador va descubriendo que todas tienen un denominador común", argumenta el director.