23 abril 2009

Duplicity

No sobran las comedias inteligentes y refinadas sobre agentes secretos o espías de todo tipo y clase. En alguna época, esa confección hecha de diálogos pícaros, viajes transatlánticos y rivales duros de vencer eran parte de Hollywood. Hoy, cuando James Bond no sonríe ni que le pidan por favor, se extraña cierta liviandad de antaño.

Y es raro que el intento de regresar a eso venga de parte de uno de los culpables de que Bond se haya puesto tan... serio.
Tony Gilroy, director de Duplicidad, es el guionista de la saga Bourne, trilogía densa (en complicaciones y tono) que hizo que los productores de 007 tiraran la ligereza en el Támesis. Gilroy es, además, director de Michael Clayton, otra super seria película sobre corporaciones y espionaje.

En Duplicidad vuelven las corporaciones y los espías, pero lo que cambia es el tono. Lo que
Gilroy intenta aquí es usar esos mismos elementos, pero en forma de sofisticada comedia adulta. Y le sale, a medias. Julia Roberts encarna a Claire, una ex agente de la CIA que trabaja como espía de la corporación Equikrom dentro de su rival, Burkett & Randle. Su rol es obtener secretos de nuevos productos de esta compañía y la mujer se ha topado con algo. Ellos no saben bien qué es, pero en B&R todos están entusiasmadísimos. Y Equikrom quiere ganarle de mano a toda costa.

Clive Owen es Ray, un agente del MI6 que trabaja para Equikrom. Un día hace contacto con Claire y descubre que la conoce de antes. Que en sus épocas como espías "de verdad" tuvieron un affaire que en realidad se trató de una trampa de Claire. Y al verla no quiere saber nada con trabajar juntos. Pero pronto descubrimos que el asunto no es tan así. En realidad, descubriremos que nada es... tan así.

Montando engaño sobre engaño, trampa sobre trampa y traición sobre supuesta traición, Duplicidad gana cuando dedica su tiempo a sus dos protagonistas y a la nunca del todo clara relación entre ellos. ¿Se quieren? ¿Se mienten? ¿Quién engañará primero a quién?
Owen y Roberts poseen una gran química y las escenas que comparten tienen momentos deliciosos y ocurrentes, siempre sutilmente graciosos. Pero, acaso por su origen como guionista, Gilroy no puede evitar revolver el enredo corporativo demasiadas veces, complicar hasta lo imposible una trama que, finalmente, no debería ser tan importante.

Parece faltarle, como director, cierto timing para el manejo de la comedia. Como si de golpe, alguien que hizo de la complejidad y seriedad una carrera decidiera contar un chiste. La broma es buena, el asunto es saber contarla con gracia