Sueño americano cumplido, Cenicienta moderna, La revancha de la perdedora. Cualquier título trillado le cabría a la historia de Nikki Blonsky (18), una historia que reúne todos los clichés necesarios para encandilar a más de un productor poco
Para los parámetros socialmente correctos, Nicole Margaret Blonsky es más que petisa —mide 1,47 m— y tiene unos cuantos kilos de sobra. Conclusión: nadie le auguraba demasiado porvenir en un mundo tiranizado por la imagen. Y, desde chica, el mundo se encargó de gritárselo en la cara: "En la escuela —contó ella en diversas entrevistas— se burlaban de mí por ser diferente, pero aprendí a una edad muy temprana que las personas se ríen de otros porque se sienten inseguras sobre sí mismas. Decidí que si estas chicas necesitaban mofarse de mí para sentirse mejor, adelante. Que siguieran, porque a mí no me molestaba."
Esa fortaleza la encontraba en su hogar de clase media baja en Great Neck (estado de Nueva York), donde sus padres —un empleado municipal y una ordenanza escolar— no la sometían a tortuosas dietas ni pretendían que se ajustara al modelo televisivo imperante. "Nunca me hicieron sentir diferente por los talles de mi ropa o por ser baja. Yo sabía que era distinta, pero ellos me decían que era hermosa y que podía hacer cualquier cosa que me propusiera. Con padres así, no tenés más opción que tener confianza en quién sos y estar orgullosa de ello."
Poco después de aprender a hablar, empezó a cantar: tenía 3 años. A los 8, fascinada por Mary Poppins y musicales por el estilo, ya sabía que quería dedicarse a eso y tomó sus primeras clases. En la secundaria —la Great Neck South High School, especializada en arte dramático y musical— actuó en varias obras y, pese a las burlas, protagonizó Los Miserables y Carmen. Para festejar su cumpleaños de 15, la llevaron a Broadway a ver Hairspray, el musical basado en la película de 1988 del revulsivo John Waters. Quedó encantada con la obra y, sobre todo, con el personaje principal, Tracy Turnblad. "Fue la primera vez que me sentí verdaderamente conectada con otra persona a nivel espiritual. Dije: Dios mío, esa chica entiende lo que pienso. Estamos cortadas por la misma tijera".
Enseguida se propuso hacer el papel de la rechoncha heroína que, contra todos los prejuicios estéticos, se destaca en un programa televisivo de rock en la racista Baltimore de los '60, y desde allí lucha contra la segregación racial. Pero le dijeron que era demasiado joven. Cuando cumplió 17, descubrió que estaban buscando a alguien sin demasiada experiencia, de entre 17 y 24 años, para que hiciera de Tracy en la película basada en el musical. Mandó un video con algunas de sus canciones; el video casi se pierde en el laberinto burocrático de la productora, pero finalmente lo encontraron y gustó. Nikki estuvo cinco meses sometiéndose a casting tras casting: había mil aspirantes a conseguir el lugar.
Mientras, ella seguía con su trabajo en una heladería de Long Island. Allí cayeron, un día, varios camarógrafos y periodistas. Le dijeron que estaban filmando la vida cotidiana de las cuatro finalistas, pero de repente, bien a lo yanqui, le anunciaron en vivo, por el popular programa Entertainment Tonight, que era la elegida. "Me caí de la silla llorando y gritando, moviendo los brazos frenéticamente." Era un final feliz. O, en realidad, un comienzo: dicen los especialistas que es la gran revelación de la película. "La moraleja de Hairspray, y también la de mi vida, es que tenés que estar seguro de lo que sos para gustar. Tenés que encontrar la pasión en tu interior y seguir tus sueños, no importa cuál sea tu aspecto. Al final, lo que importa es el talento y el amor, no el largo del pelo ni el tamaño de las caderas". Muy lindo, pero ¿qué pasará de cuando el efecto Hairspray se diluya? "Estoy encantada de ser diferente en esta industria. Rezo por que haya más papeles para las grandotas. Me gustaría actuar en otros musicales, pero también en dramas o comedias. Si no, no hay problema: vuelvo a la heladería, me como un cucurucho de crema, y listo." imaginativo de Hollywood: la adolescente gordita, discriminada, empleada en una heladería, que un buen día es elegida para protagonizar un musical y se convierte en estrella.
Para los parámetros socialmente correctos, Nicole Margaret Blonsky es más que petisa —mide 1,47 m— y tiene unos cuantos kilos de sobra. Conclusión: nadie le auguraba demasiado porvenir en un mundo tiranizado por la imagen. Y, desde chica, el mundo se encargó de gritárselo en la cara: "En la escuela —contó ella en diversas entrevistas— se burlaban de mí por ser diferente, pero aprendí a una edad muy temprana que las personas se ríen de otros porque se sienten inseguras sobre sí mismas. Decidí que si estas chicas necesitaban mofarse de mí para sentirse mejor, adelante. Que siguieran, porque a mí no me molestaba."
Esa fortaleza la encontraba en su hogar de clase media baja en Great Neck (estado de Nueva York), donde sus padres —un empleado municipal y una ordenanza escolar— no la sometían a tortuosas dietas ni pretendían que se ajustara al modelo televisivo imperante. "Nunca me hicieron sentir diferente por los talles de mi ropa o por ser baja. Yo sabía que era distinta, pero ellos me decían que era hermosa y que podía hacer cualquier cosa que me propusiera. Con padres así, no tenés más opción que tener confianza en quién sos y estar orgullosa de ello."
Poco después de aprender a hablar, empezó a cantar: tenía 3 años. A los 8, fascinada por Mary Poppins y musicales por el estilo, ya sabía que quería dedicarse a eso y tomó sus primeras clases. En la secundaria —la Great Neck South High School, especializada en arte dramático y musical— actuó en varias obras y, pese a las burlas, protagonizó Los Miserables y Carmen. Para festejar su cumpleaños de 15, la llevaron a Broadway a ver Hairspray, el musical basado en la película de 1988 del revulsivo John Waters. Quedó encantada con la obra y, sobre todo, con el personaje principal, Tracy Turnblad. "Fue la primera vez que me sentí verdaderamente conectada con otra persona a nivel espiritual. Dije: Dios mío, esa chica entiende lo que pienso. Estamos cortadas por la misma tijera".
Enseguida se propuso hacer el papel de la rechoncha heroína que, contra todos los prejuicios estéticos, se destaca en un programa televisivo de rock en la racista Baltimore de los '60, y desde allí lucha contra la segregación racial. Pero le dijeron que era demasiado joven. Cuando cumplió 17, descubrió que estaban buscando a alguien sin demasiada experiencia, de entre 17 y 24 años, para que hiciera de Tracy en la película basada en el musical. Mandó un video con algunas de sus canciones; el video casi se pierde en el laberinto burocrático de la productora, pero finalmente lo encontraron y gustó. Nikki estuvo cinco meses sometiéndose a casting tras casting: había mil aspirantes a conseguir el lugar.
Mientras, ella seguía con su trabajo en una heladería de Long Island. Allí cayeron, un día, varios camarógrafos y periodistas. Le dijeron que estaban filmando la vida cotidiana de las cuatro finalistas, pero de repente, bien a lo yanqui, le anunciaron en vivo, por el popular programa Entertainment Tonight, que era la elegida. "Me caí de la silla llorando y gritando, moviendo los brazos frenéticamente." Era un final feliz. O, en realidad, un comienzo: dicen los especialistas que es la gran revelación de la película. "La moraleja de Hairspray, y también la de mi vida, es que tenés que estar seguro de lo que sos para gustar. Tenés que encontrar la pasión en tu interior y seguir tus sueños, no importa cuál sea tu aspecto. Al final, lo que importa es el talento y el amor, no el largo del pelo ni el tamaño de las caderas". Muy lindo, pero ¿qué pasará de cuando el efecto Hairspray se diluya? "Estoy encantada de ser diferente en esta industria. Rezo por que haya más papeles para las grandotas. Me gustaría actuar en otros musicales, pero también en dramas o comedias. Si no, no hay problema: vuelvo a la heladería, me como un cucurucho de crema, y listo." imaginativo de Hollywood: la adolescente gordita, discriminada, empleada en una heladería, que un buen día es elegida para protagonizar un musical y se convierte en estrella.