El holandés Paul Verhoeven siempre ha sido detrás de cámaras un hombre vehemente al retratar a sus protagonistas. Los personajes están dispuestos a todo, sea la asesina del picahielos de Bajos instintos, el policía de RoboCop o una stripper de ShowGirls. La protagonista de Black Book tiene casi todo perdido, salvo el tesón y un amor propio a prueba de nazis y traiciones.
Uno de los méritos de este regreso de Verhoeven a su tierra se encuentra en cómo aborda el tema de la persecución y, más aún, en cómo enjuicia a la Resistencia holandesa y en darle sentimientos a algún personaje nazi (el que compone Sebastian Koch, el perseguido en La vida de los otros), aunque cueste creer que un tipo tan amable haya escalado tanto en una maquinaria criminal como la que encabezó Hitler.
La película que marca el regreso del director de El vengador del futuro a Holanda comienza en Israel, por 1956. Una visitante se cruza con una mujer en un kibutz, y a partir de allí todo será un extenso racconto.
"Rachel, no debes ser tan confiada; no en tiempos como éstos", le recomendaban a fines de 1944. Rachel (Carice van Houten), una cantante que debió abandonar su vocación con la llegada de los nazis, ha perdido todo, o casi todo. Al profesar la religión judía, está refugiada en la casa de una familia cristiana, pero cuando ésta vuela en pedazos, trata de huir, cruzando la frontera en una embarcación. En verdad ella, sus padres y su hermano son víctimas de una emboscada en la que intervienen nazis y algún infiltrado que negocia y se aprovecha de judíos ricos para quedarse con sus pertenencias.
Salvada por la Resistencia holandesa, Rachel conocerá a Müntze, un oficial de la Gestapo (Koch), del cual increíblemente, o no, se enamorará, y él también. Su contacto con el jerarca nazi, como amante y secretaria que trabaja para el régimen, le sirve a la Resistencia para instalar micrófonos y ayudar a rescatar prisioneros. "¿Cuánto estás dispuesta a dar?", le inquieren, y ella responde con la misma simpleza con la que se desnuda: lo que sea necesario. Pero la pregunta "¿La vida de un judío vale más que la de un buen holandés?" no necesita respuesta.
Por suerte, cuando parecía perdido, y como si respirar el aire de su patria lo devolviera a mejores tiempos, Verhoeven regresa a los climas de El soldado de Orange. Pero también es cierto que Black Book —el título avisa, tal vez, demasiado— es obra de un hombre que ha sabido filmar escenas de acción, suspenso y erotismo, por lo que el relato estará condimentado con suficientes situaciones como para entretener y agarrar al espectador por casi dos horas y media.
El guión está estructurado en tres grandes partes, la tercera de las cuales es tal vez la más rica. La guerra ha terminado y llega el momento en el que los holandeses revisan el pasado inmediato y Verhoeven muestra cómo se castiga a los que ayudaron al régimen. Terrible y espectacular, Black Book no dejará indiferente a nadie
Uno de los méritos de este regreso de Verhoeven a su tierra se encuentra en cómo aborda el tema de la persecución y, más aún, en cómo enjuicia a la Resistencia holandesa y en darle sentimientos a algún personaje nazi (el que compone Sebastian Koch, el perseguido en La vida de los otros), aunque cueste creer que un tipo tan amable haya escalado tanto en una maquinaria criminal como la que encabezó Hitler.
La película que marca el regreso del director de El vengador del futuro a Holanda comienza en Israel, por 1956. Una visitante se cruza con una mujer en un kibutz, y a partir de allí todo será un extenso racconto.
"Rachel, no debes ser tan confiada; no en tiempos como éstos", le recomendaban a fines de 1944. Rachel (Carice van Houten), una cantante que debió abandonar su vocación con la llegada de los nazis, ha perdido todo, o casi todo. Al profesar la religión judía, está refugiada en la casa de una familia cristiana, pero cuando ésta vuela en pedazos, trata de huir, cruzando la frontera en una embarcación. En verdad ella, sus padres y su hermano son víctimas de una emboscada en la que intervienen nazis y algún infiltrado que negocia y se aprovecha de judíos ricos para quedarse con sus pertenencias.
Salvada por la Resistencia holandesa, Rachel conocerá a Müntze, un oficial de la Gestapo (Koch), del cual increíblemente, o no, se enamorará, y él también. Su contacto con el jerarca nazi, como amante y secretaria que trabaja para el régimen, le sirve a la Resistencia para instalar micrófonos y ayudar a rescatar prisioneros. "¿Cuánto estás dispuesta a dar?", le inquieren, y ella responde con la misma simpleza con la que se desnuda: lo que sea necesario. Pero la pregunta "¿La vida de un judío vale más que la de un buen holandés?" no necesita respuesta.
Por suerte, cuando parecía perdido, y como si respirar el aire de su patria lo devolviera a mejores tiempos, Verhoeven regresa a los climas de El soldado de Orange. Pero también es cierto que Black Book —el título avisa, tal vez, demasiado— es obra de un hombre que ha sabido filmar escenas de acción, suspenso y erotismo, por lo que el relato estará condimentado con suficientes situaciones como para entretener y agarrar al espectador por casi dos horas y media.
El guión está estructurado en tres grandes partes, la tercera de las cuales es tal vez la más rica. La guerra ha terminado y llega el momento en el que los holandeses revisan el pasado inmediato y Verhoeven muestra cómo se castiga a los que ayudaron al régimen. Terrible y espectacular, Black Book no dejará indiferente a nadie