La gente se pone inquieta. Primero es una pareja la que se levanta y se retira de la sala, luego es otro hombre solo. Más tarde son dos jóvenes las que abandonan el cine en West Hollywood. Ninguno regresa.
Y eso que aún los pasajeros de United 93 no intentaron reducir, con la misma violencia, a los terroristas y tomar el control del avión que, igual, habría de estrellarse el 11 de setiembre de 2001 en Pensilvania.
El United 93 fue el único de los cuatro aviones que secuestró Al Qaeda que no llegó al destino que los terroristas islámicos deseaban, y es sobre el que el inglés Paul Greengrass desarrolla la devastadora película que se estrenó en los EE.UU. hace unas semanas.
Y como en Domingo negro —no estrenada comercialmente en nuestro país—, donde relataba la matanza por parte de las fuerzas británicas de inocentes irlandeses, basada en un hecho real, en United 93 logra involucrar al espectador común de una manera increíble. A los estadounidenses, está visto, mucho más aún.
Greengrass comienza la película con uno de los terroristas orando, interrumpido por otro que le notifica: "Ya es el momento". De esa casa partirán hasta el aeropuerto de Newark, donde junto con otros dos terroristas abordarán el vuelo en primera clase.
Durante 110 minutos Greengrass pendulará la cámara en mano por diferentes centros de control aéreo y la cabina del avión. Llegará el momento en el que los dos primeros aviones se estrellen contra el World Trade Center y luego sí, los terroristas se apoderen del United 93 tras asesinar a los pilotos y a un pasajero.
Todo lo que pasa en el avión es una suposición basada en conversaciones que los pasajeros mantuvieron telefónicamente con sus familiares y amigos, ya que no hubo sobrevivientes. Y telefónicamente fue cómo se enteraron de que el vuelo en el que viajaban se había convertido en una misión suicida tras el impacto en las Torres gemelas. Si ellos no tomaban control del mismo, terminarían todos muertos.
El in crescendo que logra Greengrass pocas veces se ha reflejado en la pantalla. Será la inmediatez del hecho, la falta de rostros conocidos para interpretar a los pasajeros, lo que redunda en que sean identificados como gente común que, desesperada, lucha por su vida, o el indudable talento del director de La supremacía Bourne, pero el relato hace acrecentar las pulsaciones a medida que se acerca el desenlace.
Los familiares de las víctimas recibieron con aplausos al filme, que les rinde homenaje sin pintarlos como improbables héroes anónimos. Es la primera película en tocar el tema desde la ficción. Pronto llegará World Trade Center, en la que el siempre manipulador Oliver Stone contará el rescate de heridos en las Torres.
Cuando está por llegar lo inevitable, la gente se inquieta. Un espectador se pone de pie y lo ve desde el pasillo. Los títulos finales reafirman que los mandos militares no tuvieron nada que ver con el derribamiento del avión, como se especuló en su momento, asegurando que tomaron sus primeras decisiones cuatro minutos después de que el United 93 se estrellara contra el suelo. El público —la película fue calificada como "R", lo que restringe el ingreso a la sala de menores de 17 años— se seca las lágrimas mientras permanece clavado a sus butacas.
No es Vuelo 93, como se conocerá recién el 31 de agosto, de visión sencilla. El sentimiento terrorífico, la violencia desatada, el temor con mayúsculas se apodera de la sala.
Tal vez no todo haya sido como lo plantea la película, pero la sociedad estadounidense ha acudido rápidamente —la sala estaba casi llena el viernes al mediodía— para retomar un debate nunca cerrado, con un filme que nunca plantea cuestiones ideológicas sino lisa y llanamente morales. Y por eso es un filme de visión imprescindible
Y eso que aún los pasajeros de United 93 no intentaron reducir, con la misma violencia, a los terroristas y tomar el control del avión que, igual, habría de estrellarse el 11 de setiembre de 2001 en Pensilvania.
El United 93 fue el único de los cuatro aviones que secuestró Al Qaeda que no llegó al destino que los terroristas islámicos deseaban, y es sobre el que el inglés Paul Greengrass desarrolla la devastadora película que se estrenó en los EE.UU. hace unas semanas.
Y como en Domingo negro —no estrenada comercialmente en nuestro país—, donde relataba la matanza por parte de las fuerzas británicas de inocentes irlandeses, basada en un hecho real, en United 93 logra involucrar al espectador común de una manera increíble. A los estadounidenses, está visto, mucho más aún.
Greengrass comienza la película con uno de los terroristas orando, interrumpido por otro que le notifica: "Ya es el momento". De esa casa partirán hasta el aeropuerto de Newark, donde junto con otros dos terroristas abordarán el vuelo en primera clase.
Durante 110 minutos Greengrass pendulará la cámara en mano por diferentes centros de control aéreo y la cabina del avión. Llegará el momento en el que los dos primeros aviones se estrellen contra el World Trade Center y luego sí, los terroristas se apoderen del United 93 tras asesinar a los pilotos y a un pasajero.
Todo lo que pasa en el avión es una suposición basada en conversaciones que los pasajeros mantuvieron telefónicamente con sus familiares y amigos, ya que no hubo sobrevivientes. Y telefónicamente fue cómo se enteraron de que el vuelo en el que viajaban se había convertido en una misión suicida tras el impacto en las Torres gemelas. Si ellos no tomaban control del mismo, terminarían todos muertos.
El in crescendo que logra Greengrass pocas veces se ha reflejado en la pantalla. Será la inmediatez del hecho, la falta de rostros conocidos para interpretar a los pasajeros, lo que redunda en que sean identificados como gente común que, desesperada, lucha por su vida, o el indudable talento del director de La supremacía Bourne, pero el relato hace acrecentar las pulsaciones a medida que se acerca el desenlace.
Los familiares de las víctimas recibieron con aplausos al filme, que les rinde homenaje sin pintarlos como improbables héroes anónimos. Es la primera película en tocar el tema desde la ficción. Pronto llegará World Trade Center, en la que el siempre manipulador Oliver Stone contará el rescate de heridos en las Torres.
Cuando está por llegar lo inevitable, la gente se inquieta. Un espectador se pone de pie y lo ve desde el pasillo. Los títulos finales reafirman que los mandos militares no tuvieron nada que ver con el derribamiento del avión, como se especuló en su momento, asegurando que tomaron sus primeras decisiones cuatro minutos después de que el United 93 se estrellara contra el suelo. El público —la película fue calificada como "R", lo que restringe el ingreso a la sala de menores de 17 años— se seca las lágrimas mientras permanece clavado a sus butacas.
No es Vuelo 93, como se conocerá recién el 31 de agosto, de visión sencilla. El sentimiento terrorífico, la violencia desatada, el temor con mayúsculas se apodera de la sala.
Tal vez no todo haya sido como lo plantea la película, pero la sociedad estadounidense ha acudido rápidamente —la sala estaba casi llena el viernes al mediodía— para retomar un debate nunca cerrado, con un filme que nunca plantea cuestiones ideológicas sino lisa y llanamente morales. Y por eso es un filme de visión imprescindible