La esperada película de Alejandro González Iñárritu, Babel, protagonizada por Brad Pitt (que no vino), Gael García Bernal y Cate Blanchett, se presentó en la competencia y dividió las opiniones entre los críticos que están aquí.
Para este cronista se trata de un melodrama vulgar, manipulador de emociones, que pega un golpe bajo tras otro —niños en peligro permanente, armas que aparecen en cualquier situación para forzar tensiones, personajes fastidiosos, coincidencias absurdas—, todo en un tono de prédica moralista similar a la de filmes como Crash.
Un arma dispara los hechos. La tiene un chico marroquí y por una voltereta imposible le da en el cuello a una turista norteamericana (Cate Blanchett). Su marido (Brad Pitt) intentará, con dificultad, que la atiendan y hospitalicen. Sus hijos, en tanto, acompañan a la mucama a la boda de su hijo, por lo que tienen que cruzar la frontera a México con un primo (Gael García Bernal), que los mete en problemas al volver.
Una tercera historia —ya un clásico en los filmes del realizador mexicano de Amores perros y 21 gramos— transcurre en Japón y se centra en la difícil relación entre un padre y su hija adolescente sordomuda.
"Es una película sobre la incomunicación —dijo el director—, sobre lo frágiles que somos como humanos, y cómo, cuando un lazo se rompe, no es el lazo lo que está podrido sino toda la cadena." En la mesa lo acompañaba Gustavo Santaolalla, el argentino ganador del Oscar —por Secreto en la montaña— que hizo la música de la película, banda sonora cuya falta de solemnidad le quita un poco de peso a la cargada trama.
"Es mi tercera película con Alejandro —dijo—. El desafío aquí era encontrar un sonido que uniera todas las historias, lugares y personajes. Y la encontré en un instrumento llamado oud, de origen árabe, que es un ancestro de la guitarra española y tiene ecos del koto japonés.
"También se vio el cuarto largometraje del francés Bruno Dumont, que ya fue premiado aquí por La humanidad. Dumont vuelve un poco a sus raíces, filmando en el lugar donde nació. En Flanders toma a personajes que viven en pueblos rurales —como en su opera prima, La vida de Jesús— y los hace interactuar de una manera apática y silenciosa que esconde un complejo entramado de emociones.
Con economía de recursos y expresando muchas cosas con sólo miradas, silencios y planos subjetivos, Dumont arma un filme por momentos notable, que se desbarranca un poco en las largas secuencias bélicas en las que parece encontrarse fuera de su elemento
Para este cronista se trata de un melodrama vulgar, manipulador de emociones, que pega un golpe bajo tras otro —niños en peligro permanente, armas que aparecen en cualquier situación para forzar tensiones, personajes fastidiosos, coincidencias absurdas—, todo en un tono de prédica moralista similar a la de filmes como Crash.
Un arma dispara los hechos. La tiene un chico marroquí y por una voltereta imposible le da en el cuello a una turista norteamericana (Cate Blanchett). Su marido (Brad Pitt) intentará, con dificultad, que la atiendan y hospitalicen. Sus hijos, en tanto, acompañan a la mucama a la boda de su hijo, por lo que tienen que cruzar la frontera a México con un primo (Gael García Bernal), que los mete en problemas al volver.
Una tercera historia —ya un clásico en los filmes del realizador mexicano de Amores perros y 21 gramos— transcurre en Japón y se centra en la difícil relación entre un padre y su hija adolescente sordomuda.
"Es una película sobre la incomunicación —dijo el director—, sobre lo frágiles que somos como humanos, y cómo, cuando un lazo se rompe, no es el lazo lo que está podrido sino toda la cadena." En la mesa lo acompañaba Gustavo Santaolalla, el argentino ganador del Oscar —por Secreto en la montaña— que hizo la música de la película, banda sonora cuya falta de solemnidad le quita un poco de peso a la cargada trama.
"Es mi tercera película con Alejandro —dijo—. El desafío aquí era encontrar un sonido que uniera todas las historias, lugares y personajes. Y la encontré en un instrumento llamado oud, de origen árabe, que es un ancestro de la guitarra española y tiene ecos del koto japonés.
"También se vio el cuarto largometraje del francés Bruno Dumont, que ya fue premiado aquí por La humanidad. Dumont vuelve un poco a sus raíces, filmando en el lugar donde nació. En Flanders toma a personajes que viven en pueblos rurales —como en su opera prima, La vida de Jesús— y los hace interactuar de una manera apática y silenciosa que esconde un complejo entramado de emociones.
Con economía de recursos y expresando muchas cosas con sólo miradas, silencios y planos subjetivos, Dumont arma un filme por momentos notable, que se desbarranca un poco en las largas secuencias bélicas en las que parece encontrarse fuera de su elemento