En el futuro, si un experto en signos secretos viera las cintas de Tom Hanks, todas las que el actor hollywodense hizo hasta "El código Da Vinci", se daría cuenta de algo: si hay un signo que recorre casi todos sus filmes, incluso en este sobre un investigador enfrentado a un tremendo secreto religioso, ése es el signo peso. Y eso no es un misterio. Hanks donde pone el ojo, la taquilla rinde. Y si se fijó en protagonizar esta adaptación de la polémica novela del escritor norteamericano Dan Brown, con cerca de 40 millones de libros vendidos en el mundo, no es porque tenga una rencilla contra la Iglesia Católica.
Ése no es el perfil de Hanks. Siempre correcto. El actor quiso el rol de Robert Langdon, el investigador en cuestión, porque sabe donde están los éxitos. No por nada le ganó la carrera por el papel a Russell Crowe, George Clooney, Hugh Jackman y Bill Pullman. "Me pareció una historia demasiado entretenida", ha señalado. Su sueldo de US$ 20 millones por cinta, de seguro hace más atractiva su estadía en una aventura que lo tiene paseándose por el Louvre.
Un baño cultural que usa para descifrar anagramas que lo lleven a descubrir una novelesca conspiración religiosa que puede cambiar el curso de la historia. La supuesta descendencia de Cristo con María Magdalena. Y la de Langdon no se trata de una pesquisa de escritorio. La fórmula de la ficción de "El código Da Vinci" incluye un cóctel de asesinatos, persecuciones y carreras. Sociedades secretas, el Santo Grial, la herencia de los caballeros Templarios. Y suspenso. Mucho suspenso. Con esos ingredientes, el éxito editorial del libro de Dan Brown, publicado en 2003, marcó un precedente difícil de igualar. Más de un año en el top one del ranking de "The New York Times" y una fiebre que se expandía con libros parásitos que explicaban los códigos del código, los alcances del Cáliz Sagrado y la importancia de María Magdalena.
Súmese la progresiva ira de la Iglesia Católica, indignada por lo profano del tema, aunque se trata de una ficción, y este era un fenómeno difícil de obviar.
Los signos se volvieron entonces evidentes para Dan Brown. Al dueño de la gallina de los huevos de oro le llovieron las ofertas para comprar los derechos de su hit. Fue la compañía Sony la que se los llevó por US$ 6 millones. Una ganga si se piensa que éste es uno de los blockbusters más esperados de 2006, en medio de las secuelas y remakes que imperan en la industria: desde "Superman returns" hasta "La profecía", las apuestas son sandías caladas. "El código Da Vinci" es un potencial batatazo, que puede ayudar a convertir a 2006 en un año de vacas gordas para Hollywood, después de una constante baja en la taquilla mundial. La necesidad, se ve, tiene cara de hereje.
"El suspenso de la novela fue lo que me atrajo", comenta el director de la cinta, Ron Howard, contratado para llevar gente al cine, a costa de una controversia con la Iglesia que sirve de publicidad gratuita. Es claro: al igual que Hanks, Howard tampoco quiere evangelizar con la venidera película de US$ 160 millones, un elenco multinacional (los ingleses Paul Bettany e Ian McKellen, los franceses Audrey Tautou y Jean Reno) y que abrirá fuera de competencia el próximo Festival de Cannes.
Howard no es un cine-predicador como Mel Gibson, que con "La pasión" mostró el martirio de Cristo como si fuera una snuff movie para dejar en claro sus propias ideas religiosas. Howard y Hanks, amparados en la libertad de expresión y la cuarta enmienda, asumen el costo-beneficio (polémicas y reclamos de la Iglesia, frente a una potencial taquilla abultada) bajo un signo: el signo de dolar.
Factor humano. Obreros muy bien pagados del cine, Howard y el equipo no tuvieron un trabajo fácil. Manifestaciones anti "Código" enturbiaron algunas partes del rodaje, con fieles protestando y de hecho les fue denegado el permiso para filmar en la Abadía de Westminster, en Inglaterra. Crucial en la trama del libro. Por eso había que conseguir el Louvre sí o sí. Una locación obligada. Y entonces, inesperadamente, en diciembre de 2004 Howard, junto al productor Brian Grazer, recibieron una llamada del mismísmo Presidente francés, Jacques Chirac, quien los invitaba a parlamentar.
"Pensamos que iba a ser una cosa de cinco minutos, como un paseo turístico por la Sala Oval, una foto y apretón de manos", contó Brian Grazer. "Entonces Chirac pidió que nos sentáramos y nos pusiéramos cómodos". La cita duró una hora y parecía una cumbre de jefes de Estado, tratando una materia de alto impacto social. No la filmación de una simple cinta. Chirac habló en muy buenos términos del proyecto y sugirió el nombre de la hija de su mejor amigo para el papel de Sophie Neveu, la joven criptóloga que acompaña a Langdon. Dicen las malas lenguas que se trataría de Sophie Marceu. Finalmenrte, el rol fue para una actriz sin cachuelos: Audrey Tautou, la frágil protagonista de "Amelie".
El factor humano había funcionado. Chirac les dio signos de apoyo y los norteamericanos pusieron las cámaras a rodar en los puntos clave del circuito que forma "el tour Código Da Vinci": el paquete turístico que antes del rodaje ya se ofrecía en París a partir de la fama del libro. Una prueba más de que esta ficción cobra vida con peculiar fuerza. "Se trata de una obra de gran realismo", ha dicho Hanks y el mismo Dan Brown, al inicio de su novela (la segunda parte de una trilogía con Langdon que comenzó con "Ángeles y demonios" y que seguirá con "Salomon key"), vende esa idea: "Todas las descripciones de obras de arte, arquitectura, documentos, y los rituales secretos de esta novela son veraces". Por supuesto, esta frase ha traído problemas. Muchos lectores creen el cuento e incluso un monje inglés, Alan Rees, se habría suicidado en marzo al leer la novela.
Lo que seguro no supo Alan Rees es que muchos de los argumentos de la novela no tienen asidero real. Por ejemplo, la trama dice que da Vinci era parte de El Priorato de Sión, sociedad fundada en 1099 para proteger el secreto sobre la descendencia de Cristo. Por eso Da Vinci entregaría tantas pistas sobre el punto en sus cuadros como La última cena (San Juan sería María Magdalena, a la derecha de Jesús y entre ambas figuras se formaría una "M" de ¿María Magdalena, Matrimonio?). Sólo hay un problema, de acuerdo al programa periodístico Dateline de la NBC: "El Priorato de Sión es una invención", dice el arqueólogo Bill Putman. "Es un engaño de Pierre Plantard, uno de los supuestos últimos miembros del Priorato. Él escribió los manuscritos que probarían su existencia".
Plantard, francés de fecunda imaginación, inventó este fraude histórico. Disfrazó la ficción de realidad y, Dan Brown, en el papel, y posteriormente, Ron Howard en el cine, recogen el guante.
Factor divino. Pero Howard marca la diferencia. "No voy a abrir la película como el libro. No voy a poner 'se basa en hechos veraces', pongámoslo de esa manera", ha dicho el director de "Una mente brillante". "Ésta es ficción". Pero para el cineasta, en el centro del huracán frente a las airadas críticas de la Iglesia Católica que acusa al filme de dar una versión distorsionada de la doctrina cristiana, el libro y su visión son fundamentales. Contrariamente a informes de que Sony planeó ablandar los elementos más polémicos, Howard dice que no habrá "ningún ablandamiento. Sería absurdo tomar este tema y luego tratar de quitarle los bordes. Hacemos esta película porque nos gusta el libro".
El asunto más polémico es como queda parado el Opus Dei, la organización católica fundada por José María Escrivá de Balaguer. Los villanos de la trama, de acuerdo a Brown, son Opus Dei: el monje Silas y el obispo Aringarosa, a cargo de los actores Paul Bettany y Alfred Molina, respectivamente. El portavoz del Opus Dei en Estados Unidos, Brian Finnerty, le ha solicitado hasta el cansancio a Howard que remueva del filme el nombre de la prelatura. Consultado por la prensa estadounidense, Howard ha sido enfático: "El Opus Dei es mencionado en el libro y no huimos de esto o de ningún otro aspecto de la historia".
Según algunos reportes, la palabra Opus Dei sería omitida de la cinta, pero no hay ni habrá nada claro hasta el 17 de mayo, cuando "El código Da Vinci" muestre finalmente sus secretos en el Festival de cine de Cannes. "A nadie le gusta aparecer caricaturizado en la pantalla grande", se ha defendido el portavoz del Opus Dei y la organización está aprovechando esta mala publicidad. "Responderemos tratando de convertir los limones en limonadas y usar la atención para informar qué es realmente el Opus Dei".
El esquivo Tom Hanks tampoco ha perdido el tiempo en responder. Pero en su estilo. Sin mostrar signos de desesperación. El fin de semana pasado, en el programa de humor "Saturday night live", participó en un sketch junto a los comediantes estables del show. Estaban disfrazados de monjas, curas. Y uno de ellos, caracterizando a un divertido Mesías, le comenta: 'Sr. Hanks, vi su última película y lo perdono". Cuando el actor le preguntó si de verdad había visto "El código Da Vinci", el comediante remató: 'No he visto ésa. Lo perdono por 'La terminal'... La vi en un avión y la gente aún está huyendo'.
Hanks mostró hartos signos. Nada de secretos y más bien de buen humor. Pero ¿mantendrá la sonrisa después del estreno de su filme más arriesgado? Por lo menos, en el Louvre, la Mona Lisa seguirá allí, sonriendo, pase lo que pase
Ése no es el perfil de Hanks. Siempre correcto. El actor quiso el rol de Robert Langdon, el investigador en cuestión, porque sabe donde están los éxitos. No por nada le ganó la carrera por el papel a Russell Crowe, George Clooney, Hugh Jackman y Bill Pullman. "Me pareció una historia demasiado entretenida", ha señalado. Su sueldo de US$ 20 millones por cinta, de seguro hace más atractiva su estadía en una aventura que lo tiene paseándose por el Louvre.
Un baño cultural que usa para descifrar anagramas que lo lleven a descubrir una novelesca conspiración religiosa que puede cambiar el curso de la historia. La supuesta descendencia de Cristo con María Magdalena. Y la de Langdon no se trata de una pesquisa de escritorio. La fórmula de la ficción de "El código Da Vinci" incluye un cóctel de asesinatos, persecuciones y carreras. Sociedades secretas, el Santo Grial, la herencia de los caballeros Templarios. Y suspenso. Mucho suspenso. Con esos ingredientes, el éxito editorial del libro de Dan Brown, publicado en 2003, marcó un precedente difícil de igualar. Más de un año en el top one del ranking de "The New York Times" y una fiebre que se expandía con libros parásitos que explicaban los códigos del código, los alcances del Cáliz Sagrado y la importancia de María Magdalena.
Súmese la progresiva ira de la Iglesia Católica, indignada por lo profano del tema, aunque se trata de una ficción, y este era un fenómeno difícil de obviar.
Los signos se volvieron entonces evidentes para Dan Brown. Al dueño de la gallina de los huevos de oro le llovieron las ofertas para comprar los derechos de su hit. Fue la compañía Sony la que se los llevó por US$ 6 millones. Una ganga si se piensa que éste es uno de los blockbusters más esperados de 2006, en medio de las secuelas y remakes que imperan en la industria: desde "Superman returns" hasta "La profecía", las apuestas son sandías caladas. "El código Da Vinci" es un potencial batatazo, que puede ayudar a convertir a 2006 en un año de vacas gordas para Hollywood, después de una constante baja en la taquilla mundial. La necesidad, se ve, tiene cara de hereje.
"El suspenso de la novela fue lo que me atrajo", comenta el director de la cinta, Ron Howard, contratado para llevar gente al cine, a costa de una controversia con la Iglesia que sirve de publicidad gratuita. Es claro: al igual que Hanks, Howard tampoco quiere evangelizar con la venidera película de US$ 160 millones, un elenco multinacional (los ingleses Paul Bettany e Ian McKellen, los franceses Audrey Tautou y Jean Reno) y que abrirá fuera de competencia el próximo Festival de Cannes.
Howard no es un cine-predicador como Mel Gibson, que con "La pasión" mostró el martirio de Cristo como si fuera una snuff movie para dejar en claro sus propias ideas religiosas. Howard y Hanks, amparados en la libertad de expresión y la cuarta enmienda, asumen el costo-beneficio (polémicas y reclamos de la Iglesia, frente a una potencial taquilla abultada) bajo un signo: el signo de dolar.
Factor humano. Obreros muy bien pagados del cine, Howard y el equipo no tuvieron un trabajo fácil. Manifestaciones anti "Código" enturbiaron algunas partes del rodaje, con fieles protestando y de hecho les fue denegado el permiso para filmar en la Abadía de Westminster, en Inglaterra. Crucial en la trama del libro. Por eso había que conseguir el Louvre sí o sí. Una locación obligada. Y entonces, inesperadamente, en diciembre de 2004 Howard, junto al productor Brian Grazer, recibieron una llamada del mismísmo Presidente francés, Jacques Chirac, quien los invitaba a parlamentar.
"Pensamos que iba a ser una cosa de cinco minutos, como un paseo turístico por la Sala Oval, una foto y apretón de manos", contó Brian Grazer. "Entonces Chirac pidió que nos sentáramos y nos pusiéramos cómodos". La cita duró una hora y parecía una cumbre de jefes de Estado, tratando una materia de alto impacto social. No la filmación de una simple cinta. Chirac habló en muy buenos términos del proyecto y sugirió el nombre de la hija de su mejor amigo para el papel de Sophie Neveu, la joven criptóloga que acompaña a Langdon. Dicen las malas lenguas que se trataría de Sophie Marceu. Finalmenrte, el rol fue para una actriz sin cachuelos: Audrey Tautou, la frágil protagonista de "Amelie".
El factor humano había funcionado. Chirac les dio signos de apoyo y los norteamericanos pusieron las cámaras a rodar en los puntos clave del circuito que forma "el tour Código Da Vinci": el paquete turístico que antes del rodaje ya se ofrecía en París a partir de la fama del libro. Una prueba más de que esta ficción cobra vida con peculiar fuerza. "Se trata de una obra de gran realismo", ha dicho Hanks y el mismo Dan Brown, al inicio de su novela (la segunda parte de una trilogía con Langdon que comenzó con "Ángeles y demonios" y que seguirá con "Salomon key"), vende esa idea: "Todas las descripciones de obras de arte, arquitectura, documentos, y los rituales secretos de esta novela son veraces". Por supuesto, esta frase ha traído problemas. Muchos lectores creen el cuento e incluso un monje inglés, Alan Rees, se habría suicidado en marzo al leer la novela.
Lo que seguro no supo Alan Rees es que muchos de los argumentos de la novela no tienen asidero real. Por ejemplo, la trama dice que da Vinci era parte de El Priorato de Sión, sociedad fundada en 1099 para proteger el secreto sobre la descendencia de Cristo. Por eso Da Vinci entregaría tantas pistas sobre el punto en sus cuadros como La última cena (San Juan sería María Magdalena, a la derecha de Jesús y entre ambas figuras se formaría una "M" de ¿María Magdalena, Matrimonio?). Sólo hay un problema, de acuerdo al programa periodístico Dateline de la NBC: "El Priorato de Sión es una invención", dice el arqueólogo Bill Putman. "Es un engaño de Pierre Plantard, uno de los supuestos últimos miembros del Priorato. Él escribió los manuscritos que probarían su existencia".
Plantard, francés de fecunda imaginación, inventó este fraude histórico. Disfrazó la ficción de realidad y, Dan Brown, en el papel, y posteriormente, Ron Howard en el cine, recogen el guante.
Factor divino. Pero Howard marca la diferencia. "No voy a abrir la película como el libro. No voy a poner 'se basa en hechos veraces', pongámoslo de esa manera", ha dicho el director de "Una mente brillante". "Ésta es ficción". Pero para el cineasta, en el centro del huracán frente a las airadas críticas de la Iglesia Católica que acusa al filme de dar una versión distorsionada de la doctrina cristiana, el libro y su visión son fundamentales. Contrariamente a informes de que Sony planeó ablandar los elementos más polémicos, Howard dice que no habrá "ningún ablandamiento. Sería absurdo tomar este tema y luego tratar de quitarle los bordes. Hacemos esta película porque nos gusta el libro".
El asunto más polémico es como queda parado el Opus Dei, la organización católica fundada por José María Escrivá de Balaguer. Los villanos de la trama, de acuerdo a Brown, son Opus Dei: el monje Silas y el obispo Aringarosa, a cargo de los actores Paul Bettany y Alfred Molina, respectivamente. El portavoz del Opus Dei en Estados Unidos, Brian Finnerty, le ha solicitado hasta el cansancio a Howard que remueva del filme el nombre de la prelatura. Consultado por la prensa estadounidense, Howard ha sido enfático: "El Opus Dei es mencionado en el libro y no huimos de esto o de ningún otro aspecto de la historia".
Según algunos reportes, la palabra Opus Dei sería omitida de la cinta, pero no hay ni habrá nada claro hasta el 17 de mayo, cuando "El código Da Vinci" muestre finalmente sus secretos en el Festival de cine de Cannes. "A nadie le gusta aparecer caricaturizado en la pantalla grande", se ha defendido el portavoz del Opus Dei y la organización está aprovechando esta mala publicidad. "Responderemos tratando de convertir los limones en limonadas y usar la atención para informar qué es realmente el Opus Dei".
El esquivo Tom Hanks tampoco ha perdido el tiempo en responder. Pero en su estilo. Sin mostrar signos de desesperación. El fin de semana pasado, en el programa de humor "Saturday night live", participó en un sketch junto a los comediantes estables del show. Estaban disfrazados de monjas, curas. Y uno de ellos, caracterizando a un divertido Mesías, le comenta: 'Sr. Hanks, vi su última película y lo perdono". Cuando el actor le preguntó si de verdad había visto "El código Da Vinci", el comediante remató: 'No he visto ésa. Lo perdono por 'La terminal'... La vi en un avión y la gente aún está huyendo'.
Hanks mostró hartos signos. Nada de secretos y más bien de buen humor. Pero ¿mantendrá la sonrisa después del estreno de su filme más arriesgado? Por lo menos, en el Louvre, la Mona Lisa seguirá allí, sonriendo, pase lo que pase