
Ése no es el perfil de Hanks. Siempre correcto. El actor quiso el rol de Robert Langdon, el investigador en cuestión, porque sabe donde están los éxitos. No por nada le ganó la carrera por el papel a Russell Crowe, George Clooney, Hugh Jackman y Bill Pullman. "Me pareció una historia demasiado entretenida", ha señalado. Su sueldo de US$ 20 millones por cinta, de seguro hace más atractiva su estadía en una aventura que lo tiene paseándose por el Louvre.

Súmese la progresiva ira de la Iglesia Católica, indignada por lo profano del tema, aunque se trata de una ficción, y este era un fenómeno difícil de obviar.
Los signos se volvieron entonces evidentes para Dan Brown. Al dueño de la gallina de los huevos de oro le llovieron las ofertas para comprar los derechos de su hit. Fue la compañía Sony la que se los llevó por US$ 6 millones. Una ganga si se piensa que éste es uno de los blockbusters más esperados de 2006, en medio de las secuelas y remakes que imperan en la industria: desde "Superman returns" hasta "La profecía", las apuestas son sandías caladas. "El código Da Vinci" es un potencial batatazo, que puede ayudar a convertir a 2006 en un año de vacas gordas para Hollywood, después de una constante baja en la taquilla mundial. La necesidad, se ve, tiene cara de hereje.

Howard no es un cine-predicador como Mel Gibson, que con "La pasión" mostró el martirio de Cristo como si fuera una snuff movie para dejar en claro sus propias ideas religiosas. Howard y Hanks, amparados en la libertad de expresión y la cuarta enmienda, asumen el costo-beneficio (polémicas y reclamos de la Iglesia, frente a una potencial taquilla abultada) bajo un signo: el signo de dolar.

"Pensamos que iba a ser una cosa de cinco minutos, como un paseo turístico por la Sala Oval, una foto y apretón de manos", contó Brian Grazer. "Entonces Chirac pidió que nos sentáramos y nos pusiéramos cómodos". La cita duró una hora y parecía una cumbre de jefes de Estado, tratando una materia de alto impacto social. No la filmación de una simple cinta. Chirac habló en muy buenos términos del proyecto y sugirió el nombre de la hija de su mejor amigo para el papel de Sophie Neveu, la joven criptóloga que acompaña a Langdon. Dicen las malas lenguas que se trataría de Sophie Marceu. Finalmenrte, el rol fue para una actriz sin cachuelos: Audrey Tautou, la frágil protagonista de "Amelie".

Lo que seguro no supo Alan Rees es que muchos de los argumentos de la novela no tienen asidero real. Por ejemplo, la trama dice que da Vinci era parte de El Priorato de Sión, sociedad fundada en 1099 para proteger el secreto sobre la descendencia de Cristo. Por eso Da Vinci entregaría tantas pistas sobre el punto en sus cuadros como La última cena (San Juan sería María Magdalena, a la derecha de Jesús y entre ambas figuras se formaría una "M" de ¿María Magdalena, Matrimonio?). Sólo hay un problema, de acuerdo al programa periodístico Dateline de la NBC: "El Priorato de Sión es una invención", dice el arqueólogo Bill Putman. "Es un engaño de Pierre Plantard, uno de los supuestos últimos miembros del Priorato. Él escribió los manuscritos que probarían su existencia".

Factor divino. Pero Howard marca la diferencia. "No voy a abrir la película como el libro. No voy a poner 'se basa en hechos veraces', pongámoslo de esa manera", ha dicho el director de "Una mente brillante". "Ésta es ficción". Pero para el cineasta, en el centro del huracán frente a las airadas críticas de la Iglesia Católica que acusa al filme de dar una versión distorsionada de la doctrina cristiana, el libro y su visión son fundamentales. Contrariamente a informes de que Sony planeó ablandar los elementos más polémicos, Howard dice que no habrá "ningún ablandamiento. Sería absurdo tomar este tema y luego tratar de quitarle los bordes. Hacemos esta película porque nos gusta el libro".
El asunto más polémico es como queda parado el Opus Dei, la organización católica fundada por José María Escrivá de Balaguer. Los villanos de la trama, de acuerdo a Brown, son Opus Dei: el monje Silas y el obispo Aringarosa, a cargo de los actores Paul Bettany y Alfred Molina, respectivamente. El portavoz del Opus Dei en Estados Unidos, Brian Finnerty, le ha solicitado hasta el cansancio a Howard que remueva del filme el nombre de la prelatura. Consultado por la prensa estadounidense, Howard ha sido enfático: "El Opus Dei es mencionado en el libro y no huimos de esto o de ningún otro aspecto de la historia".

El esquivo Tom Hanks tampoco ha perdido el tiempo en responder. Pero en su estilo. Sin mostrar signos de desesperación. El fin de semana pasado, en el programa de humor "Saturday night live", participó en un sketch junto a los comediantes estables del show. Estaban disfrazados de monjas, curas. Y uno de ellos, caracterizando a un divertido Mesías, le comenta: 'Sr. Hanks, vi su última película y lo perdono". Cuando el actor le preguntó si de verdad había visto "El código Da Vinci", el comediante remató: 'No he visto ésa. Lo perdono por 'La terminal'... La vi en un avión y la gente aún está huyendo'.
Hanks mostró hartos signos. Nada de secretos y más bien de buen humor. Pero ¿mantendrá la sonrisa después del estreno de su filme más arriesgado? Por lo menos, en el Louvre, la Mona Lisa seguirá allí, sonriendo, pase lo que pase