05 mayo 2006

Mission Imposible III


Ethan Hunt se ha enamorado. Nuestro héroe a prueba de todo exhibe en Misión: Imposible III lo más parecido a un talón de Aquiles que tiene. Ella se llama Julia (la muy bonita Michelle Monaghan) y las cosas avanzan tan pero tan rápido que el hombre no duda en casarse con ella. El problema es que no tiene mejor idea que hacerlo justo cuando empieza a meterse en otro de esos complicadísimos e internacionales problemas que maneja su agencia (sí, se llama FMI, pero quiere decir Fuerza de Misiones Imposibles, o algo por el estilo).

Problemas de los que creía estar al margen, ya que estaba dedicándose los últimos tiempos (esto es, desde M:I II) a entrenar a nuevos reclutas.Es el secuestro de una de sus alumnas (Keri Russell, la chica de la serie Felicity), el que lo hace volver a la acción. El debe rescatarla de las manos de un misterioso y muy poderoso traficante internacional, Owen Davian (que encarna el ganador del Oscar por Capote, Philip Seymour Hoffman), cosa que hace en una de esas operaciones imposibles que sabe Dios cómo es que salen bien.

Pero algo falla. Y de allí en adelante todo empezará a enredarse cada vez más. Como bien lo saben los seguidores de la saga —dirigida en su primer episodio por Brian De Palma y en el segundo por John Woo—, contar más no tiene sentido, porque mucho de lo que sucede después no resulta ser tal como se lo muestra, las vueltas de tuerca se apilan, y las traiciones pueden venir de cualquier lado.

Aunque a esta altura, uno ya puede casi anticiparlas.Lo que sí cuenta es la energía y el nervio que J.J. Abrams le ha puesto a la saga. Con un Tom Cruise que, por más chalado que esté en su vida real, sigue siendo un actor excepcional para estos relatos de tensión y suspenso (el tipo se cree todo lo que pasa y transpira la camiseta como si su vida verdaderamente dependiera de ello), Misión: Imposible III es uno de esos thrillers para agarrarse del asiento y casi no soltarlo durante las dos horas de relato.

Claro que la trama tiene agujeros y que, tratándose de esta saga, tampoco tiene sentido pedirle extremo realismo a las harto improbables hazañas de Hunt y su banda (las que tienen lugar en el Vaticano y en Shanghai son prodigiosas en ese sentido). Pero Abrams —el creador de la serie Lost, con la que más de un seguidor le podrá encontrar puntos de contacto— se luce en el diseño de esas escenas, con un grado de virulencia y brutalidad que no tenían las anteriores.

A Abrams le falta el lirismo de Woo y la elegancia de De Palma, y su devoción por que todo parezca de verdad a veces le juega en contra, pero gana puntos humanizando a los personajes y dándole a la aventura un centro emocional. En ese sentido, es interesante ver como trabaja, a la manera de la pesquisa de El halcón maltés, el objeto que tanto Hunt como Davian buscan: la misteriosa Pata de conejo.

Y otro pequeño lujo que se da el filme es la presencia de Hoffman. Alejadísimo de Capote, aquí el tipo vuelve a mostrar esa agresividad que le conocíamos en aquella famosa pelea con Adam Sandler en Embriagado de amor. El tipo mete miedo de veras. Y no hay Cientología en todo el mundo que pueda con tipos tan zarpados como él.