16 mayo 2006

THE DA VINCI CODE


Ahora es “El Código da Vinci”, en el pasado fue “La Última Tentación de Cristo”, y, sin ser adivino, en el futuro llegará otra película que haga su propia interpretación de las bases de la fe cristiana y genere una nueva polémica, en que se volverán a escuchar enardecidos llamados a no verla o se condene a los osados que cometieron la herejía de hacer un largometraje tan repudiable.

La Iglesia Católica es una de las instituciones más grandes y poderosas del mundo, por lo tanto ya debería haber asumido que será un blanco fácil de las críticas, tal como le sucede a los políticos, los gobiernos o todo aquello que presente una fisura por la cual colarse. En el caso del cristianismo, su fe será constantemente puesta en duda, por quienes consideran que está basada en relatos que son sólo inventos y que, por lo tanto, Dios y Jesús no existen.

Eso fue lo que hizo Brown, aferrarse a supuestos documentos y relatos que cuestionaban el origen de las creencias católicas y transformarlas en un relato cuyo único mérito es ser sólo entretenido, porque literariamente su trabajo es bastante básico y deficiente, lo que queda demostrado en el débil cierre que le da a la aventura de Langdon.

En ese contexto, la tarea que tenían el director Ron Howard y su equipo, era sencilla: debían tratar de mantenerse lo más fieles que pudieran al texto original y tendrían una película efectiva y entretenida.

Un objetivo que lograron gracias a detalles que pueden parecer desapercibidos, pero que en el recuento final toman importancia: porfiaron en respetar la nacionalidad de los personajes, soportando incluso las críticas por haber elegido a Audrey Tautou (la recordada protagonista de “Amelie”) frente a muchas otras candidatas, como Keira Knightley, que podrían haber calzado mucho mejor con la imagen del personaje de Sophie Neveu.

Los productores consiguieron, además, permiso para filmar en la mayoría de los sitios mencionados en el libro, salvo una iglesia en Inglaterra.

Howard usó la experiencia ganada con la esquizofrénica personalidad de John Nash en “Una mente brillante” para enfrentar los continuos pasajes en que los protagonistas van descifrando acertijos, los que son presentados como una reproducción de sus pensamientos, destacando las partes más importantes.El elenco de la película le da un plus especial.

A Tom Hanks se le puede cuestionar su falta de expresividad, pero es un rostro taquillero que se ha ganado un lugar en la industria cinematográfica. Ian McKellen demuestra su calidad como actor al conseguir que sea imposible establecer alguna relación entre su personaje en “El Código da Vinci”, sir Leigh Teabing, y el recordado Gandalf de la trilogía de “El Señor de los Anillos”, algo muy difícil por la repercusión que tuvo la saga de la Tierra Media.

Una mención especial merece Paul Bettany, quien interpreta al monje albino Silas, porque transmite fluidamente las contradicciones y los sicóticos extremos a los que es capaz de llegar con tal de cumplir las órdenes de su “maestro”, el obispo Aringarosa.

¿La historia?, es una copia bastante fiel del libro, pero pedirle a una adaptación cinematográfica que sea 100% igual al papel es un sueño casi imposible. Se le introducen algunas modificaciones que no alteran el sentido, pero los datos históricos que supuestamente respaldan las revelaciones se mantienen.

Las alusiones al Opus Dei tampoco se borraron, pero su papel de “malos” no es distinto al que les ha tocado jugar a otras organizaciones, como por ejemplo la policía o los Tribunales de Justicia. Incluso el guión acentúa la fe de Langdon y lo muestra como un personaje amante de la historia, pero fiel creyente