Tras el Oscar al mejor guión por 'Lost in translation' (2004) y superados los prejuicios de la mayoría sobre su verdadero talento, la realizadora decidió enfocar su cámara en la esposa de Luis XVI, el último rey de la monarquía francesa. Se valió de la biografía escrita por Antonia Fraser ('Marie Antoinette: The Journey'), la esposa del Nobel Harold Pinter, que trató de limpiar la mala fama que arrastra la mujer a la que se atribuyó la desafortunada frase "Si no tienen pan, que coman pasteles".
María Antonieta (Kirsten Dunst), hija y hermana de emperadores, se despidió de Viena para siempre cuando, como herramienta de estado y con sólo 15 años, fue desposada con el Delfín de Luis XV (Jason Schwartzman, por cierto primo de la realizadora). La adolescente, que no hablaba siquiera un francés perfecto, no estaba preparada para el desembarco. Le esperaban las lenguas viperinas de la corte, bien dispuestas a aniquilar a la jovencita extranjera.
La falta de heredero por culpa de un marido que tardó siete años en consumar el matrimonio y sus facturas millonarias en trajes y joyas hicieron el resto. 'Madame Déficit', como llegaron a apodarla por la crisis económica que atravesó Francia, se convirtió en la reina más odiada de la historia gala.
Sin mostrar la imagen del patíbulo ni de la guillotina, con la que fue ajusticiada el 16 de octubre de 1793, nueve meses después que el rey, Sofia Coppola se centra en los 19 años vividos por María Antonieta en el palacio de Versalles.
El perfil de la caprichosa que se hizo construir una aldea a su imagen y semejanza para huir del estricto protocolo versallesco, pero también el de la mujer que perdió a dos hijos y que se mostró en un balcón, entera y digna, cuando el pueblo reclamó a gritos su cabeza.
Juan Luna, conservador jefe del siglo XVIII del Museo del Prado, dibuja una reina atractiva, incluso guapa, pero que no llega a la belleza por su labio abultado, propio de la dinastía de los Habsburgo, y su barbilla puntiaguda.
"Hay una anécdota muy divertida —relata este historiador— cuando Mozart, con cinco años, dio un concierto ante la familia imperial austriaca. Al terminar y debido a su mala educación, se sube encima de la emperatriz María Teresa —en la cinta interpretada por Marianne Faithfull—, se acerca a María Antonieta y le pide en matrimonio".
"Ella nunca estuvo preparada para ser reina de Francia, sus hermanas habían muerto y la política hace que se case con el Delfín", explica Luna pero "su educación era muy deficiente. No hablaba bien francés y, aunque venía de una corte elegante, no tenía nada que ver con la francesa, que era quien marcaba la moda de toda Europa".
Unas tendencias que torturaban sobre todo a las féminas: incómodos vestidos llenos de ornamentación y pelucas de tamaño imposible que decoraban con flores, plumas, pájaros disecados e incluso molinos de viento, y en los que María Antonieta fue, por decirlo así, el 'Vogue' de la época.
"Tuvieron que hacerse las carrozas más altas por culpa de los peinados de las damas", apunta este experto. La reina hizo tan popular a su modista, Mademoiselle Bertin, con tienda en la célebre Rue de Saint Honoré de París, que su establecimiento se llegó a calificar como el Ministerio de la Moda.
Esa obsesión por la apariencia, comprensible por una existencia de escaparate, es la que refleja el filme de Coppola. "La idea era captar en el diseño el modo en que yo había imaginado la esencia del espíritu de María Antonieta", explica la directora. "Los colores de la película, su atmósfera y la música adolescente reflejan y sirven para evocar cómo veía yo ese mundo desde la perspectiva de María Antonieta. Estaba en un mundo absolutamente de seda y pasteles. Fue una burbuja total hasta el final".
Cuando está alejada de los espectadores, la reina se relaja. Viste de forma cómoda y se inventa una vida bucólica. En el 'Pequeño Trianón', el pabellón que su marido le regaló por su boda en el recinto de Versalles, y al que se muda durante largas temporadas, María Antonieta consigue ser feliz. Crea su universo propio.
"Allí se sentía pastorcilla, quería independencia pero en palacio no podía lograrla por el protocolo. Tenía una aldea auténtica, ayudaba a hacer mantequilla, los campesinos la saludaban... Era un escenario de teatro, aparecía como la reina popular que no fue", explica Luna. Según este historiador, "se echó demasiada basura sobre ella. Mostró serenidad y dignidad en el patíbulo. Es un personaje totalmente desconocido".