Sarah y Brad son, mal que les pese y aunque no se den cuenta, como dos chicos que nunca maduraron. Treintañeros los dos, mal casados ambos, llenos de tiempo libre y listos para el cuidado de sus hijos, un encuentro fortuito en la plaza hace que resalte aquello que, por debajo, estaba terminando con sus esperanzas y le ponga fin a una armonía tan fina como la arena.
Todd Field debutó como director hace cinco años con En el dormitorio, e hizo más que acrecentar las expectativas para con Secretos íntimos. Ahora, el también actor, basándose en una novela de Tom Perrotta —el mismo autor de Election, que filmó Alexander Payne— combina adulterio y pedofilia, entre otros asuntos, en un pueblo en el que todos se conocen. De allí que el abrazo y el beso que Brad y Sarah, perfectos desconocidos, se dan en el parque, sea demasiado demostrativo ante las tres madres mojigatas y chismosas que babeaban por él, algo que ubica a la pareja como el peor ejemplo a seguir por el vecindario de Massachussets.
Y eso que la película, en verdad, todavía no empezó.
Si se ve a Secretos íntimos —pésimo título pero seguramente más claro que Niños pequeños, como versa el original— como una fábula moral, se advertirá que linda con muchos temas. Su entramado no llega a ser como el de Magnolia o Vidas cruzadas no sólo porque la cantidad de personajes es menor.
Al circunscribirse a la relación entre Sarah y Brad, y yendo y viniendo al acoso de un ex policía (Noah Emmerich) al paidófilo hijo de mamá que acaba de salir de la cárcel (Jackie Earl Haley), el marido que se excita con la pornografía en internet (Gregg Edelman) y la esposa que pese a ser documentalista no ve lo que le pasa a su marido (Jennifer Connelly), el filme logra una cohesión menos forzada que en los títulos mencionados.
Brad (Patrick Wilson, excelente), en vez de estudiar para rendir un tardío ingreso a la Universidad, se queda como un pavotudo mirando a los skaters o descansando en la pileta con Sarah (una nunca mejor Kate Winslet), quien, licenciada en letras, vive más en la fantasía que en la realidad. Sí, no faltará quién diga que entre los dos no hacen uno. Pero lo bien que se llevan.
Field, por un momento, parece resignarse a consignar cuánto debe pagar Sarah en esa sociedad por su amor a Brad, como si la indiferencia de sus respectivas parejas no les permitieran "ser felices", como ella dice. El problema es que actúan como chicos. Pero, ¿qué pasaría si uno fuera maduro?
La película va ganando en sarcasmo y poniéndose más y más oscura. Y el relato en off que acompaña lo que sucede —con una voz entre autoritaria y que baja línea— marca que el punto de vista nunca será de ninguno de los tres protagonistas (Sarah, Brad y Ronnie, el monstruo sexual del barrio).
Los tres se desvían del camino esperado. Y si la película tiene puntos de contacto con Belleza americana —el vecino fascista, el protagonista enamoradizo, la mujer que se cree superior al resto—, la música de Thomas Newman, autor también de la banda de aquel filme de Sam Mendes, no hace más que acentuarlo.
El único problema llega en el final, que empaña mucho de lo bueno que Field había construido... El lector, futuro espectador, lo advertirá con un leve gesto de resignación, pero Secretos íntimos es de las películas que no se olvidan, con sus muecas de risa que se ahogan en la garganta, y el primer importante, gran estreno del 2007