Tras el impensado éxito de Perdidos en Tokio , una modesta tragicomedia de apenas 4 millones de dólares de presupuesto que recaudó en todo el mundo 30 veces esa cifra y le valió ser la tercera mujer (la primera norteamericana) en ser nominada al Oscar a la mejor dirección, Sofia Coppola se convirtió en la realizadora más prestigiosa y requerida de Hollywood.
Ganadora de la estatuilla como mejor guionista por aquel trabajo y artífice decisiva de la transformación de Scarlett Johansson en la actriz más codiciada de su generación, la hija de Francis Ford Coppola utilizó todo el poder súbitamente adquirido para conseguir 40 millones de dólares y el control artístico absoluto que necesitaba para rodar María Antonieta, la reina adolescente , una transposición tan libre y ambiciosa como controvertida de la novela de Antonia Fraser, que aquí se estrenará pasado mañana.
Con apenas 35 años, un pasado íntimo bastante tormentoso (su matrimonio con el cotizado director Spike Jonze terminó después de cuatro años en divorcio escandaloso) y un presente que la encuentra como feliz madre de una beba en pareja con Thomas Mars, cantante de la banda francesa Phoenix, Sofia es sinónimo de modernidad y de elegancia: es tapa de revistas como Vanity Fair , hace videoclips para bandas amigas como Sonic Youth o The White Stripes y se codea con los mejores directores, desde Quentin Tarantino (con quien mantuvo un fugaz romance) hasta Wes Anderson.
Recibida tras su première mundial en el Festival de Cannes por una platea dividida entre ovaciones y abucheos, María Antonieta tuvo también críticas que la ubicaron muy cerca de la genialidad y otras que se dedicaron a cuestionar su acercamiento frívolo, naïf y superficial a una de las figuras más odiadas de la historia francesa, su arbitrariedad a la hora de apostar a los anacronismos (durante los bailes palaciegos se escucha a The Cure, New Order, Air, The Strokes o Siouxsie and the Banshees) o principalmente por su manera de presentar (y en muchos casos de omitir) la Revolución Francesa, que no pocos intelectuales galos leyeron como una reivindicación implícita de la monarquía, especialmente por el acento puesto en exponer toda la belleza y el lujo de la corte de Versalles.
En medio de esos cuestionamientos -que definió como "típicamente franceses"-, la directora explicó en la conferencia de prensa de Cannes, acompañada por varios intérpretes del film, como Kirsten Dunst, Jason Schwartzman, Marianne Faithfull, el británico Steve Coogan y la francesa Aurore Clément, así como por su padre y productor, que "no se trata de un film político sobre la Revolución Francesa. Es una mirada moderna sobre el siglo XVIII, sobre una chica austríaca de apenas 14 años que llega con toda su frescura y su vitalidad a una corte tan conservadora como la de Versalles. Entiendo que para muchos ella sea el símbolo de la decadencia y la corrupción de Francia, aunque yo no la veo así. Pero prefiero que haya generado sentimientos fuertes y encontrados antes que una respuesta fría e intrascendente".
Un retrato muy personal
Amiga de la escritora Fraser -que la acompañó durante el proceso de escritura del guión y salió a defender de manera pública el film junto con Harold Pinter-, la menor del clan Coppola decidió arrancar la historia en 1768, cuando María Antonieta llega desde Viena para casarse con su patético prometido (Schwartzman), que luego se convertiría en el rey Luis XVI.
El film, que recaudó 16 millones de dólares en los cines norteamericanos y poco más de la mitad en los franceses, narra las desventuras, los caprichos, las frustraciones, el paso de niña a mujer (la pareja tardó siete años en consumar el matrimonio, pese a la creciente presión de la Corte) de una heroína que guarda bastantes puntos en común con las protagonistas de los dos trabajos anteriores de Coppola.
Si bien muestra algunos aspectos conocidos de su personalidad (su tendencia a apostar grandes sumas de dinero, sus coqueteos con otros hombres), la mirada de la directora sobre la reina es muy personal y de una enorme empatía. Durante todo este relato esencialmente sensorial puede percibirse el espíritu trágico del personaje y de su época, pero Coppola omite toda referencia a su verdadero final (María Antonieta fue encarcelada, sometida a un largo juicio y guillotinada en 1793, a los 38 años).
-¿Por qué obvió el final del personaje?
-La primera versión del guión llegaba hasta su muerte. Pero como tenía sólo dos horas decidí concentrar la historia en sus años de Versalles, en sus enfrentamientos con los elementos más reaccionarios de la época de los Borbones. No es un documento histórico ni tampoco una metáfora con connotaciones políticas respecto de los tiempos actuales. Es una mirada personal, imaginaria, con licencias artísticas, pero documentada, sobre los sentimientos que en mí despertaron María Antonieta y aquellos tiempos. Para contar su paso por la cárcel, la Revolución Francesa o su final necesitaría hacer otra película.
-¿Cuándo y cómo surgió el interés por María Antonieta?
-Leí la novela y me cautivó. Me sorprendió que no se hubiese filmado nada sobre ella desde fines de los años 30 y sentí que allí había una película de las que a mí me gustan hacer: ingresar y perderse en un mundo desconocido, como el de la Francia del siglo XVIII. No quería hacer una típica biopic de época sino rodarla con mi estilo, mi mirada, mi estética. Mostrar la frescura de la gente joven.
-¿Cómo fue la experiencia de rodar en el palacio de Versalles?
-Agotadora, porque rodábamos sólo los lunes, que es el día que está cerrado al público. Estuvimos doce semanas allí y contamos con la colaboración del director del museo, que siempre se mostró muy entusiasmado con el proyecto. Pudimos acceder a sus habitaciones y a sus objetos personales. Eso nos permitió sumergirnos en la atmósfera de la época, y los climas son esenciales en mis películas. Eso no se hubiese conseguido haciendo una réplica en un set de filmación. Versalles se convirtió en un personaje más de la película.
-¿Su próximo proyecto seguirá esta línea?
-¡No! [se ríe]. Espero hacer algo en una escala mucho menor. Tengo varios proyectos en marcha, porque escribo todo el tiempo. María Antonieta no es el tipo de películas con el que me siento más cómoda, pero era una oportunidad increíble que no podía desaprovechar.
Ganadora de la estatuilla como mejor guionista por aquel trabajo y artífice decisiva de la transformación de Scarlett Johansson en la actriz más codiciada de su generación, la hija de Francis Ford Coppola utilizó todo el poder súbitamente adquirido para conseguir 40 millones de dólares y el control artístico absoluto que necesitaba para rodar María Antonieta, la reina adolescente , una transposición tan libre y ambiciosa como controvertida de la novela de Antonia Fraser, que aquí se estrenará pasado mañana.
Con apenas 35 años, un pasado íntimo bastante tormentoso (su matrimonio con el cotizado director Spike Jonze terminó después de cuatro años en divorcio escandaloso) y un presente que la encuentra como feliz madre de una beba en pareja con Thomas Mars, cantante de la banda francesa Phoenix, Sofia es sinónimo de modernidad y de elegancia: es tapa de revistas como Vanity Fair , hace videoclips para bandas amigas como Sonic Youth o The White Stripes y se codea con los mejores directores, desde Quentin Tarantino (con quien mantuvo un fugaz romance) hasta Wes Anderson.
Recibida tras su première mundial en el Festival de Cannes por una platea dividida entre ovaciones y abucheos, María Antonieta tuvo también críticas que la ubicaron muy cerca de la genialidad y otras que se dedicaron a cuestionar su acercamiento frívolo, naïf y superficial a una de las figuras más odiadas de la historia francesa, su arbitrariedad a la hora de apostar a los anacronismos (durante los bailes palaciegos se escucha a The Cure, New Order, Air, The Strokes o Siouxsie and the Banshees) o principalmente por su manera de presentar (y en muchos casos de omitir) la Revolución Francesa, que no pocos intelectuales galos leyeron como una reivindicación implícita de la monarquía, especialmente por el acento puesto en exponer toda la belleza y el lujo de la corte de Versalles.
En medio de esos cuestionamientos -que definió como "típicamente franceses"-, la directora explicó en la conferencia de prensa de Cannes, acompañada por varios intérpretes del film, como Kirsten Dunst, Jason Schwartzman, Marianne Faithfull, el británico Steve Coogan y la francesa Aurore Clément, así como por su padre y productor, que "no se trata de un film político sobre la Revolución Francesa. Es una mirada moderna sobre el siglo XVIII, sobre una chica austríaca de apenas 14 años que llega con toda su frescura y su vitalidad a una corte tan conservadora como la de Versalles. Entiendo que para muchos ella sea el símbolo de la decadencia y la corrupción de Francia, aunque yo no la veo así. Pero prefiero que haya generado sentimientos fuertes y encontrados antes que una respuesta fría e intrascendente".
Un retrato muy personal
Amiga de la escritora Fraser -que la acompañó durante el proceso de escritura del guión y salió a defender de manera pública el film junto con Harold Pinter-, la menor del clan Coppola decidió arrancar la historia en 1768, cuando María Antonieta llega desde Viena para casarse con su patético prometido (Schwartzman), que luego se convertiría en el rey Luis XVI.
El film, que recaudó 16 millones de dólares en los cines norteamericanos y poco más de la mitad en los franceses, narra las desventuras, los caprichos, las frustraciones, el paso de niña a mujer (la pareja tardó siete años en consumar el matrimonio, pese a la creciente presión de la Corte) de una heroína que guarda bastantes puntos en común con las protagonistas de los dos trabajos anteriores de Coppola.
Si bien muestra algunos aspectos conocidos de su personalidad (su tendencia a apostar grandes sumas de dinero, sus coqueteos con otros hombres), la mirada de la directora sobre la reina es muy personal y de una enorme empatía. Durante todo este relato esencialmente sensorial puede percibirse el espíritu trágico del personaje y de su época, pero Coppola omite toda referencia a su verdadero final (María Antonieta fue encarcelada, sometida a un largo juicio y guillotinada en 1793, a los 38 años).
-¿Por qué obvió el final del personaje?
-La primera versión del guión llegaba hasta su muerte. Pero como tenía sólo dos horas decidí concentrar la historia en sus años de Versalles, en sus enfrentamientos con los elementos más reaccionarios de la época de los Borbones. No es un documento histórico ni tampoco una metáfora con connotaciones políticas respecto de los tiempos actuales. Es una mirada personal, imaginaria, con licencias artísticas, pero documentada, sobre los sentimientos que en mí despertaron María Antonieta y aquellos tiempos. Para contar su paso por la cárcel, la Revolución Francesa o su final necesitaría hacer otra película.
-¿Cuándo y cómo surgió el interés por María Antonieta?
-Leí la novela y me cautivó. Me sorprendió que no se hubiese filmado nada sobre ella desde fines de los años 30 y sentí que allí había una película de las que a mí me gustan hacer: ingresar y perderse en un mundo desconocido, como el de la Francia del siglo XVIII. No quería hacer una típica biopic de época sino rodarla con mi estilo, mi mirada, mi estética. Mostrar la frescura de la gente joven.
-¿Cómo fue la experiencia de rodar en el palacio de Versalles?
-Agotadora, porque rodábamos sólo los lunes, que es el día que está cerrado al público. Estuvimos doce semanas allí y contamos con la colaboración del director del museo, que siempre se mostró muy entusiasmado con el proyecto. Pudimos acceder a sus habitaciones y a sus objetos personales. Eso nos permitió sumergirnos en la atmósfera de la época, y los climas son esenciales en mis películas. Eso no se hubiese conseguido haciendo una réplica en un set de filmación. Versalles se convirtió en un personaje más de la película.
-¿Su próximo proyecto seguirá esta línea?
-¡No! [se ríe]. Espero hacer algo en una escala mucho menor. Tengo varios proyectos en marcha, porque escribo todo el tiempo. María Antonieta no es el tipo de películas con el que me siento más cómoda, pero era una oportunidad increíble que no podía desaprovechar.