25 enero 2007

La telaraña de Charlotte

Wilbur es un canchito que vive en una granja, feliz, rodeado de otros animales, amparado por una niña: Fern. Hasta que comprende su destino de jamón serrano —o de bandeja y manzana en la boca— y se desbarranca en la depresión. "No es que los humanos nos quieran; simplemente les gustamos", concluye con melancolía, la mirada triste clavada en el ahumadero: un edificio siniestro, con aspecto de crematorio, que pertenece a los Zuckerman.

Aquí tenemos el conflicto central de una película con algunos actores, animales reales —animados con técnicas digitales— y voces de estrellas (como Julia Roberts, Dakota Fanning, Steve Buscemi y otros) que, lamentablemente, se pierden en el doblaje. El libro de E.B. White en que se basa en filme, publicado en 1952, lleva 45 millones de copias vendidas y fue adaptado al cine por primera vez en 1973.

En un ámbito con animales sagaces e irónicos, cada uno con una personalidad bien definida, Wilbur piensa que tiene que mostrar alguna aptitud especial para salvarse. Charlotte, una araña delicada, la intelectual del grupo, buscar atraer la atención humana tejiendo palabras que aluden al cerdito en su telaraña. Ella no es muy aceptada por los demás ("Dicen que se comen a los machos", susurra un ganso. "Lo bien que hacen", le contesta una gansa). Pero de a poco irá conquistándolos.

Sin fórmulas nuevas, pero con un texto inteligente, que no condesciende a los simples mensajes edulcorados, se entreteje una película tan grata y bella como Charlotte, la araña.