
(Juan López y John Ward, Jorge Luis Borges)
En la sutil ironía borgeana, anteponer un rebatible "sin duda" a la palabra heroico, está el centro de la nueva película de Clint Eastwood. No se trata, en ninguno de los casos, de cuestionar el íntimo concepto de heroísmo, sino de preguntarse quién lo construye y difunde —en determinado momento histórico—, y para qué. Por eso, a pesar de las potentes, opresivas, sórdidas secuencias de la batalla de Iwo Jima, La conquista del honor no es un filme bélico ni antibélico. Su mirada crítica se posa sobre la vasta manipulación; acá, del gobierno norteamericano.

El gobierno, rápido de reflejos, retiró de la isla a esos hombres —inmortalizados por Rosenthal de espaldas— y los transformó en íconos de una guerra que, hasta entonces, no entusiasmaba a un pueblo recién salido de la Gran Depresión. Algunos candidatos a héroes habían muerto; los repatriados, del segundo izamiento, fueron tres: el enfermero John Bradley (Ryan Phillippe), cuyo punto de vista, atroz, hilvana las escenas de guerra; el introvertido indígena americano Ira Hayes (Adam Beach) y Rene Gagnon, amante del uniforme militar, que cumplió una mera función de mensajero. "No alcanza con ser héroe: hay que parecerlo", había bromeado antes del desembarco.

Eastwood, que a los 76 años sigue perfeccionando su rotundo vigor narrativo y un manejo impecable de los tempos cinematográficos, combina escenas de la batalla que sigue transcurriendo (al final hubo 7.000 muertos norteamericanos) y de la gira que deben hacer los tres sobrevivientes para publicitar la venta de bonos de guerra. Durante una cena honorífica, la cámara se posa sobre un postre que reproduce la cúspide del Suribachi: la imagen del izamiento se repite hasta en la comida.
De pronto, un mozo deja caer salsa de fresa sobre el postre: ese plano cercano, en medio del clima festivo, tiene más potencia que cierta retórica que más adelante va a subrayar lo que las imágenes muestran con vehemencia. "¿Es cierto que combatió a los japoneses con hachas?", le pregunta un alto oficial a Ira (gran composición de Beach), el más torturado de los "héroes". Esa frase combina el elogio ambiguo, la ironía y, por supuesto, la xenofobia.

Más: con vitalidad y talento envidiables, Eastwood filmó, paralelamente, Cartas desde Iwo Jima, versión japonesa de la batalla (nominada para el Oscar a mejor película). Este filme dialoga con La conquista... y conforma con ella un díptico cuya dimensión —tal vez de clásico— podrá evaluarse cuando Cartas... se estrene acá.
"Supongo que si uno ve ambos filmes juntos parecerán antipatrióticos", aclaró Eastwood. Hay que pensar que, más allá de adoptar el punto de vista enemigo en Cartas..., en La conquista... mostró el poder manipulador de una imagen. En un país que evitó los registros visuales de su invasión a Afganistán y que intentó ocultar fotos de marines torturando en cárceles de Irak. Al dejar testimonio en tiempos y lugares adversos, Eastwood demuestra que la valentía no siempre está vinculada con la violencia.