Pánico, estupor, agonía: sólo algunos de los estados por los que los protagonistas atraviesan los 140 minutos que se toma Babel para destapar y enjuiciar el racismo y la locura de comienzos de siglo.
Como en sus dos trabajos anteriores, el mexicano Alejandro González Iñárritu gusta combinar y mezclar los tiempos, personajes y situaciones de tragedia en Babel, la película con la que, parece, habrá de conquistar más premios y aplausos que con Amores perros y 21 gramos. ¿Es que cambió, profundizó su mirada o las historias corales, como la última ganadora del Oscar,Vidas cruzadas, son la nueva vedette en Hollywood, entre tanta simpleza y liviandad?
Iñárritu no ha cambiado nada. Si los conflictos de pareja comenzaban a ocupar un lugar casi central en 21 gramos, en Babel el eje pasa por las relaciones familiares. Dramáticas, con muertes incluidas, como le gusta al mexicano de 43 años.
La pareja central podría ser la de Richard y Susan (Brad Pitt y Cate Blanchett), de tour por Marruecos. Ella es alcanzada por una bala en un ómnibus, y más allá de que el ángulo del disparo sea difícil de comprar desde la platea, lo que sobreviene es dantesco. Susan casi se desangra, sus compañeros norteamericanos de vacaciones temen más por sus vidas que por salvarla; los hijos de la pareja sufrirán sin enterarse de lo que pasó en Africa cuando su niñera, para no perderse el casamiento de su hijo, se los lleve a México. También está el conflicto entre los niños que dispararon el rifle, que su padre compró para cuidar su ganado, y una cuarta pata en el lejano Japón, con un padre que trata de sobreponerse al suicidio de su esposa y no sabe cómo relacionarse con su hija sordomuda.
Al igual que en las películas por las que Iñárritu se hizo más querer que odiar, todas las historias se entrecruzan y la cámara pasa por tres continentes, va y viene de Marruecos —a ver qué pasa con Pitt y Blanchett, pero también a la aldea de los chicos—, a México y Japón.
Las referencias bíblicas y las barreras infranqueables del lenguaje —para entenderse hay que querer escuchar al otro es el mensaje más obvio— hacen que esa Babel de la que hablan Iñárritu y su guionista de siempre, Guillermo Arriaga, sea más que una metáfora.
Las intenciones del dúo son polemizar acerca de cierta estupidez y descreimiento humanos. Así como el accidente en la ruta es rápidamente caratulado como acto terrorista, Chieko expande su enojo haciendo perder a su equipo de voley y quitándose luego su ropa interior en un nutrido restaurante. Así como no se puede —o no se debe— mirar sin ver, antes de tomar una determinación los personajes deberían reflexionar más de una vez.
Como sucede en este tipo de ficción, el espectador se podrá sentir más atraído por una historia que otra. Los mexicanos Adriana Barraza y Gael García Bernal están a la par de un elenco de excepción, en ese crisol de razas y lenguas que Iñárritu refleja con tormentos y sentimientos.
Iñárritu sabe narrar con fluidez, y en eso tiene una gran ayuda de sus editores Stephen Mirrione y Douglas Crise (el primero ganador del Oscar por Traffic, y ambos también galardonados en Cannes, igual que el director). Y la música de Gustavo Santaolalla, con sus cambios de ritmos, es más que funcional al relato, al que imprime un sesgo propio. Babel es de esas películas a las que, luego de su visión, cuesta dejar en el olvido. Por sus temas, por su tratamiento, y por la búsqueda de una solidaridad cada vez más distante en el globalizado mundo que sabe reflejar