Películas como El descanso no deberían funcionar, pero funcionan. Uno puede reconocer en ella todos los elementos fallidos —un guión plagado de arbitrariedades, un timing cómico muchas veces pifiado, un cásting en algunos casos desacertado, una mirada sobre las mujeres que atrasa veinte años—, pero pese a ello sentirse involucrado en lo que se cuenta, al punto de reírse de chistes obvios o emocionarse con situaciones por demás predecibles. ¿Cuál es el secreto? Difícil definirlo: empatía con las tribulaciones de los personajes, el cariño hacia ellos que se desprende de cada secuencia, su parsimonioso estilo a la vieja escuela (personajes secundarios extendidos, fuerte presencia de la música incidental, escenarios que parecen decorados). Todo aporta a que El descanso se transforme en una experiencia cinematográfica agradable. Larga, eso sí.
Es que Nancy Meyers (Alguien tiene que ceder) es de las que les gusta explayarse en sus historias. Y aquí, a falta de una, tiene dos, apenas conectadas, con lo que los 140 minutos de película bien podrían ser dos de 70. El punto de partida es un intercambio de casas entre dos mujeres, una inglesa y otra norteamericana, para las fiestas. La inglesa es Iris (Kate Winslet), una periodista enamorada de un colega (Rufus Sewell), quien se está por casar con otra mujer, pero que nunca termina de dejarla del todo. La norteamericana es Amanda (Cameron Díaz), una publicista de cine estresada que descubre que su pareja (Edward Burns) lo engaña.
Ambas quieren escapar de sus fracasos amorosos y cuando Amanda encuentra la coqueta cabaña de Iris como parte de un plan de intercambio de casas por internet, no lo duda y le ofrece un trueque. Una vez en las afueras de Londres, Amanda descubre que está aburrida de sí misma a las pocas horas de haber llegado. Pero, caramba, esa noche golpea la puerta Graham (Jude Law), el hermano de Iris que llega borracho, y sin muchos preámbulos pasará la noche con él y no tardarán en enamorarse.
Iris, en tanto, se dedicará más a disfrutar de la casa y a hacerse amiga de su vecino (Eli Wallach), un veterano guionista que funciona como un referente del modelo de cine que Meyers intenta, no siempre con éxito, imitar. Más tarde aparecerá Miles (Jack Black), un compositor para cine, con el que empieza una relación tímida y amistosa, que no está muy bien desarrollada.
El descanso se presenta como una comedia romántica sobre la necesidad de dos mujeres de encontrarse a sí mismas luego de sendos fracasos sentimentales, pero llega muy rápido a la idea de una nueva relación que recompondrá "los platos rotos". ¿Autosuficiencia femenina? ¿Independencia? Nada de eso. Meyers es una fiel creyente de la idea de que "el amor es más fuerte" y entrega rápidamente a sus heroínas en brazos de nuevos candidatos que, supone, resultarán más adecuados que los anteriores.
Pero el que disfrute de sus historia de amor "a la antigua", el que pueda apreciar la ductilidad como comediantes y la electricidad que generan Diaz y Law en la historia que mejor funciona de las dos, el que se emocione con el viejito piola que encarna el mítico Wallach (más allá que Jack Black tiene muy poca química con Winslet) podrá superar los tramos más pringosos de El descanso y salir con una sonrisa.
Se trata de cine sobre el cine, con sus reglas y su micromundo, una película en la que la vida real apenas es un reflejo lejano, que se adivina a través de algunas emociones genuinas, como las que atraviesa Amanda al descubrir en qué consisten los secretos de Graham o las que vive Iris por depender de alguien que no le da lo que desea. El descanso es un enorme pedazo de torta de chocolate que empalaga por donde se lo mire. Cae algo pesadito, claro, pero se disfruta también
Es que Nancy Meyers (Alguien tiene que ceder) es de las que les gusta explayarse en sus historias. Y aquí, a falta de una, tiene dos, apenas conectadas, con lo que los 140 minutos de película bien podrían ser dos de 70. El punto de partida es un intercambio de casas entre dos mujeres, una inglesa y otra norteamericana, para las fiestas. La inglesa es Iris (Kate Winslet), una periodista enamorada de un colega (Rufus Sewell), quien se está por casar con otra mujer, pero que nunca termina de dejarla del todo. La norteamericana es Amanda (Cameron Díaz), una publicista de cine estresada que descubre que su pareja (Edward Burns) lo engaña.
Ambas quieren escapar de sus fracasos amorosos y cuando Amanda encuentra la coqueta cabaña de Iris como parte de un plan de intercambio de casas por internet, no lo duda y le ofrece un trueque. Una vez en las afueras de Londres, Amanda descubre que está aburrida de sí misma a las pocas horas de haber llegado. Pero, caramba, esa noche golpea la puerta Graham (Jude Law), el hermano de Iris que llega borracho, y sin muchos preámbulos pasará la noche con él y no tardarán en enamorarse.
Iris, en tanto, se dedicará más a disfrutar de la casa y a hacerse amiga de su vecino (Eli Wallach), un veterano guionista que funciona como un referente del modelo de cine que Meyers intenta, no siempre con éxito, imitar. Más tarde aparecerá Miles (Jack Black), un compositor para cine, con el que empieza una relación tímida y amistosa, que no está muy bien desarrollada.
El descanso se presenta como una comedia romántica sobre la necesidad de dos mujeres de encontrarse a sí mismas luego de sendos fracasos sentimentales, pero llega muy rápido a la idea de una nueva relación que recompondrá "los platos rotos". ¿Autosuficiencia femenina? ¿Independencia? Nada de eso. Meyers es una fiel creyente de la idea de que "el amor es más fuerte" y entrega rápidamente a sus heroínas en brazos de nuevos candidatos que, supone, resultarán más adecuados que los anteriores.
Pero el que disfrute de sus historia de amor "a la antigua", el que pueda apreciar la ductilidad como comediantes y la electricidad que generan Diaz y Law en la historia que mejor funciona de las dos, el que se emocione con el viejito piola que encarna el mítico Wallach (más allá que Jack Black tiene muy poca química con Winslet) podrá superar los tramos más pringosos de El descanso y salir con una sonrisa.
Se trata de cine sobre el cine, con sus reglas y su micromundo, una película en la que la vida real apenas es un reflejo lejano, que se adivina a través de algunas emociones genuinas, como las que atraviesa Amanda al descubrir en qué consisten los secretos de Graham o las que vive Iris por depender de alguien que no le da lo que desea. El descanso es un enorme pedazo de torta de chocolate que empalaga por donde se lo mire. Cae algo pesadito, claro, pero se disfruta también