
En un rápido vistazo puede decirse que los críticos aún están más a favor que en contra de la diva. La biblia del caso, "Rolling Stone", califica el álbum con tres estrellas y media (de cinco), y repite lo que la mayoría consignaban ayer: que es completamente ochentero, con sintetizadores y baile sin respiro. "Madonna nunca ha perdido su fe en el poder del beat", dice la revista.
"The New York Times", el diario de la ciudad que ella homenajea en "I love New York", también parece estar de su lado: "Es Madonna como ella es ahora: una estrella y una celebridad con aspiraciones espirituales".
El diario inglés "The Independent" es menos amable: "Es una colección de piezas típicas de la música disco, cada pedazo tan tibio como el título (del álbum)"; su crítico añade que está lleno de clichés.

Con su estética y colores, el disco no puede ser más obvio en ambos sentidos. Además, como es su costumbre, ella ya sembró "marketeramente" para que todos sus esfuerzos den fruto. La semana pasada hizo la declaración que hacía falta al canal británico ITV1: "Me siento como un gay encerrado en el cuerpo de una mujer".
El origen de todo

Es un hecho que "Confessions..." está lleno de guiños a esta comunidad, que se caracteriza por erigir diosas. Y ella, que se había puesto muy madre, salió a la reconquista del trono con sus bien llevados 47 años. Lanzó el álbum bailando en una disco y abrió los premios MTV Europa con un atrevido short. Madonna otra vez, pura fibra y sensualidad, rodeada de bailarines toqueteándola como en los viejos tiempos. ¿Temperatura? La que vale, la del público: ayer ya se habían vendido 2,2 millones de copias en todo el mundo; en las próximas semanas la gente dirá.