02 marzo 2006

Capote


Películas como Capote y personajes como el escritor de A sangre fría plantean un dilema complejo de resolver. Cualquiera que haya visto imágenes de Truman Capote sabe que interpretarlo es un desafío que da pie a actuaciones centrífugas, de ésas que se comen las películas y transforman a todo lo que rodea a la "interpretación" en algo intrascendente. Suelen ser, además, esas películas en las que los ojos están puestos en el trabajo actoral, en ver si tal o cual actor "sacó" o no al personaje que le tocó en suerte.

El filme de Bennett Miller afronta ese problema de entrada y lo resuelve de manera extraordinaria. Por un lado, al tomar la historia de Capote por la mitad. No se trata de una biopic (película biográfica) típica. Aquí no nos vamos a centrar en saber cómo el niño Truman llegó a ser ese personaje entre freak y glamoroso, parte de la aristocracia intelectual de la Nueva York de los años '50, que escribió Otras voces, otros ámbitos y Desayuno en Tiffany's y se transformó en centro de atención del mundillo intelectual neoyorquino.

Miller lo toma ya convertido en "personaje", a punto de vivir un evento que iría a cambiarle la vida para siempre.El otro gran logro del filme es mérito de Phillip Seymour Hoffman. Si bien es imposible hacer a Capote sin sus tics, sus manierismos y su voz susurrante y seseosa, uno se acostumbra al asunto a los diez minutos y deja de mirar al "actor actuando". Hoffman logra trascender el tic y si llama la atención sobre sí mismo es porque así era Capote, no porque el actor intente comerse a la película.

La historia arranca cuando Capote lee en el diario la noticia del asesinato brutal de una familia en un pequeño pueblo sureño y le ofrece a su editor en la revista The New Yorker viajar a cubrirlo. La oferta es aceptada y allí va el mundano Truman, ya muy lejos de sus años de habitante del sur, a meterse en un mundo que no está acostumbrado a tratar con personajes como él. Como colaboradora lleva a Harper Lee, una escritora también sureña y amiga de la infancia, que está en proceso de escribir la novela Matar a un ruiseñor, que la haría famosa, y que Catherine Keener interpreta con una calma muy alejada de su habitual frenesí.

Luego de ganarse la confianza del sheriff local (Chris Cooper), Capote consigue —una vez descubierto los asesinos—, un privilegiado acceso para poder hablar con ellos y conocer el por qué de tamaño crimen. Y será a partir de su relación con Perry Smith, el mentor de la dupla, que Capote terminará armando el libro A sangre fría, clásica novela de no-ficción. La clave del filme será ver cómo Capote soluciona el conflicto que se le presenta entre su relación de amistad con Perry y la necesidad de terminar un libro que se va estirando y estirando, mientras los condenados intentan evitar ser llevados a la horca y Truman se debate entre seguir ayudándolos o renunciar a ello y así poder acabar su novela.

Sorprendente por ser una opera prima, Capote posee un tono narrativo mesurado, que evita los picos dramáticos impostados y avanza construyendo minuciosamente sus personajes, su universo y hasta su tema central, que no queda claro hasta que promedia la narración. El filme de Miller —como también lo hace Buenas noches, buena suerte, de George Clooney— logra poner en juego varios asuntos a la vez: es un análisis a fondo de un personaje que no necesita reparar en sus apuntes biográficos más obvios, es la reconstrucción perfecta de un mundo y de una era perdidas, trabaja a la perfección un conjunto de subtramas y de relaciones paralelas (Capote con su pareja, con su editor, la forma en la que logra superar los prejuicios) y plantea un debate ético de una manera inteligente y sutil.

Por último, claro, hay que destacar la actuación de Hoffman y cómo —más allá del parecido o no con el escritor— es capaz de crear un personaje tan rico en contra dicciones sin jamás juzgarlo ni ser condescendiente con él, poniéndose siempre a la par y descubriendo en el momento lo que la realidad —o su propia vida— le va deparando. Y si Hoffman entra muchas veces en ese peligroso territorio del "mírenme", en realidad el llamado de atención es del propio Capote, un tipo genial, talentoso y confundido, que creía poder controlar el mundo hasta que el mundo lo dio vuelta como un pañuelo