Stanwyck no encandilaba como una estrella inalcanzable y misteriosa a la manera de Garbo o Dietrich, ni deslumbraba con su carisma y sus exhibiciones actorales al estilo de Katharine Hepburn o Bette Davis. Ella estaba más próxima al mundo real; se la reconocía como a una igual, de carne y hueso, a veces heroica, a veces risueña, novia romántica o mujer fatal, bataclana o ranchera, madre sacrificada o heredera codiciosa. Pasó por todos los géneros: de las comedias alocadas al western, y del melodrama al policial negro, y en todos resolvió sus compromisos con solvencia y autoridad, de modo que pudo salir airosa aun cuando le tocaran en suerte papeles sin relieve. Así se ganó esa fama de profesional disciplinada y laboriosa que seguramente no alcanza a hacerle justicia.
Hasta la Academia de Hollywood, que la colocó cuatro veces en el umbral del Oscar (por Madre , Bola de fuego , Pacto de sangre y Al filo de la noche ), debió corregir sus desatenciones y entregarle, cuando ya había cumplido los 74, una estatuilla honoraria. Llevaba entonces más de medio siglo de carrera, la última parte de ella desarrollada en la televisión, en personajes tan celebrados como el de Valle de pasiones .
Del cabaret a Broadway
Se dice que fueron las duras experiencias de la infancia las que le dieron el conocimiento de la vida que usó en la composición de sus personajes y las que ayudaron a definir su carácter. Mujer segura de sí y de sus decisiones, tenía memoria de sus orígenes y se reconocía como una trabajadora: no le iban los aires de diva, aunque supiera transformarse, si hacía falta, en vamp hechicera y peligrosa.
Conoció el infortunio desde chica: tenía dos años cuando murió su madre en un accidente y cuatro cuando su padre abandonó el hogar. Fue criada por una hermana corista y anduvo de casa en casa, entre parientes y amigos. A los 13, dejó la escuela para bailar en tabernas y a los 15 se sumó a las célebres revistas de Ziegfeld. Y cuando por fin debutó en el teatro, en 1926, y vivió su primera experiencia sentimental, con un colega llamado Rex Cherryman, otra vez la alcanzó la tragedia: su novio murió envenenado. Pero al menos, The Noose , como se llamaba la pieza que representaban, mereció elogios y le abrió las puertas del cine: gracias a ella, el productor Bob Kane le dio la pequeña parte de una bailarina en Broadway Nights (1927), el primer film en el que apareció. Ruby Stevens (su nombre verdadero) ya había dejado paso a Barbara Stanwyck.
Se dice que su matrimonio con otro actor, Frank Fay, inspiró la historia de Nace una estrella : la carrera de él se fue desvaneciendo a la misma velocidad que la de Barbara progresaba. En Hollywood, pronto se convirtió en favorita de dos directores célebres: Frank Capra y William Wellman. Dos films del primero, Ladies of Leisure y Amor prohibido (1932) la hicieron famosa. Otros dos, Night Nurse y So Big , del segundo, demostraron que la joven actriz sabía lucirse tanto en la comedia como en el drama.
Así, pudo escapar del encasillamiento, aunque los suyos siempre fueran personajes de mujeres aguerridas o de fuerte temperamento. Vendrían decenas de films: rodó en total más de ochenta. A las órdenes de Capra y Wellman, sí, pero también dirigida por Howard Hawks ( Bola de fuego ), George Stevens ( Annie Oakley ), King Vidor ( Madre , uno de sus grandes éxitos), Cecil B. de Mille ( Unión Pacifico ), Preston Sturgess ( Las tres noches de Eva ), Edward Dmytryk ( Por los barrios bajos ), Douglas Sirk ( Siempre hay un mañana ) y Hugo Fregonese ( Viento salvaje ), por citar unos pocos. Pero llegó a la cima probablemente con el film de Billy Wilder y -siempre en la cuerda dramática- con Fritz Lang ( Tempestad de pasiones ) y con Anatole Litvak ( Al filo de la noche ).
Murió en 1990. No se la ha olvidado.