
La discusión será álgida (¿The Queen, de Stephen Frears, o No quiero dormir solo, de Tsai Ming Liang? ¿Lo nuevo de Alain Resnais o Bobby, de Emilio Estévez?) Habrá que ser valiente.
Para valiente, aquí está Kenneth Branagh, que no le teme a nada. Ya adaptó a Shakespeare, se atrevió con Mary Shelley con un Frankenstein de terror, y ahora dirigió La flauta mágica, la ópera de Mozart, ambientándola en la Primera Guerra Mundial.

Decir esto en una tierra donde la lírica es sagrada puede sonar herético. Branagh sostuvo su posición hasta cuando le preguntaron por qué trasladó la historia a la Primera Guerra Mundial. "La música es tan grande, en toda su escala, que necesitaba reconciliarla con hechos, trazar un paralelismo con los paisajes y lo épico y el sentimiento profundo de lo que significa la paz", esbozó. El hombre que dirigió Enrique V y Hamlet fue sincero: "Quería sorprender al público".
Al menos contrató a cantantes de ópera (como Lyubov Petrova) y el resultado es, por momentos, admirable.

Esta noche es la fiesta de Gucci, en el Palazzo Grassi. Los barcos partirán con los invitados, cruzarán desde el Lido hacia Venecia, donde la creme de la creme pasa el poco tiempo libre que queda entre película y película. ¿Irá Streep, o la moda fue acaso para ella solo un pasatiempo...?