04 setiembre 2006

The Fountain de Darren Aronofsky decepciona

Cuando se abre el acceso al periodismo, tanto sea en la Sala Perla, que funciona donde antaño estaba el Casino del Lido, o en la PalaLido, vecina y detrás de la Sala Grande, la estampida se inicia: las salas tienen dos pasillos y conseguir una butaca con el pasillo delante permite estirar las piernas (hay poco espacio entre fila y fila), y obtener una mejor visión: las cabezas suelen impedir ver el subtitulado electrónico debajo de la pantalla.

Así comienza una jornada en la Mostra, a las 8 de la mañana: no buscando una exclusiva a esa hora, sino una buena ubicación para ver el filme elegido. Que no siempre es el mejor...Ninguna de las tres películas en competencia, ayer, valió tamaño despliegue de táctica para conseguir buena ubcación. La austríaca Fallen, de Barbara Albert, sigue a cinco ex compañeras de secundaria, reunidas en el velatorio de su profesor favorito, luego de trece años. Andan, entonces, por los treintaypico, y esa jornada estará sembrada de alcohol, sexo, revelaciones, un novio que en su noche de bodas tiene sexo con una ex que está embarazada, mucho grito y poca, muy poca sustancia. La película, jugando con su título, se cae.

Muchas expectativas había con The Fountain, primera película de Darren Aronofsky en seis años. El director de Pi y Requiem por un sueño coqueteó con la Warner para hacer Batman, pero terminó con esta parábola acerca de la vida eterna, el amor infinito y el delirio extremo.

Hugh Jackman pone la misma cara que Wolverine en X-Men cuando es "el conquistador" en España/México del siglo XVI. Los mayas tienen un mapa en el que se encontraría el Arbol de la vida en el Edén, y el hombre está dispuesto a beber su savia y vivir eternamente. Pero pronto Jackman no es el conquitador, si no un científico futurista en busca de la cura del cáncer, ya que su mujer (Rachel Weisz, la mujer de Aronofsky) tiene un tumor.

Si la película es compleja y comienza con efectos especiales, de a poco se torna riesgosa y sumamente pretenciosa. Pi tenía una estructura atípica, pero que le cabía. The Fountain, va y viene en el tiempo, mezcla metafísica, religión, new age y diálogos increíbles, y tiene cerca de cinco finales posibles, uno tras otro. Uno puede ser un romántico incurable, pero hasta el amor, al menos en el cine, tiene que tener cierta lógica.

Tsai Ming-Liang, el director de El río, vuelve a tener el agua como elemento aglutinante y central en I Don't Want to Sleep Alone (No quiero dormir solo), que habla de la soledad y la necesidad de confortar al otro. Un joven es brutalmente asaltado en Kuala Lumpur, y es rescatado por otro, que le da lugar en su hogar, y en su enorme colchón sobre el piso. Cerca, una joven se ocupa del cuidado del hijo de su jefa, que está paralizado en una cama.

El realizador elige planos largos, casi no hay diálogo, y algunas escenas escabrosas —no van más allá de masturbaciones— parecen correr el foco de atención. Tsai suele contar un mundo en desequilibrio, al borde del colapso, y sólo un final poético aleja la abrumación del espectador.