De las 14 secciones en las que el Festival de Toronto organiza y distribuye sus más de 350 películas, hay una particularmente ingeniosa, que se titula “Dialogues: Talking With Pictures”. Se trata de pedirle a un actor o a un director que presente personalmente una película de su elección, que le resulte significativa por algún motivo, que haya influido en su carrera o que simplemente represente una curiosidad. Este año, por ejemplo, el director taiwanés Tsai Ming-liang, que llegó a Toronto para acompañar las exhibiciones de su película La nube errante, se dio el gusto de introducir The Wild, Wild Rose, una producción de Hong Kong de 1960 protagonizada por la actriz y cantante Grace Chang, una superdiva del cine asiático de esa época, que fue fundamental en su educación sentimental. Si de cantantes se trata, Liza Minnelli vino especialmente a Toronto a presentar la restauración de Liza with “Z”, un especial para televisión que ella protagonizó en 1972 bajo la dirección de Bob Fosse y que se creía perdido. Y Nick Cave trajo bajo el brazo una copia de Ghosts... of the Civil Dead, una película australiana de 1988 de la que él escribió el guión, compuso la música y asumió el papel protagónico.
La estrella de la sección, sin embargo, fue Isabella Rossellini, que celebró el inminente centenario del nacimiento de su padre, el maestro del cine italiano Roberto Rossellini. Y lo hizo por partida doble. En primer lugar, presentó uno de sus clásicos incandescentes, Roma, ciudad abierta, que en 1945 fundó las bases del neorrealismo y, al mismo tiempo, descubrió para el mundo una actriz excepcional, Anna Magnani. Pero para salir de la rutina y poder decir algo más personal sobre su padre, Isabella le pidió a su amigo, el director canadiense Guy Maddin (con quien dos años atrás filmó la delirante The Saddest Music in the World), que hicieran juntos un pequeño film sobre sus impresiones y recuerdos del gran Roberto. El resultado es el corto My Dad is 100 Years Old, 16 exquisitos minutos que llevan la marca indeleble de Maddin –esas imágenes borrosas y rayadas, que parecen salidas de la memoria colectiva del espectador, como si las pasara en su cabeza un viejo proyector de 16mm–, pero que a su vez son un one woman show, con Isabella a cargo de todos los personajes.
Y no son pocos. En primer lugar, está ella misma, que le habla a su padre como si estuviera vivo. Y de hecho lo está, al menos en la pantalla, en la forma de una enorme, descomunal barriga (“de chica creía que estabas embarazado”, dice) y sobre la que se abandona suavemente para evocar los recuerdos de su infancia, cuando su padre trabajaba en la cama. “En la cama, papá leía, escribía, tomaba su espresso, editaba sus películas, pero por sobre todas las cosas pensaba...”, rememora su hija. Y es allí cuando aparece una cabalgata de fantasmas –todos encarnados por Isabella– que vienen a discutir con su padre: el productor David O. Selznick, que le habla del cine como entretenimiento; la sombra de Alfred Hitchcock, que le reprocha a Rossellini no haber sido cura; un ángel en la forma de Chaplin, que sobrevuela el estudio, y Fellini, que detrás de su sombrero y su bufanda se defiende de las acusaciones de traición de quien fuera su mentor.
Por supuesto, el fantasma que se materializa de manera más escalofriante es el de Ingrid Bergman, la madre de Isabella, a quien ella se parece increíblemente y a la que añora tanto como a su padre. “El no destruyó mi carrera, yo destruí la de él”, dice Ingrid por boca de Isabella, tratando de reparar una injusticia histórica. Quien fuera la mayor estrella de Hollywood de los años ’40, la protagonista de clásicos absolutos como Casablanca y Cuéntame tu vida, en 1949 viajó a Italia, se enamoró de Rossellini y abandonó en los Estados Unidos a su marido y a su primera hija. Junto a Rossellini tuvo tres hijos –Robertino y las mellizas Isottae Isabella– y filmó cinco películas volcánicas, que se anticiparon a su tiempo: Stromboli, Europa 51, Viaggio in Italia, La paura y Giovanna d’arco al rogo. Pero por entonces los guardianes morales de Hollywood la excomulgaron y boicotearon en Estados Unidos sus films italianos, para recibirla con los brazos abiertos solamente cuando Ingrid se separó de Rossellini y volvió a California.
“Lentamente está siendo olvidado, papá. Ya no te quedan seguidores ni apóstoles”, se lamenta Isabella, mientras acaricia el orbe obeso de la barriga de su padre. Y le susurra al ombligo: “No sé si fuiste un genio, pero te quiero”