Se puede decir que ayer se reunía en la bóveda celeste de la Mostra una copiosa constelación de estrellas o, dicho de otro modo más ratonero, ¡esto era un infierno! Russell Crowe, Gwyneth Paltrow, Renée Zellweger, Anthony Hopkins, Elijah Wood, Isabelle Huppert, Jake Gyllenhaal... Cientos y cientos de fans cada uno con el argumento en su cartel: «Orlando Bloom : So hot». Mucha estrella, sí, pero poca punta. Y la mejor, más potente y más brillante de todas era el irascible y superdotado Russell Crowe, que interpreta al púgil Jim Braddock en «Cinderella man», una excelente película de Ron Howard, aunque cueste creerlo. Se proyectó fuera de la competición, con lo que no habrá modo de premiar el épico trabajo de Crowe o el también genial de Paul Giamatti, que interpreta con una personalidad insólita y compleja al entrenador de ese legendario boxeador. Pero, hagamos un intermedio entre «rounds».
El concurso permaneció ayer deshabitado aunque «echaron» dos películas a ese saco: una francesa estéril de Patrice Chéreau titulada «Gabrielle», en la que Isabelle Huppert se desfondaba entre aparatos melodramáticos y la imagen pomposa que desfiguraba el cuento de Conrad en el que se basa; y la otra en competir era «Proof», de John Madden, quien se volvía a reunir con Gwyneth Paltrow tras la campanada de «Shakespeare in love». Nos olvidamos de Chéreau por completo y recordamos algo de la de Madden, donde Gwyneth Paltrow hace de genio de las matemáticas que acaba de perder a su padre, Anthony Hopkins, otro genio de las matemáticas, y que conoce de repente a Jake Gyllenhaal (uno de los «cowboys» de la película de Ang Lee), quien también es otro prodigio de las matemáticas; pues, a pesar de ello, de tanto matemático y tanto número, poco hay que contar. Acaso que Gwyneth Paltrow asistió a la rueda de prensa a través del teléfono de John Madden...
Suena la campana: Jim Braddock fue un buen boxeador, un boxeador mediocre, un fracasado y el campeón mundial de los grandes pesos; y en todo ello no hay mayor contradicción que la de representar como pocos en la historia (no la del boxeo, sino la de cualquier cosa) la excepción que confirma la gran regla: la vida no suele dar dos oportunidades.
Ron Howard consigue meter en la pantalla la enormidad del personaje de Braddock, que se cayó de bruces en la vida y el boxeo en plena depresión americana, que estuvo al filo de morir de hambre junto a su mujer y a sus tres hijos, que nunca había perdido por KO, que conocía el Madison por dentro como un cura su iglesia, que le echaron una maroma cuando ya estaba con el agua al cuello y que se agarró a ella, se volvió a calzar los guantes («ahora sé por qué lucho: por la leche de mis hijos», frase melodramática que dicha por el bestia de Crowe se la come uno como un canapé de huevo).
Cenicienta del ring
La película lo tiene a uno la mayor parte del tiempo contra las cuerdas, pero lanza un brutal ataque en el último tercio, cuando aparece en escena la figura también legendaria de Max Baer, el campeón del mundo que destrozó a Primo Carnera, un mamut, y que había mandado al otro barrio a dos púgiles con sus manotazos. Ron Howard cuenta la historia, los hechos, pero también la leyenda: el mundo adoptó a esta Cenicienta del ring surgida entre la turba de la depresión y lo apretujó contra su pecho como una metáfora del renacimiento. Hay grandes películas sobre el fondo y el trasfondo del boxeo, y ésta se irá a colocar a su lado, a pesar de Renée Zellweger, que hace el papel de esposa con el mismo catálogo de gestos que el de la gordita Bridget Jones. Y es una lástima no poder ahora profundizar en el trabajo de Paul Giamatti, probablemente el mejor actor del mundo, capaz de mover una película como un surfero su tabla.
Aún hubo un título más fuera de la competición, «Everything is illuminated», dirigida por el actor Liev Schreiber, que elabora una interesante comedia sobre el viaje de un americano a Ucrania para encontrar a la mujer que salvó a su abuelo de los nazis. La cosa es seria, pero está envuelta en un tono jocoso apoyado en el choque entre culturas, con perdón; y apoyado, también, en la cara de berenjena de Elijah Wood, que tiene más gracia de la que parece.