Tras el chocante anuncio de «Film Sorpresa» se presentaba de tapadillo a la competición la última película del singular Kitano, titulada con su propio ego «Takeshi´s» y dedicada, en cierto modo, a reírse de su personaje cinematográfico de yakuza lacónico y brutal. No hay duda de que el sentido del humor de Kitano está a la altura de su imaginación, de su fascinación por la violencia y del manejo de su rara poesía. Ésta es una película fantasiosa, a veces divertida, a veces extravagante y a veces puro petardo, pero demuestra que, en efecto, el ego de Takeshi Kitano puede ser tratado con cierta desconsideración, al menos por él mismo.
Pero la auténtica sorpresa la dio Ang Lee con su milimétrico y peculiar western titulado «Brokeback Mountain», un asalto en toda regla a la fortaleza moral y sentimental del «cowboy» hecho con una maestría, con un pudor y con un conocimiento del terreno que convierten al director chino Ang Lee en un camaleón con cámara y en un cineasta de prodigios. El hombre que clavó el alma británica en «Sentido y sensibilidad», el hombre que fotocopió el espíritu de los setenta en «La tormenta de hielo»..., ese hombre, insisto, nacido en Taiwan, borda al tapiz de su película la sustancia visual y espiritual de ese género viejo y en eterno declive llamado «western». Lo hace a partir de una historia corta de Annie Proulx y de un guión de Larry McMurtry («The last picture show»).
La historia que se narra es al tiempo manida y original: una especie de balada entre dos hombres, dos vaqueros actuales, la gastada crónica de amistad y compañerismo en la inmensidad de la pradero, pero..., en esta ocasión contada como nunsa se había contado (como mucho, sugerido), pues esa aventura humana entre dos hombres se transfigura ante los propios ojos del espectador y de ellos mismos (también perplejos) en puro e incontrolable amor.
Ang Lee, su película, los personajes y tal vez una buena proporción de los asistentes en la sala, se resisten al derrotero que toman las vidas de estos dos hombres y asisten expectantes a la cantidad de palabras y actos que están dispuestos a admitir, recoger y aceptar en el diccionario de su código de valores: la lucha del hombre, del "cowboy", por doblegar la naturalez.
Pero la auténtica sorpresa la dio Ang Lee con su milimétrico y peculiar western titulado «Brokeback Mountain», un asalto en toda regla a la fortaleza moral y sentimental del «cowboy» hecho con una maestría, con un pudor y con un conocimiento del terreno que convierten al director chino Ang Lee en un camaleón con cámara y en un cineasta de prodigios. El hombre que clavó el alma británica en «Sentido y sensibilidad», el hombre que fotocopió el espíritu de los setenta en «La tormenta de hielo»..., ese hombre, insisto, nacido en Taiwan, borda al tapiz de su película la sustancia visual y espiritual de ese género viejo y en eterno declive llamado «western». Lo hace a partir de una historia corta de Annie Proulx y de un guión de Larry McMurtry («The last picture show»).
La historia que se narra es al tiempo manida y original: una especie de balada entre dos hombres, dos vaqueros actuales, la gastada crónica de amistad y compañerismo en la inmensidad de la pradero, pero..., en esta ocasión contada como nunsa se había contado (como mucho, sugerido), pues esa aventura humana entre dos hombres se transfigura ante los propios ojos del espectador y de ellos mismos (también perplejos) en puro e incontrolable amor.
Ang Lee, su película, los personajes y tal vez una buena proporción de los asistentes en la sala, se resisten al derrotero que toman las vidas de estos dos hombres y asisten expectantes a la cantidad de palabras y actos que están dispuestos a admitir, recoger y aceptar en el diccionario de su código de valores: la lucha del hombre, del "cowboy", por doblegar la naturalez.
Relato exento de grasa
«Brokeback Mountain» es el relato agudo y vaporoso, sin la más mínima concesión a la grasa, a lo vulgar ni a lo trivial, de una historia de amistad y amor cuyos protagonistas son incapaces de conducir o liderar; hay en ella tanta melancolía y pesadumbre como en cualquier otra relación infructuosa, con el rasgo intensificado que le otorga la inmensidad y el carácter del género y su perturbadora historia (¡cuántas veces el western nos ha hablado de fuertes vínculos, de profundas camaraderías y de lealtades eternas, tal y como en el fondo hace esta película!)...
Los dos protagonistas, Jake Gyllenhaal y Heath Ledger, están simplemente sublimes, y en especial este último, actor australiano, que se empapuza de su personaje hosco, machote, y de su desabrido acento tejano.
Western, al fin, que no se sabe muy bien si abre una puerta al futuro o una ventana al pasado; aquí en la Mostra debería ser un serio candidato a premio.