Producción del Harry Cohn de los años ’90, Joel Silver, un hombre de cine que nunca se caracterizó precisamente por su sutileza, Prueba de fe está concebida como un patchwork, una suerte de reciclaje de éxitos pretéritos y recientes –desde El exorcista y El bebé de Rosemary hasta El código Da Vinci– cuya fórmula parece reducirse a su propio, ínfimo enunciado: “thriller sobrenatural”. Haven ve teñirse su río de sangre, llover batracios del cielo, sufrir pestes de insectos, hasta que la pantalla se pone negra y caen sobre la tierra bolas de fuego. En el centro de todo ese Apocalipsis hay una niña que parece ser la hija de Satanás y a quien el pueblo todo quiere matar en sacrificio, pero Katherine ha decidido no creer más en Dios ni tampoco en el Diablo. Aunque en este caso le va a costar probar que no existen.
Resuelta con los trucos más viejos y gruesos del género (shocks de música y montaje), con subtramas que no aportan nada al relato central salvo mayor confusión (el cura irlandés interpretado por Stephen Rea que desde el otro lado del mundo le advierte a Katherine sobre una antigua secta satánica) y unos efectos especiales que lucen como lo que son, pequeños trucos de computadora, Prueba de fe en todo caso pone en duda el dogma de Hollywood: ¿Cómo puede ser que una de las pocas actrices que han ganado en dos oportunidades el Oscar de la Academia, como es Hillary Swank (Los muchachos no lloran, Million Dollar Baby), no consiga algo mejor que este triste remedo destinado a ocupar un lugar cualquiera en la grilla de la televisión por cable?