Puede que el sol se esconda entre las nubes, que el mar se encuentre picado y el viento acaricie las palmeras, pero la atención en Cannes desde ayer está en el Palais.
Cannes festeja el cine como arte, y presentar en la apertura My Blueberry Nights, de Wong Kar-wai, no pudo ser una mejor elección. A millones de fotogramas de distancia de El Código Da Vinci, que fue la abucheada proyección que abrió Cannes el año pasado, la nueva y esperada obra del director de Felices juntos era un desafío mayúsculo para el director hongkonés, ya que es su primera película hablada en inglés, contaba con un elenco de estrellas y confiaba el protagónico a una debutante, la hasta ahora sólo cantante: Norah Jones.
Por si fuera poco, el director de Con ánimo de amar está acostumbrado a traer sus películas al festival con las copias aún mojadas... de tan perfeccionista que es. Por lo que "cuando ayer vine con la película —estuve trabajando en ella hasta hace dos días en Los Angeles—, todos estaban sorprendidos. Bien sorprendidos", dijo luego de la proyección de prensa, que la recibió con aplausos en la abarrotada Sala Lumiere.
Con lo que no sorprendió Wong es con su estilo. Y no es, como podían temer algunos, una película "comercial", que en busca de un público nuevo haga concesiones artísticas. En absoluto. Puede cambiar el lenguaje en palabras, pero su maestría es la misma para encontrar diferentes encuadres para una larga serie de conversaciones entre Elizabeth (Norah Jones) y Jeremy (Jude Law), utilizar colores saturados, una iluminación con preferencia del amarillo y el verde, y distintos tipos de velocidades a la hora de plasmar en imágenes la historia de una mujer y un hombre que están esperando, con el corazón roto, por sus respectivas parejas que los han abandonado.
Elizabeth le entrega al dueño de un café en Nueva York (Jeremy) las llaves del departamento que compartió con su ex, que la dejó por otra. Es en ese mostrador que come la torta de arándanos noche tras noche, cuando aún aguarda que su ex regrese. Jeremy también sufre de amor. Desolación, tristeza, soledad, desesperanza son los sentimientos que Elizabeth experimenta, y parte de viaje por los EE.UU., siempre sirviendo como mesera y cruzándose con personajes igualmente desesperados: un policía que se ahoga en whisky y quiere recuperar a su ex (David Strathairn y Rachel Weisz) en Memphis, una jugadora de póquer (Natalie Portman) en Las Vegas.
Pero no se trata de una película del camino, sino del destino. Elizabeth recorre distancias para encontrarse a sí misma. Wong plantea personajes que tenían sueños y planes, y se encuentran con un futuro con una sola certeza: deben seguir adelante. ¿Qué hace un miembro de una pareja cuando es precisamente eso, un miembro, parte de algo que no existe? "El dolor perdura", dice un personaje. "Todo tiene una razón", quiere autoexplicarse Elizabeth. Wong es un maestro en la presentación de sus personajes. Planos en los que no hablan, pero se los ve, alcanzan para dibujar sus conciencias.
Wong se apropia de íconos norteamericanos como el bar neoyorquino, las rutas, Las Vegas y el póquer, utiliza distintos ritmos musicales como el blues en Memphis, y los acordes de Ry Cooder en Las Vegas, y los rearma de acuerdo a su mirada. Su nueva gran película es tanto sobre la pérdida como sobre la posibilidad del ser humano de construir su propio futuro.
Afortunadamente, un distribuidor argentino ya adquirió los derechos de esta magnífica realización que, aún cuando faltan ver 21 películas en la competencia, ya se anotó para el palmarés.
Cannes festeja el cine como arte, y presentar en la apertura My Blueberry Nights, de Wong Kar-wai, no pudo ser una mejor elección. A millones de fotogramas de distancia de El Código Da Vinci, que fue la abucheada proyección que abrió Cannes el año pasado, la nueva y esperada obra del director de Felices juntos era un desafío mayúsculo para el director hongkonés, ya que es su primera película hablada en inglés, contaba con un elenco de estrellas y confiaba el protagónico a una debutante, la hasta ahora sólo cantante: Norah Jones.
Por si fuera poco, el director de Con ánimo de amar está acostumbrado a traer sus películas al festival con las copias aún mojadas... de tan perfeccionista que es. Por lo que "cuando ayer vine con la película —estuve trabajando en ella hasta hace dos días en Los Angeles—, todos estaban sorprendidos. Bien sorprendidos", dijo luego de la proyección de prensa, que la recibió con aplausos en la abarrotada Sala Lumiere.
Con lo que no sorprendió Wong es con su estilo. Y no es, como podían temer algunos, una película "comercial", que en busca de un público nuevo haga concesiones artísticas. En absoluto. Puede cambiar el lenguaje en palabras, pero su maestría es la misma para encontrar diferentes encuadres para una larga serie de conversaciones entre Elizabeth (Norah Jones) y Jeremy (Jude Law), utilizar colores saturados, una iluminación con preferencia del amarillo y el verde, y distintos tipos de velocidades a la hora de plasmar en imágenes la historia de una mujer y un hombre que están esperando, con el corazón roto, por sus respectivas parejas que los han abandonado.
Elizabeth le entrega al dueño de un café en Nueva York (Jeremy) las llaves del departamento que compartió con su ex, que la dejó por otra. Es en ese mostrador que come la torta de arándanos noche tras noche, cuando aún aguarda que su ex regrese. Jeremy también sufre de amor. Desolación, tristeza, soledad, desesperanza son los sentimientos que Elizabeth experimenta, y parte de viaje por los EE.UU., siempre sirviendo como mesera y cruzándose con personajes igualmente desesperados: un policía que se ahoga en whisky y quiere recuperar a su ex (David Strathairn y Rachel Weisz) en Memphis, una jugadora de póquer (Natalie Portman) en Las Vegas.
Pero no se trata de una película del camino, sino del destino. Elizabeth recorre distancias para encontrarse a sí misma. Wong plantea personajes que tenían sueños y planes, y se encuentran con un futuro con una sola certeza: deben seguir adelante. ¿Qué hace un miembro de una pareja cuando es precisamente eso, un miembro, parte de algo que no existe? "El dolor perdura", dice un personaje. "Todo tiene una razón", quiere autoexplicarse Elizabeth. Wong es un maestro en la presentación de sus personajes. Planos en los que no hablan, pero se los ve, alcanzan para dibujar sus conciencias.
Wong se apropia de íconos norteamericanos como el bar neoyorquino, las rutas, Las Vegas y el póquer, utiliza distintos ritmos musicales como el blues en Memphis, y los acordes de Ry Cooder en Las Vegas, y los rearma de acuerdo a su mirada. Su nueva gran película es tanto sobre la pérdida como sobre la posibilidad del ser humano de construir su propio futuro.
Afortunadamente, un distribuidor argentino ya adquirió los derechos de esta magnífica realización que, aún cuando faltan ver 21 películas en la competencia, ya se anotó para el palmarés.