Con ocho temporadas al aire y doce premios Emmy en su haber, el martes Sony emitió el final de Will & Grace, una de las más populares series de la NBC y pionera en tener a un personaje gay como protagonista.
El último episodio respondió previsiblemente a la expectativa de comedia romántica que alimentó la historia a lo largo de los años, aunque con una vuelta de tuerca.
El final feliz, los hijos y la boda no podían faltar, pero hubo que saltear una generación para que la fantasía siempre latente de Grace (Debra Messing) pudiera concretarse. El capítulo comienza con Grace embarazada de Leo (Harry Connick Jr.), su ex, y dispuesta —luego de varias idas y vueltas— a criar a su hijo junto a Will (Eric McCormack), su histórico compañero de departamento, que eligió renunciar a la vida de pareja para no abandonar a su amiga.
Pero una pesadilla esclarecedora desbarata los planes: Grace se sueña en el futuro, con un hijo adolescente y semi-marginal, unos cuantos kilos de más y un compañero frustrado y calvo, que no hace más que pasarle facturas por todo lo que dejó pasar por su culpa. Ese anuncio, más el regreso inesperado de Leo de Europa, dispuesto a darle una nueva oportunidad a la pareja (sin saber aún que va a ser padre), alcanzan para cambiar el rumbo de los acontecimientos.
Corten, dos años después: Will festeja su cumpleaños junto a Vince (Bobby Cannavale), su pareja, y Ben, el bebé de ambos (y una donante). Infructuosamente espera el llamado de su ex amiga, con quien perdió todo contacto hace tiempo. Grace, por su lado, se niega a romper el hielo, pese a la insistencia de Leo, su esposo y padre de la pequeña Lila.
Gracias a una maniobra de sus entrañables amigos, Karen y Jack, Will y Grace vuelven a verse, aclaran las cuentas pendientes, pero descubren con melancolía que lo que se rompió entre ellos difícilmente pueda recuperarse. Harán falta veinte años para que Lila y Ben reparen esa herida: será cuando los jóvenes hijos de los protagonistas se encuentren por casualidad en la universidad (repitiendo la historia de sus padres), y el amor nazca inevitablemente entre ellos, casi por mandato ancestral.
La boda vuelve a unir para siempre a los viejos amigos, para quienes el tiempo ha pasado, pero no tanto.La ironía de los diálogos, el ingenio para resolver situaciones y la absoluta genialidad de los actores secundarios Megan Mullally y Sean Hayes —cantando a dúo una versión de Inolvidable— dieron el broche de oro a una buena comedia que se ganó legítimamente su lugar, y terminó justo a tiempo como para no resultar demodé
El último episodio respondió previsiblemente a la expectativa de comedia romántica que alimentó la historia a lo largo de los años, aunque con una vuelta de tuerca.
El final feliz, los hijos y la boda no podían faltar, pero hubo que saltear una generación para que la fantasía siempre latente de Grace (Debra Messing) pudiera concretarse. El capítulo comienza con Grace embarazada de Leo (Harry Connick Jr.), su ex, y dispuesta —luego de varias idas y vueltas— a criar a su hijo junto a Will (Eric McCormack), su histórico compañero de departamento, que eligió renunciar a la vida de pareja para no abandonar a su amiga.
Pero una pesadilla esclarecedora desbarata los planes: Grace se sueña en el futuro, con un hijo adolescente y semi-marginal, unos cuantos kilos de más y un compañero frustrado y calvo, que no hace más que pasarle facturas por todo lo que dejó pasar por su culpa. Ese anuncio, más el regreso inesperado de Leo de Europa, dispuesto a darle una nueva oportunidad a la pareja (sin saber aún que va a ser padre), alcanzan para cambiar el rumbo de los acontecimientos.
Corten, dos años después: Will festeja su cumpleaños junto a Vince (Bobby Cannavale), su pareja, y Ben, el bebé de ambos (y una donante). Infructuosamente espera el llamado de su ex amiga, con quien perdió todo contacto hace tiempo. Grace, por su lado, se niega a romper el hielo, pese a la insistencia de Leo, su esposo y padre de la pequeña Lila.
Gracias a una maniobra de sus entrañables amigos, Karen y Jack, Will y Grace vuelven a verse, aclaran las cuentas pendientes, pero descubren con melancolía que lo que se rompió entre ellos difícilmente pueda recuperarse. Harán falta veinte años para que Lila y Ben reparen esa herida: será cuando los jóvenes hijos de los protagonistas se encuentren por casualidad en la universidad (repitiendo la historia de sus padres), y el amor nazca inevitablemente entre ellos, casi por mandato ancestral.
La boda vuelve a unir para siempre a los viejos amigos, para quienes el tiempo ha pasado, pero no tanto.La ironía de los diálogos, el ingenio para resolver situaciones y la absoluta genialidad de los actores secundarios Megan Mullally y Sean Hayes —cantando a dúo una versión de Inolvidable— dieron el broche de oro a una buena comedia que se ganó legítimamente su lugar, y terminó justo a tiempo como para no resultar demodé