Está cuidadísima también la ambientación de años veinte, con escenarios reales o reproducciones fieles hasta el mínimo detalle, y con especial atención al color, su entonación, y la luz; con el habitual director de fotografía, Carlo Di Palma. Lo mismo para los pocos exteriores: una calle, un malecón, un parterre de flores... La sola atención al vestuario y adornos, a los objetos de decoración, a los platos condimentados, frutas, vinos y licores... hace ya entretenida la escasa hora y media de este film teatral. En él también las canciones de época como banda sonora juegan un papel preponderante. Todo esto resulta un armónico conjunto de exquisito buen gusto.
La historia, escrita por el mismo Woody Allen, irá mostrando in crescendo la capacidad creativa del gangster guardaespaldas, con sus correcciones y aportaciones, durante los ensayos, a la tambaleante obra de teatro; mientras el joven autor mostrará mas bien su mediocridad y, con ello, la tesis conclusiva: la obligada entrada de éste en el mundo del matrimonio y de la moral llamada despectivamente tradicional; y, en cambio, el gangster creador afirmará, debido a su natural genialidad, el derecho a vivir lo inmoral o, con palabras de Nietzsche, que suena mejor, más allá del bien y del mal.