El asesinato de Elisabeth Short —alias "La Dalia Negra"— inspiró montones de leyendas y de literatura especulativa desde 1947 hasta hoy. El caso de una joven de 22 años que llega a Los Angeles con ganas de triunfar y lo único que logra es trabajar en películas porno y prostituirse, para luego acabar muerta, con la cara desfigurada y el cuerpo partido y eviscerado, parece representar el lado oscuro de esa versión glamorosa del sueño americano que es Hollywood.
Casos —y muertes— como los de Elisabeth debe haber habido muchos en Hollywood. Y a Brian De Palma, director acostumbrado a trabajar en los márgenes del verosímil, más interesado en una "realidad cinematográfica" que en "historias de vida", no le interesaba hacer una biografía de la chica. Sí le fascinaba —y la novela de James Ellroy, La Dalia Negra, en la que se basa así lo propone— el medio, la época y las perversas y cinéfilas formas dramáticas que la historia proponía.
Porque La Dalia Negra usa el crimen sólo como metáfora, como puerta de entrada a un mundo de engaños, máscaras, trampas, triángulos amorosos y dilemas morales. Como un hitchcockiano McGuffin, el asesinato es una excusa para que De Palma se construya escenas de gran potencia visual y estructure la historia como el enfrentamiento entre la luz y la oscuridad, el "fuego" y el "hielo", la rubia y la morocha, y arme una lista de referencias cinéfilas que van de El sueño eterno a Vértigo, pasando por decenas de films noir en los que mujeres atractivas y misteriosas atrapan a hombres perturbados y los llevan al límite de su sanidad.
De Palma pasa del "pulp fiction" inicial a un triángulo modélico de cine negro para terminar en una verdadera "casa embrujada", haciendo casi un repaso de los distintos registros genéricos que lo obsesionan. Pero si algo unifica a esos cambios es la mirada del director de Doble de cuerpo y Vestida para matar (los dos filmes, junto con Blow Out, a los que La Dalia... más se acerca), mirada cargada de curiosidad al borde del morbo, plagada de su ya clásico voyeurismo (la voz del director de casting que le hace pruebas de cámara a Short es suya) y de su pasión por los oscuros vericuetos del thriller.
El asesinato recién aparece a la media hora del filme. Hasta allí, se nos ha contado la historia de Bucky y Lee, dos policías que son también boxeadores (Josh Hartnett y Aaron Eckhart), la relación de ambos con una sensual rubia (Scarlett Johansson) y una trama que involucra la salida de la cárcel de un criminal. Allí aparece el cadáver de Short, Lee enloquece (luego se revelará el motivo de su obsesión), Bucky investiga a Madeleine, una morocha muy similar a La Dalia (Hilary Swank), y una serie de bizarros personajes irán dándole forma (más que sentido) a la investigación.
De Palma y Ellroy resuelven un caso que no fue resuelto. Pero saber quién mató a La Dalia, no nos tranquiliza. La cuestión es la búsqueda, sumergirse en esos submundos implausibles pero fascinantes y salir de allí, maltrecho, habiendo sido testigo de más cosas que las que un hombre debería ver. El morbo atrae, arruina, mata. Y, al final, la oscuridad siempre triunfa, aunque sea despertándonos a la noche como una pesadilla infernal, por más que afuera brille el sol, a nuestro lado duerma una blonda princesa y, por la ventana, las verjas blancas delimiten, sin demasiado entusiasmo, el lugar del Bien y el lugar del Mal.
Casos —y muertes— como los de Elisabeth debe haber habido muchos en Hollywood. Y a Brian De Palma, director acostumbrado a trabajar en los márgenes del verosímil, más interesado en una "realidad cinematográfica" que en "historias de vida", no le interesaba hacer una biografía de la chica. Sí le fascinaba —y la novela de James Ellroy, La Dalia Negra, en la que se basa así lo propone— el medio, la época y las perversas y cinéfilas formas dramáticas que la historia proponía.
Porque La Dalia Negra usa el crimen sólo como metáfora, como puerta de entrada a un mundo de engaños, máscaras, trampas, triángulos amorosos y dilemas morales. Como un hitchcockiano McGuffin, el asesinato es una excusa para que De Palma se construya escenas de gran potencia visual y estructure la historia como el enfrentamiento entre la luz y la oscuridad, el "fuego" y el "hielo", la rubia y la morocha, y arme una lista de referencias cinéfilas que van de El sueño eterno a Vértigo, pasando por decenas de films noir en los que mujeres atractivas y misteriosas atrapan a hombres perturbados y los llevan al límite de su sanidad.
De Palma pasa del "pulp fiction" inicial a un triángulo modélico de cine negro para terminar en una verdadera "casa embrujada", haciendo casi un repaso de los distintos registros genéricos que lo obsesionan. Pero si algo unifica a esos cambios es la mirada del director de Doble de cuerpo y Vestida para matar (los dos filmes, junto con Blow Out, a los que La Dalia... más se acerca), mirada cargada de curiosidad al borde del morbo, plagada de su ya clásico voyeurismo (la voz del director de casting que le hace pruebas de cámara a Short es suya) y de su pasión por los oscuros vericuetos del thriller.
El asesinato recién aparece a la media hora del filme. Hasta allí, se nos ha contado la historia de Bucky y Lee, dos policías que son también boxeadores (Josh Hartnett y Aaron Eckhart), la relación de ambos con una sensual rubia (Scarlett Johansson) y una trama que involucra la salida de la cárcel de un criminal. Allí aparece el cadáver de Short, Lee enloquece (luego se revelará el motivo de su obsesión), Bucky investiga a Madeleine, una morocha muy similar a La Dalia (Hilary Swank), y una serie de bizarros personajes irán dándole forma (más que sentido) a la investigación.
De Palma y Ellroy resuelven un caso que no fue resuelto. Pero saber quién mató a La Dalia, no nos tranquiliza. La cuestión es la búsqueda, sumergirse en esos submundos implausibles pero fascinantes y salir de allí, maltrecho, habiendo sido testigo de más cosas que las que un hombre debería ver. El morbo atrae, arruina, mata. Y, al final, la oscuridad siempre triunfa, aunque sea despertándonos a la noche como una pesadilla infernal, por más que afuera brille el sol, a nuestro lado duerma una blonda princesa y, por la ventana, las verjas blancas delimiten, sin demasiado entusiasmo, el lugar del Bien y el lugar del Mal.