El papel de Eddie, que Ben Stiller interpreta en La mujer de mis pesadillas, le cae como anillo al dedo al actor de La familia de mi novia. En este filme de los hermanos Peter y Bobby Farrelly -que ya lo dirigieron en Loco por Mary-, Stiller encarna a un tipo que ha pasado los 40 y sigue soltero, sin animarse a encarar una relación con destino de matrimonio.
Su padre (Jerry Stiller, padre real de Ben) se burla permanentemente y de la manera más brutal por su falta de pareja y de actividad sexual. Para peor, la película comienza con el casamiento de la ex novia de Eddie, en la que lo hacen sentar en la mesa de los chicos. "Debe haber un error", dice, azorado, Eddie. "No -le contesta el organizador-. Esa es la mesa de los solteros."
Casualmente, conoce a Lila, una chica rubia, joven y bella, con la que empieza una relación. Por cuestiones de trabajo deben casarse a sólo seis semanas de conocerse. Como todo parece marchar bien, Eddie acepta. Pero en camino hacia la luna de miel, el hombre se da cuenta de que cometió un gran error: Lila es decididamente insoportable.
En un bonito resort de Cabo San Lucas, y mientras Lila reposa en el cuarto quemada por el sol (se negó a usar protección solar), Eddie se topa con Miranda (Michelle Monaghan), de la que queda perdidamente enamorado. Por esos rizos de la trama, Eddie nunca puede explicarle que está casado, ella cree un rumor absurdo que circula sobre él y todo se complicará más y más.
Basada en una obra de Neil Simon, La mujer...Irene, yo y mi otro yo y Amor ciego incluyen algunas bromas típicamente suyas (ciertos chistes eróticos y una persistente broma sobre el tabique nasal de Lila), La mujer... es un prototípico ejemplar de humor judío, que bien supo entender y manejar la directora Elaine May en la versión original del filme, de 1972, conocida aquí como Un cambio de planes
no tiene, en principio, los condimentos habituales de las películas de los Farrelly. Si bien los creadores de
Así y todo, más de uno podrá identificarse con el sufrido, confundido y terriblemente egoísta Eddie, personaje que, en la piel de Stiller, nos cae simpático aún cuando muchas de sus conductas sean reprobables y absurdas. Monaghan está perfecta como su "objeto de deseo" (muy diferente del que hacía Cybil Shepherd en la película de 1972) y La mujer...
En la segunda mitad, cuando la situación se pasa de absurda y se torna caótica, los Farrelly parecen perder el hilo del asunto, y el filme se torna algo largo y reiterativo. Una ácida vuelta de tuerca sobre el final le devuelve credibilidad. No sólo al filme, sino al personaje de Eddie, a quien las cosas nunca van a salirle bien, aún cuando le salgan bien.
Su padre (Jerry Stiller, padre real de Ben) se burla permanentemente y de la manera más brutal por su falta de pareja y de actividad sexual. Para peor, la película comienza con el casamiento de la ex novia de Eddie, en la que lo hacen sentar en la mesa de los chicos. "Debe haber un error", dice, azorado, Eddie. "No -le contesta el organizador-. Esa es la mesa de los solteros."
Casualmente, conoce a Lila, una chica rubia, joven y bella, con la que empieza una relación. Por cuestiones de trabajo deben casarse a sólo seis semanas de conocerse. Como todo parece marchar bien, Eddie acepta. Pero en camino hacia la luna de miel, el hombre se da cuenta de que cometió un gran error: Lila es decididamente insoportable.
En un bonito resort de Cabo San Lucas, y mientras Lila reposa en el cuarto quemada por el sol (se negó a usar protección solar), Eddie se topa con Miranda (Michelle Monaghan), de la que queda perdidamente enamorado. Por esos rizos de la trama, Eddie nunca puede explicarle que está casado, ella cree un rumor absurdo que circula sobre él y todo se complicará más y más.
Basada en una obra de Neil Simon, La mujer...Irene, yo y mi otro yo y Amor ciego incluyen algunas bromas típicamente suyas (ciertos chistes eróticos y una persistente broma sobre el tabique nasal de Lila), La mujer... es un prototípico ejemplar de humor judío, que bien supo entender y manejar la directora Elaine May en la versión original del filme, de 1972, conocida aquí como Un cambio de planes
no tiene, en principio, los condimentos habituales de las películas de los Farrelly. Si bien los creadores de
Así y todo, más de uno podrá identificarse con el sufrido, confundido y terriblemente egoísta Eddie, personaje que, en la piel de Stiller, nos cae simpático aún cuando muchas de sus conductas sean reprobables y absurdas. Monaghan está perfecta como su "objeto de deseo" (muy diferente del que hacía Cybil Shepherd en la película de 1972) y La mujer...
En la segunda mitad, cuando la situación se pasa de absurda y se torna caótica, los Farrelly parecen perder el hilo del asunto, y el filme se torna algo largo y reiterativo. Una ácida vuelta de tuerca sobre el final le devuelve credibilidad. No sólo al filme, sino al personaje de Eddie, a quien las cosas nunca van a salirle bien, aún cuando le salgan bien.