Esta adaptación de la novela de Jaime Bayly maneja material explosivo. Su mecha se enciende por el reguero del doble discurso moral, la infidelidad, la homosexualidad y llega incluso al incesto. Suena para escandalizarse. Pero sin ser una gran pieza, la cinta se las arregla para balancear el lado oscuro de su trama y envolver todo en un correcto vacío. En un estado de contención permanente que se basa en un montaje que enuncia más que denuncia. En elipsis que dejan la controversia encapsulada en una fotografía de elegantes aspiraciones. Casi de video clip glam. Y ésa es la gran fortaleza de este melodrama sobre una mujer casada y de clase alta, Zoe (Bárbara Mori), que comienza un affaire con su cuñado: pintor y todo lo contrario de su marido, empaquetado y de dudosa sexualidad. El filme no tiene la rúbrica de un autor. Es un correcto y, por ratos, interesante despliegue de situaciones límites, con personajes cuyo sino, marcado por una oscura verdad, no se aventura por el riesgo. Se trata de un artefacto hecho a la segura. Y funciona porque se ve bien. Se cuenta bien. Pero le sobra forma, en definitiva. Y carece de lo que les sobra a las grandes películas: corazón y sangre en las venas