Salvo que el porvenir diga otra cosa, parece evidente que ésta es la película del año, la que todos y todas (me refiero a los jurados y a las Academias, y no a ese extraño modo de hablar «políticamente correcto») están dispuestos a entender y disfrutar y premiar. Sin duda «Brokeback Mountain» es una gran película, que trata asuntos de alto riesgo, hecha sobre un fondo visual y emocional exquisito y clásico, y que consigue ante la mirada del espectador un finísimo y elaborado trasvase de líquidos entre géneros y, lo que aún es más complicado, entre sentimientos. Podríamos estar en un «western» y podríamos estar ante una historia entre homosexuales... Podríamos estar en el terreno profundo del drama y podríamos estar ante una inabarcable historia de amor...
El taiwanés Ang Lee, director de ésta y de otras grandes obras como «Sensatez y Sentimientos», «La tormenta de hielo», «Tigre y dragón» o «Comer, beber, amar», tiene demostrado su absoluto control sobre los elementos que hacen «clásico» al cine: la música, el encuadre, el tono, la «visualidad» de los sentimientos que propone, el deslizamiento de secuencias, amplias, húmedas, secas... Reúne dos cualidades en un director que rara vez se dan al tiempo: brillantez y discreción. Su cámara pasa desapercibida al tiempo que rubrica.
La historia que cuenta en «Brokeback Mountain», titulada en español «Secreto en la Montaña», es la de dos hombres en un lugar, esa montaña, ese terreno vedado, en el que se hornean de realidad los sueños que ni siquiera habían soñado. Aunque dicho de otro modo: es la relación inesperada y apasionada (aparentemente indeseada e indeseable) de dos vaqueros mientras cuidan ganado en un monte perdido, cuando estallan entre ellos unos sentimientos que ni conocen ni controlan y que les unirán de por vida.
Podría no haber nada especial en esta historia, pero lo hay. Ocurre dentro del aire del «western», un género macho en el que son habituales los sentimientos muy intensos entre hombres: solidaridad, admiración, odio, intimidad, grandes palabras y grandes momentos. Nunca el «western» había sido explícito en las relaciones de pradera, aunque sí había sugerido amistades y fascinaciones siempre más acá de lo epidérmico.
En ese sentido, la primera mitad que plantea Ang Lee es de una belleza y de una precisión sentimental abrumadoras, hasta el punto de que tienen al espectador en una constante alerta emocional y dispuesto a parar los giros y pasiones de la narración con el aliento de su propio pecho.
Gran espacio metafórico el de esas idas y venidas al terreno vedado de Brokeback Mountain, como lo contrapuesto a la realidad (los dos hombres siguen con su vida «normal», con su fracaso cotidiano, con su paso a paso por la heterosexualidad, el matrimonio, la paternidad...), con ese revelar la última sustancia de lo que pretende contar Ang Lee, que ya aparece en el relato de Annie Proulx y que rezuma por cada poro del excelente guión de Larry McMurthy (tanto que ver con aquel también suyo, «The last picture show»), y que no es otra cosa que anteponer una chapa de «dura convención» a la propia naturaleza... Y en ese sentido son tan apropiados los dos protagonistas, los duros y viriles Heath Ledger y Jake Gyllenhaal, que consiguen en su doblez interpretaciones magníficas, profundas y dramáticamente sinceras. Y un final de emociones desencajadas en la tela usada de una camisa
El taiwanés Ang Lee, director de ésta y de otras grandes obras como «Sensatez y Sentimientos», «La tormenta de hielo», «Tigre y dragón» o «Comer, beber, amar», tiene demostrado su absoluto control sobre los elementos que hacen «clásico» al cine: la música, el encuadre, el tono, la «visualidad» de los sentimientos que propone, el deslizamiento de secuencias, amplias, húmedas, secas... Reúne dos cualidades en un director que rara vez se dan al tiempo: brillantez y discreción. Su cámara pasa desapercibida al tiempo que rubrica.
La historia que cuenta en «Brokeback Mountain», titulada en español «Secreto en la Montaña», es la de dos hombres en un lugar, esa montaña, ese terreno vedado, en el que se hornean de realidad los sueños que ni siquiera habían soñado. Aunque dicho de otro modo: es la relación inesperada y apasionada (aparentemente indeseada e indeseable) de dos vaqueros mientras cuidan ganado en un monte perdido, cuando estallan entre ellos unos sentimientos que ni conocen ni controlan y que les unirán de por vida.
Podría no haber nada especial en esta historia, pero lo hay. Ocurre dentro del aire del «western», un género macho en el que son habituales los sentimientos muy intensos entre hombres: solidaridad, admiración, odio, intimidad, grandes palabras y grandes momentos. Nunca el «western» había sido explícito en las relaciones de pradera, aunque sí había sugerido amistades y fascinaciones siempre más acá de lo epidérmico.
En ese sentido, la primera mitad que plantea Ang Lee es de una belleza y de una precisión sentimental abrumadoras, hasta el punto de que tienen al espectador en una constante alerta emocional y dispuesto a parar los giros y pasiones de la narración con el aliento de su propio pecho.
Gran espacio metafórico el de esas idas y venidas al terreno vedado de Brokeback Mountain, como lo contrapuesto a la realidad (los dos hombres siguen con su vida «normal», con su fracaso cotidiano, con su paso a paso por la heterosexualidad, el matrimonio, la paternidad...), con ese revelar la última sustancia de lo que pretende contar Ang Lee, que ya aparece en el relato de Annie Proulx y que rezuma por cada poro del excelente guión de Larry McMurthy (tanto que ver con aquel también suyo, «The last picture show»), y que no es otra cosa que anteponer una chapa de «dura convención» a la propia naturaleza... Y en ese sentido son tan apropiados los dos protagonistas, los duros y viriles Heath Ledger y Jake Gyllenhaal, que consiguen en su doblez interpretaciones magníficas, profundas y dramáticamente sinceras. Y un final de emociones desencajadas en la tela usada de una camisa