E l suave maquillaje pinta de rosa chicle los labios y los ojos del rostro blanquísimo de la actriz Julianne Moore. La minifalda del elegante traje sastre deja al descubierto unas piernas igualmente albas salpicadas de pecas, como lo están sus manos de manicura perfecta. Con una de ellas sostiene un café mientras mantiene una distendida conversación con su colega Belén Rueda. Su encuentro tiene lugar en la terraza de un restaurante de Sitges, una de las localizaciones barcelonesas de Savage Grace, la película basada en un dramático suceso real que dirige Tom Kalin (Swoon). En una pausa del rodaje, las dos mujeres charlan como dos viejas amigas, justo los papeles que interpretan en el filme. Pero la ficción reserva situaciones más tormentosas para Moore, que encarna aquí a una narcisista de vida tan deslumbrante como trágica.
Stephen Dillane, Eddie Redmayne, Elena Anaya, Abel Folch, Anne Reid, Hugo Dancy, Unax Ugalde, Simón Andreu y Beney Clark completan el reparto del filme, una coproducción a cinco bandas encabezada por la norteamericana Killer Films y la española Monfort Producciones. Tom Kalin ha tardado 12 años en poder materializar una historia que le cautivó desde el principio, recogida por Steven M. L. Aronson y Natlie Robins en la novela homónima. Una historia familiar marcada por el incesto, la homosexualidad y las muertes violentas; un trasfondo truculento y sórdido tras una fachada encantadora, que el director compara con "una tragedia griega". Su gran protagonista, Barbara Daly, una hermosa mujer de origen humilde que consiguió ascender socialmente gracias a su matrimonio con Brooke Baekeland, nieto de los fundadores del imperio de plásticos baquelita y heredero de la fortuna familiar. Los Baekeland fueron una familia admirada y respetada, con una intensa vida social. Tras su divorcio, el hijo de ambos, Tony, de 21 años, decidió quedarse a vivir con su madre. Ésta, incapaz de aceptar la homosexualidad de su vástago, decidió iniciarle en el sexo con mujeres, con consecuencias irreparables, que sacudieron a la sociedad norteamericana en los años setenta.
El tema del incesto sigue resultando incómodo para muchos productores de cine estadounidenses. Y eso explica las dificultades de Kalin para rodar la cinta. Conseguía financiación, pero no la libertad necesaria para contar la historia. Julianne Moore creyó en ella desde el principio. Y no le ha importado esperar (los productores afirman que ha accedido también a reducir su caché) para participar en ella. "Interpreto a una mujer muy narcisista que según dicen tenía un gran magnetismo, pero a la vez era triste y estaba cargada de problemas", dice. A la actriz le interesó especialmente que la historia partiera de hechos reales "sobre unas personas que vivían en un mundo excesivo, rodeados de cosas materiales pero ineptos para las relaciones personales".
Encantadora y divertida, Moore ha sabido crear el clima propicio para el rodaje de las escenas más sórdidas. "Ella ha hecho que todo fuera más fácil", asegura Eddie Redmayne, escogido para el papel de hijo gracias en parte a que la actriz apostó fuerte por él. En cualquier caso, a Moore no le gustan las interrupciones. En una pausa de Savage Grace atiende a la prensa con la mejor de sus sonrisas, pero concede 10 minutos escasos a la promoción del filme cuyo rodaje termina el sábado, tras cinco intensas semanas de trabajo. Las limitaciones presupuestarias han concentrado las localizaciones en la provincia de Barcelona (metamorfoseada en Nueva York o París, según las exigencias del guión) con alguna escapada a Cadaqués.
Stephen Dillane, Eddie Redmayne, Elena Anaya, Abel Folch, Anne Reid, Hugo Dancy, Unax Ugalde, Simón Andreu y Beney Clark completan el reparto del filme, una coproducción a cinco bandas encabezada por la norteamericana Killer Films y la española Monfort Producciones. Tom Kalin ha tardado 12 años en poder materializar una historia que le cautivó desde el principio, recogida por Steven M. L. Aronson y Natlie Robins en la novela homónima. Una historia familiar marcada por el incesto, la homosexualidad y las muertes violentas; un trasfondo truculento y sórdido tras una fachada encantadora, que el director compara con "una tragedia griega". Su gran protagonista, Barbara Daly, una hermosa mujer de origen humilde que consiguió ascender socialmente gracias a su matrimonio con Brooke Baekeland, nieto de los fundadores del imperio de plásticos baquelita y heredero de la fortuna familiar. Los Baekeland fueron una familia admirada y respetada, con una intensa vida social. Tras su divorcio, el hijo de ambos, Tony, de 21 años, decidió quedarse a vivir con su madre. Ésta, incapaz de aceptar la homosexualidad de su vástago, decidió iniciarle en el sexo con mujeres, con consecuencias irreparables, que sacudieron a la sociedad norteamericana en los años setenta.
El tema del incesto sigue resultando incómodo para muchos productores de cine estadounidenses. Y eso explica las dificultades de Kalin para rodar la cinta. Conseguía financiación, pero no la libertad necesaria para contar la historia. Julianne Moore creyó en ella desde el principio. Y no le ha importado esperar (los productores afirman que ha accedido también a reducir su caché) para participar en ella. "Interpreto a una mujer muy narcisista que según dicen tenía un gran magnetismo, pero a la vez era triste y estaba cargada de problemas", dice. A la actriz le interesó especialmente que la historia partiera de hechos reales "sobre unas personas que vivían en un mundo excesivo, rodeados de cosas materiales pero ineptos para las relaciones personales".
Encantadora y divertida, Moore ha sabido crear el clima propicio para el rodaje de las escenas más sórdidas. "Ella ha hecho que todo fuera más fácil", asegura Eddie Redmayne, escogido para el papel de hijo gracias en parte a que la actriz apostó fuerte por él. En cualquier caso, a Moore no le gustan las interrupciones. En una pausa de Savage Grace atiende a la prensa con la mejor de sus sonrisas, pero concede 10 minutos escasos a la promoción del filme cuyo rodaje termina el sábado, tras cinco intensas semanas de trabajo. Las limitaciones presupuestarias han concentrado las localizaciones en la provincia de Barcelona (metamorfoseada en Nueva York o París, según las exigencias del guión) con alguna escapada a Cadaqués.