Desde mayo último, cuando salió a la luz la verdadera identidad de "Garganta Profunda", aquel anónimo informante de los periodistas del Washington Post que develaron la oscura trama del caso Watergate, el retrato de aquel tiempo en el que Estados Unidos vivió el escándalo político más resonante de su historia se convirtió en una suerte de obsesión para importantes nombres del cine norteamericano.
Figuras de perfil tan heterogéneo como Brad Pitt, Tom Hanks o Robert Redford trabajan por estas horas en proyectos cinematográficos que recrean aquel agitado período iniciado a mediados de 1972 y que culminó dos años después con la renuncia del presidente Richard Nixon, incriminado junto a altísimos funcionarios de su gobierno en un caso de espionaje y robo de documentos en la sede del partido demócrata.
Con el único antecedente de la muy exitosa y comentada "Todos los hombres del presidente" (1976), en la que Redford y Dustin Hoffman encarnaron, respectivamente, a Bob Woodward y Carl Bernstein, los hombres del Washington Post cuyos informes hicieron estallar el caso, la tendencia en curso consiste en films en los que se indaga en torno de algunos de los protagonistas decisivos de aquellos acontecimientos, entre los cuales figuran las mujeres de influyentes figuras políticas, además, por supuesto, del hoy nonagenario Mark Felt, que desempeñaba por entonces el estratégico cargo de vicedirector del FBI y cuyo nombre es ahora reconocido en todo el mundo desde que reveló que era "Garganta Profunda" y había sido el informante clave del escándalo.
Lejos de todas estas revelaciones contundentes y ruidosas a punto de recrearse en un puñado de films, un hecho desconocido para la inmensa mayoría de los norteamericanos también logró trascender gracias al cine y puede leerse como un precedente de esta recuperación que desde la pantalla se hace de los tiempos de Nixon. Se trata de la vida de Sam Bicke, un oscuro vendedor de equipamiento para oficinas ganado progresivamente por un estado de frustración que lo lleva a sentirse cada vez más lejos del sueño americano de progreso económico y ascenso social con el que soñaba.
El distanciamiento de su familia, los problemas laborales y el fracaso de algunos proyectos llevan a Bicke a buscar culpables y ese camino lo lleva a la idea que se expresa en "The Assassination of Richard Nixon", título original de "Días de furia".
"En realidad, al principio yo no estaba interesado en contar una historia real", dice Niels Mueller, director del film. "Empecé escribiendo un guión sobre cómo un personaje ficticio va de un punto A a uno B, y ese punto B no es otra cosa que un estallido de violencia, algo que para mí caracteriza a la sociedad norteamericana", explica.
El punto de partida de Mueller, nacido en Wisconsin en el seno de una familia de inmigrantes alemanes, fue un guión que tituló "El asesinato de LBJ", en alusión al también presidente Lyndon Johnson. "Como usted sabe, nadie quiso jamás asesinar a Johnson. Todo era pura ficción. Pero mientras indagaba y elaboraba este guión, encontré en una biblioteca pública de Los Angeles un libro que tenía un pequeño capítulo dedicado a Sam Bicke, y enseguida me di cuenta de que él era exactamente el personaje que imaginaba y sobre el que estaba escribiendo", detalla el realizador, que puso en marcha el proyecto seis años atrás.
A partir de ese notable giro, Mueller comenzó a recrear la vida de Bicke, accedió a sus papeles personales y tomó contacto con sus seres más cercanos. Pero esa indagación le resultó a la postre mucho más fácil que conseguir financiamiento para llevar adelante el film, tarea que se topó con un inconveniente adicional: cuando Sam Bicke resolvió llevar a los hechos su propósito de ultimar a Nixon, no tuvo mejor idea, en 1974, que secuestrar un avión comercial, obligar al piloto a poner rumbo hacia la Casa Blanca y arrojar sobre ella una bomba de gas. ¿Era posible filmar una película así luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001?
"Como la película estaba basada en hechos reales, nada del guión podía alterarse -responde Mueller-. Lo que sí llegué a plantearme era si tenía sentido hacer esta película, y después de cavilar mucho mi decisión fue afirmativa. Creo que todo lo que ocurrió aquel día de 2001 le daba una importancia todavía mayor a mi película y un carácter mucho más actual. Hoy en Hollywood es imposible hacer películas mínimamente comprometidas, pero tiene que haber lugar para ellas, tengan la forma de comedia, de drama o de lo que fuere." Finalmente, "Días de furia" pudo rodarse entre septiembre y noviembre de 2003, después de que un destacado grupo de figuras terminó asociándose para financiarla.
"Primero tuve el apoyo de Alexander Payne, el director de «Entre copas», que es uno de mis mejores amigos desde que fuimos compañeros en la escuela de cine. Gracias a él me puse en contacto con los hermanos Alfonso y Carlos Cuarón, que fueron los responsables mayores de que esta película pudiera hacerse. Y también aportó lo suyo Leonardo DiCaprio, que leyó el guión y se entusiasmó porque está muy dispuesto a apoyar este tipo de proyectos", detalla Mueller.
En cuanto a Sean Penn, tomó contacto con el guión cuatro años antes de que se concretara el rodaje. Así lo explica Mueller: "Cuando terminé de escribir y me preguntaron a quién me gustaría tener como protagonista, pensé de inmediato en Sean, pero más como una expresión de deseo que como una posibilidad real. Gracias a una gestión de Alexander Payne, Sean recibió el guión y se comprometió de inmediato. Todo este proyecto pudo hacerse realidad gracias al compromiso de Sean Penn, el trabajador más duro que he visto jamás en un set de filmación". Junto a él aparecen una Naomi Watts inusualmente morocha ("necesitaba un look apropiado para una mujer que se moviera en un entorno judío y ella aceptó de inmediato", puntualiza el director), Don Cheadle y Jack Thompson.
Para Mueller, "Días de furia" no debería verse como un film político, pero sí desde una profunda mirada social. "Creo que, a pesar de todo, el sueño americano está vivo y saludable. Siento que yo mismo soy un ejemplo de eso: mis padres vinieron de Alemania, nací y crecí en el medio oeste, tuve ayuda económica para ir a la universidad pública y después elegí hacer cine, algo que para mi padre era una locura. Me siento un privilegiado y sigo caminando y buscando nuevos horizontes. Tuve la suerte que le faltó a Sam Bicke."
Figuras de perfil tan heterogéneo como Brad Pitt, Tom Hanks o Robert Redford trabajan por estas horas en proyectos cinematográficos que recrean aquel agitado período iniciado a mediados de 1972 y que culminó dos años después con la renuncia del presidente Richard Nixon, incriminado junto a altísimos funcionarios de su gobierno en un caso de espionaje y robo de documentos en la sede del partido demócrata.
Con el único antecedente de la muy exitosa y comentada "Todos los hombres del presidente" (1976), en la que Redford y Dustin Hoffman encarnaron, respectivamente, a Bob Woodward y Carl Bernstein, los hombres del Washington Post cuyos informes hicieron estallar el caso, la tendencia en curso consiste en films en los que se indaga en torno de algunos de los protagonistas decisivos de aquellos acontecimientos, entre los cuales figuran las mujeres de influyentes figuras políticas, además, por supuesto, del hoy nonagenario Mark Felt, que desempeñaba por entonces el estratégico cargo de vicedirector del FBI y cuyo nombre es ahora reconocido en todo el mundo desde que reveló que era "Garganta Profunda" y había sido el informante clave del escándalo.
Lejos de todas estas revelaciones contundentes y ruidosas a punto de recrearse en un puñado de films, un hecho desconocido para la inmensa mayoría de los norteamericanos también logró trascender gracias al cine y puede leerse como un precedente de esta recuperación que desde la pantalla se hace de los tiempos de Nixon. Se trata de la vida de Sam Bicke, un oscuro vendedor de equipamiento para oficinas ganado progresivamente por un estado de frustración que lo lleva a sentirse cada vez más lejos del sueño americano de progreso económico y ascenso social con el que soñaba.
El distanciamiento de su familia, los problemas laborales y el fracaso de algunos proyectos llevan a Bicke a buscar culpables y ese camino lo lleva a la idea que se expresa en "The Assassination of Richard Nixon", título original de "Días de furia".
"En realidad, al principio yo no estaba interesado en contar una historia real", dice Niels Mueller, director del film. "Empecé escribiendo un guión sobre cómo un personaje ficticio va de un punto A a uno B, y ese punto B no es otra cosa que un estallido de violencia, algo que para mí caracteriza a la sociedad norteamericana", explica.
El punto de partida de Mueller, nacido en Wisconsin en el seno de una familia de inmigrantes alemanes, fue un guión que tituló "El asesinato de LBJ", en alusión al también presidente Lyndon Johnson. "Como usted sabe, nadie quiso jamás asesinar a Johnson. Todo era pura ficción. Pero mientras indagaba y elaboraba este guión, encontré en una biblioteca pública de Los Angeles un libro que tenía un pequeño capítulo dedicado a Sam Bicke, y enseguida me di cuenta de que él era exactamente el personaje que imaginaba y sobre el que estaba escribiendo", detalla el realizador, que puso en marcha el proyecto seis años atrás.
A partir de ese notable giro, Mueller comenzó a recrear la vida de Bicke, accedió a sus papeles personales y tomó contacto con sus seres más cercanos. Pero esa indagación le resultó a la postre mucho más fácil que conseguir financiamiento para llevar adelante el film, tarea que se topó con un inconveniente adicional: cuando Sam Bicke resolvió llevar a los hechos su propósito de ultimar a Nixon, no tuvo mejor idea, en 1974, que secuestrar un avión comercial, obligar al piloto a poner rumbo hacia la Casa Blanca y arrojar sobre ella una bomba de gas. ¿Era posible filmar una película así luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001?
"Como la película estaba basada en hechos reales, nada del guión podía alterarse -responde Mueller-. Lo que sí llegué a plantearme era si tenía sentido hacer esta película, y después de cavilar mucho mi decisión fue afirmativa. Creo que todo lo que ocurrió aquel día de 2001 le daba una importancia todavía mayor a mi película y un carácter mucho más actual. Hoy en Hollywood es imposible hacer películas mínimamente comprometidas, pero tiene que haber lugar para ellas, tengan la forma de comedia, de drama o de lo que fuere." Finalmente, "Días de furia" pudo rodarse entre septiembre y noviembre de 2003, después de que un destacado grupo de figuras terminó asociándose para financiarla.
"Primero tuve el apoyo de Alexander Payne, el director de «Entre copas», que es uno de mis mejores amigos desde que fuimos compañeros en la escuela de cine. Gracias a él me puse en contacto con los hermanos Alfonso y Carlos Cuarón, que fueron los responsables mayores de que esta película pudiera hacerse. Y también aportó lo suyo Leonardo DiCaprio, que leyó el guión y se entusiasmó porque está muy dispuesto a apoyar este tipo de proyectos", detalla Mueller.
En cuanto a Sean Penn, tomó contacto con el guión cuatro años antes de que se concretara el rodaje. Así lo explica Mueller: "Cuando terminé de escribir y me preguntaron a quién me gustaría tener como protagonista, pensé de inmediato en Sean, pero más como una expresión de deseo que como una posibilidad real. Gracias a una gestión de Alexander Payne, Sean recibió el guión y se comprometió de inmediato. Todo este proyecto pudo hacerse realidad gracias al compromiso de Sean Penn, el trabajador más duro que he visto jamás en un set de filmación". Junto a él aparecen una Naomi Watts inusualmente morocha ("necesitaba un look apropiado para una mujer que se moviera en un entorno judío y ella aceptó de inmediato", puntualiza el director), Don Cheadle y Jack Thompson.
Para Mueller, "Días de furia" no debería verse como un film político, pero sí desde una profunda mirada social. "Creo que, a pesar de todo, el sueño americano está vivo y saludable. Siento que yo mismo soy un ejemplo de eso: mis padres vinieron de Alemania, nací y crecí en el medio oeste, tuve ayuda económica para ir a la universidad pública y después elegí hacer cine, algo que para mi padre era una locura. Me siento un privilegiado y sigo caminando y buscando nuevos horizontes. Tuve la suerte que le faltó a Sam Bicke."