"Debería haberte abortado, hija de puta": el insulto materno no tiene nada de regaño amoroso ni de amor filial. La hija, una adolescente que pesa 130 kilos, esquiva el sartenazo que mamá le tira por la cabeza después de la puteada. Y mientras la directora del colegio cuestione su precocidad ("tienes 16 años y estás embarazada de tu segundo hijo, ¿qué pasó, Precious?"), la respuesta de ella será tan obvia como naturalista: "Tuve sexo".
Con su propio padre, se debería aclarar (y también con su madre). Si es cierto que en las películas de Hollywood una negra obesa suele ser Eddie Murphy disfrazado, Preciosa ( tiene seis nominaciones al Oscar, entre ellas, como Mejor Película), es un dramón que compila las penurias de la adolescente en peligro, casi una Wikipedia del conflicto teen: gordura, abuso, embarazo, droga, bully, sida. Basada en la novela Push, de la poeta afro Sapphire, y ligeramente inspirada en hechos reales, ubica la acción en el Harlem de 1987, cuando la Nueva York pre "tolerancia cero" era un antro sórdido muy distinto al emporio del stiletto que mostró Sex & the City. En un mísero departamento subvencionado por la Seguridad Social, Precious está presa de la ironía de su propio nombre porque todo el mundo le dice que es horrible y, en su tragedia, se aguanta los abusos de su madre y las visitas higiénicas de su padre, el embarazo de su hijo/hermano, la maternidad de una bebé con síndrome de Down (a la que bautizó "Mongo"), las injusticias del sistema educativo. Pero anhela para ella una vida mejor aunque, en su ignorancia, la negra se quede ante cada letra impresa, literalmente: en blanco.
Con una mirada tan impiadosa sobre el ser humano, Preciosa es revulsiva, tan admirada como defenestrada. "Las películas van y vienen, pero unas pocas llegan como regalos, enviadas por algún mensajero cósmico para sacudir los sentidos y despertar la compasión", escribió la crítica Ann Hornaday en el Washington Post: "Es la película más dolorosa, poética y extrañamente bella del año". No hay que verla como un drama realista tipo La película de la semana (¡nadie podría soportar tanto!): más bien, es una fábula sobre Todo lo Malo. Pocas adolescentes de la vida real tienen la ocasión de ser atendidas por una asistente social con la cara de Mariah Carey o por un enfermero parecido a Lenny Kravitz (lo más seguro es que las manden a casa porque no tienen obra social). "Desde El nacimiento de una nación (1915), no ha habido ninguna película que deshonrara tanto la idea de la vida negra estadounidense como Preciosa", se indignó Armond White, presidente del Círculo de Críticos de Cine de Nueva York: "Está llena de lugares comunes del racismo más desvergonzado y es un espectáculo de terror sociológico".
Pero más que ensayito sobre las diferencias de clase, Preciosa es casi un manifiesto sobre el aislamiento adolescente. Si Elefante (la película de Gus Van Sant, a quien el director Lee Daniels le debe la crudeza estética y el panegírico sobre el conflicto púber) hacía referencia en su título a un problema que de tan pero tan grande se vuelve invisible, Precious es una persona enorme y encorvada, con la voz, la cara, el porte tan impenetrables que parece invisible a pesar de su tamaño elefantiásico. Y mientras las páginas de informaciones generales del diario publican "Que los adolescentes hablen poco es beneficioso", el mutismo es síntoma de un confinamiento involuntario, del desprecio del mundo por la que es gorda, pobre y negra. "Que existo", responde Precious cuando la maestra le pregunta qué siente después de hablar en voz alta por primera vez en clase: "Me hace sentir que existo".
Como tantas otras chicas en sus súper tristes 16, Precious imagina su propia fuga, modelada según los mandatos de la cultura pop: peinar una cabellera rubia, convertirse en superstar, pisar una alfombra roja, conseguir un novio de piel clara, compartir cartel con Sophia Loren (¡!) en una película italiana. Si la virtud más celebrada por psicólogos y gurúes ahora es la resiliencia ("la capacidad de los sujetos para sobreponerse a las adversidades"), Precious debería ser caso de estudio o parábola de redención: aun en el monoblock y adicta a McDonald's, ella no está frita y es la reencarnación de una criatura tipo de la historia gótica clásica: ni más ni menos, una pequeña de enorme coraje, atormentada por la crueldad de los mayores.
Con su propio padre, se debería aclarar (y también con su madre). Si es cierto que en las películas de Hollywood una negra obesa suele ser Eddie Murphy disfrazado, Preciosa ( tiene seis nominaciones al Oscar, entre ellas, como Mejor Película), es un dramón que compila las penurias de la adolescente en peligro, casi una Wikipedia del conflicto teen: gordura, abuso, embarazo, droga, bully, sida. Basada en la novela Push, de la poeta afro Sapphire, y ligeramente inspirada en hechos reales, ubica la acción en el Harlem de 1987, cuando la Nueva York pre "tolerancia cero" era un antro sórdido muy distinto al emporio del stiletto que mostró Sex & the City. En un mísero departamento subvencionado por la Seguridad Social, Precious está presa de la ironía de su propio nombre porque todo el mundo le dice que es horrible y, en su tragedia, se aguanta los abusos de su madre y las visitas higiénicas de su padre, el embarazo de su hijo/hermano, la maternidad de una bebé con síndrome de Down (a la que bautizó "Mongo"), las injusticias del sistema educativo. Pero anhela para ella una vida mejor aunque, en su ignorancia, la negra se quede ante cada letra impresa, literalmente: en blanco.
Con una mirada tan impiadosa sobre el ser humano, Preciosa es revulsiva, tan admirada como defenestrada. "Las películas van y vienen, pero unas pocas llegan como regalos, enviadas por algún mensajero cósmico para sacudir los sentidos y despertar la compasión", escribió la crítica Ann Hornaday en el Washington Post: "Es la película más dolorosa, poética y extrañamente bella del año". No hay que verla como un drama realista tipo La película de la semana (¡nadie podría soportar tanto!): más bien, es una fábula sobre Todo lo Malo. Pocas adolescentes de la vida real tienen la ocasión de ser atendidas por una asistente social con la cara de Mariah Carey o por un enfermero parecido a Lenny Kravitz (lo más seguro es que las manden a casa porque no tienen obra social). "Desde El nacimiento de una nación (1915), no ha habido ninguna película que deshonrara tanto la idea de la vida negra estadounidense como Preciosa", se indignó Armond White, presidente del Círculo de Críticos de Cine de Nueva York: "Está llena de lugares comunes del racismo más desvergonzado y es un espectáculo de terror sociológico".
Pero más que ensayito sobre las diferencias de clase, Preciosa es casi un manifiesto sobre el aislamiento adolescente. Si Elefante (la película de Gus Van Sant, a quien el director Lee Daniels le debe la crudeza estética y el panegírico sobre el conflicto púber) hacía referencia en su título a un problema que de tan pero tan grande se vuelve invisible, Precious es una persona enorme y encorvada, con la voz, la cara, el porte tan impenetrables que parece invisible a pesar de su tamaño elefantiásico. Y mientras las páginas de informaciones generales del diario publican "Que los adolescentes hablen poco es beneficioso", el mutismo es síntoma de un confinamiento involuntario, del desprecio del mundo por la que es gorda, pobre y negra. "Que existo", responde Precious cuando la maestra le pregunta qué siente después de hablar en voz alta por primera vez en clase: "Me hace sentir que existo".
Como tantas otras chicas en sus súper tristes 16, Precious imagina su propia fuga, modelada según los mandatos de la cultura pop: peinar una cabellera rubia, convertirse en superstar, pisar una alfombra roja, conseguir un novio de piel clara, compartir cartel con Sophia Loren (¡!) en una película italiana. Si la virtud más celebrada por psicólogos y gurúes ahora es la resiliencia ("la capacidad de los sujetos para sobreponerse a las adversidades"), Precious debería ser caso de estudio o parábola de redención: aun en el monoblock y adicta a McDonald's, ella no está frita y es la reencarnación de una criatura tipo de la historia gótica clásica: ni más ni menos, una pequeña de enorme coraje, atormentada por la crueldad de los mayores.